Green Book: una amistad sin fronteras (Green Book, Estados Unidos, 2018) / Dirección: Peter Farrely

Este mundo se cae a pedazos. Quién iba a decir que Peter Farrelly abandonaría las guasadas para filmar una historia edulcorada, políticamente correcta, con todas las marcas de cineastas de moda al estilo de Barry Jenkins. Decir que está Viggo Mortensen. En fin. Es lo que nos toca.

Green Book invoca los espectros de Mississippi en llamas (1988), aquella película de Alan Parker que comparte con ésta un engranaje apto para los premios, sin ofender a nadie y buscando un símbolo de paz. El disparo argumental es el trillado viaje que deben emprender dos personajes opuestos en una época difícil. Uno es un guardaespaldas italiano bien estereotipado que se llama Tony Lip Vallellonga; el otro un negro músico, Dr. Don Shirley, excelente pianista, que lo contrata para realizar una gira. El tema es que tiene que ir a estados pesaditos de EE.UU donde la segregación está a la orden del día. Lógicamente, Farrelly explota todos los lugares comunes de este tipo de relación, cuya evolución incluye escalones que van desde el desprecio hacia el cariño. De hecho, el título alude a una guía que entonces consultaban los negros para enterarse a qué lugares podían ir o no.

El principal inconveniente no es el grado de disfrute y la empatía que pueda lograr la pareja protagónica con el espectador, sino la hipocresía manifiesta de la industria donde la mirada de un blanco aborda la conflictiva vida de un músico negro y homosexual con la estupidez sentimental que muchos aplaudirán (seguramente los mismos que odiaban las comedias escatológicas dirigidas con su hermano). El cine americano continúa subestimando al público en relación al pasado y ofrece estas miradas edificantes, con «valores» aptos para blancos con la conciencia tranquila de que estas cosas ya no ocurren en el país. Busca historias basadas en hechos reales y aporta información que no supera la calidad de Wikipedia para que nos aterroricemos de lo mal que trataban a los negros (no todo el cine americano, por supuesto; afortunadamente existen tipos como Tarantino y Eastwood que hacen pito catalán a la corrección). E n efecto, el viaje que inician ambos personajes hacia 1962 es un manual de obviedades y buenas intenciones encubiertas con fines comerciales y académicos. A esto último contribuye una paleta fundada en colores atractivos y una prolijidad inofensiva.

Volvimos a la época de Conduciendo a Miss Daisy, otra película de los ochenta pero con roles invertidos (en la de Bruce Beresford el chofer era negro). Es lo que permite la Academia en los tiempos de Trump (como en su momento lo hizo en la era Reagan): hacernos creer que se defienden los derechos de las minorías con la estética propia del colonialismo cultural. Así está el mundo: todo lo sólido se desvanece en Netflix.

elcursodelcine

2 Comments

  1. Acabo de salir del cine y leo esto. Solo puedo sentirme retorcida por haberla disfrutado tanto y por compartir todo esto al mismo tiempo. #solosoyunachicaleyendoauntalguillermopidiendolequeselodigamásdespacio

    • El disfrute no se negocia. Nunca hay que sentirse culpable por no coincidir con un crítico. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo y gracias por el comentario.

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