Sobre Atenas (2017), de César González y algunas cosas más.

1.

Esto ocurrió en un colegio. Dos mamás y colegas docentes se me acercaron durante una jornada de capacitación algo inquietas porque sus hijas debían leer El origen de la tristeza de Pablo Ramos. La primera vino con el libro en la mano y directamente me preguntó por qué lo había elegido. Le contesté que era una gran novela y le pedí si podía ser más específica luego de que hiciera un gesto de reprobación. Me dijo que no le parecía y yo deduje que estaba escandalizada por el registro verbal de los personajes, por la cantidad de veces que se dice paja y por los rituales propios de un grupo de adolescentes que crecen a los golpes en la vida del conurbano bonaerense. Lo confirmé cuando me mostró una hoja con los números de páginas donde tenía anotadas todas las escenas escandalosas, ante lo cual me quedé impávido. Agregó que le preocupaba cómo podían reaccionar los chicos en clase frente a semejantes palabrotas o ante situaciones en las que, por ejemplo, juntan plata para debutar con una prostituta. Traté de apelar al sentido común y le expliqué que los docentes en el aula, entre otras cosas, buscamos que los chicos piensen, que abran los ojos a otras realidades que desconocen y que discutan, problematicen. Que la literatura tiene, entre tantas funciones, un compromiso social en la medida en que da cuenta del mundo en que nos toca vivir, que al ser una novela realista era lógico que empleara el autor el vocabulario típico del lugar que elige mostrar y que se quedara tranquila, que yo no iba a contar la cantidad de veces que el chico se masturbaba, porque lo más importante no es eso, que pensara en el título. Allí tal vez estaba la clave de todo.

En ese mismo instante se sumó la otra madre con una frase que clausuró cualquier intercambio posible: «Lo que pasa es que les dan esas cosas con pibes chorros para leer y a los chicos les genera más odio.» Decidí no contestarle. Creo que mi mirada lo hizo y la cosa quedó ahí. Sin duda la molestia estaba fundada (como todo lo que divide en este país) en lo ideológico. Para qué les iba a contar que la novela ya la había dado otros años y los chicos estaban agradecidos, que el problema lo tenían ellas, las madres en este caso. Pero no insistí. Me di cuenta de que los males de la Argentina continúan propagándose a partir del odio de clase, de la intolerancia y ahora hay que agregarle, encima, la falta de sentido de común, incluso de la gente que dice estar preparada. Solo de este modo puede justificarse la carnicería a la que estamos sometidos, con personas que te tiran la biblioteca encima cuando hablan pero carecen de ese sentido común, se vuelven ciegos y justifican cualquier cosa amparados en el miedo a los otros . Peor que la derecha recalcitrante es el falso progresismo.

2.

Atenas y Roma son dos cunas de civilizaciones. También son dos películas estrenadas y vistas recientemente en espacios diferentes. Una la dirigió César González, un joven realizador, «un poeta villero» que, al salir de la cárcel, estudió Filosofía y Letras. Eso no es lo más importante, sino que se dedicó al cine. De Atenas son muy pocos los que hablan, o en todo caso, son los mismos que hablan cuando se estrena alguna de Perrone o de Campusano. Se la puede ver en circuitos hoy alternativos como la sala Gaumont en Bs. As., un espacio de resistencia frente a los tanques como Roma, esa otra película de Alfonso Cuarón de la que todos hablan y han visto, que ya tiene su alfombra roja preparada, cuyo fenómeno permite, entre otras cosas, que la fotogenia de su protagonista, Yalitza Aparicio, se prostituya hoy con photoshop en las tapas de revistas de la farándula más careta. Por supuesto, la manipulación está hecha para blanquear su tez, no vaya ser que se espanten los millonarios que consumen esos medios.

La principal diferencia entre Atenas y Roma, más allá de los desiguales contextos de producción que las hacen posibles, es la actitud frente a lo que muestran. González sabe que no se puede ser concesivo frente a la realidad política que nos toca, frente a un sistema que eyecta cantidad de seres humanos a la indigencia por minuto mientras el cine argentino, en gran parte, continúa con las huellas existenciales urbanas de jóvenes abúlicos que no saben qué hacer con el tiempo. En este sentido, Atenas es un antídoto, un trompazo en los riñones de ese cine donde la villa no aparece o es disfrazada con espejitos industriales de colores. Todo lo contrario a Roma, el sueño de la integración pequeño burguesa donde el servicio doméstico es esclavo de los nobles ricachones sin conciencia de clase. Roma no ofende y su virtuosismo está al servicio de todos aquellos que niegan la periferia y si pudieran, la borrarían del mapa (como borrarían esos libros sacrílegos que les hacen leer a sus hijos, donde se dice paja o puto, terribles palabras, inadmisibles para la generación Netflix). Atenas muestra todo aquello que Roma encubre con una fotografía maravillosa capaz de igualar un sorete en el piso con un paisaje o una trabajadora explotada con una señora cornuda.

3-

Hace unos años programé Un lugar al sol, una película brasilera de Gabriel Mascaro. Fue en el 2009. Se trata de un documental sobre los ricos que viven en penthouses en distintas ciudades, Altura, estatus, aislamiento y poder aparecen conjugados en un retrato observacional de la elite brasilera que Mascaro aborda muy inteligentemente a partir de una estrategia: filmarlos y cederles la palabra. Y el pez por la boca muere. Entre las barbaridades que se escuchan aparece la de uno agradeciéndole al director por hacer un documental sobre cosas lindas, ya que en el cine todo es negativo. Me acordé de esto cuando la mamá del colegio expresó algo similar, pero también mientras miraba Atenas, historia que nada tiene que ver con los anhelos de los habitantes de esos colosales edificios donde los tiros de la favela se escuchan con la simpatía de los fuegos artificiales.

Una joven sale del penal de Ezeiza. No tiene adónde ir. Se llama Perséfone. González tiene en claro que la tragedia no es solo para los cultos y que, en todo caso, los mismos conflictos humanos que planteaban los griegos antes de Cristo también pueden ser parte de una villa en las afueras de la Capital. Persé inicia un itinerario cuyo único signo heroico pasa por subsistir y tener un lugar donde dormir. Lo que vemos es un baño de autenticidad, imágenes que brillan por su ausencia en la mayoría de las películas de los eternos nuevos cines argentinos y en el contexto de feroces prácticas neoliberales. En el mundo de Atenas las instituciones y los políticos están ausentes y si aparecen, son con patrulleros u oportunistas. González conoce el universo que retrata y si bien emplea algunos procedimientos que son discutibles o subraya ciertos caracteres, son más potentes las imágenes de gente durmiendo en la calle, de tranzas, de delitos, de violencia de género, como consecuencia de un Estado ausente. Lo único que queda es la solidaridad, la fuerza grupal para sobrevivir ante la discriminación, a la falta de trabajo y a la vista gorda de unas cuantas señoras gordas y paquetas que representan el sueño de la oligarquía porteña. Persé se encuentra con Juana, la única que puede ofrecerle lo poco que tiene para ayudarla en esta nueva experiencia de libertad cuya paradoja reside en que el mundo exterior y desigual es una cárcel tan violenta como la otra. El viaje de Perséfone se inicia con un cantor, un primer guía, y finaliza de la peor manera, en la trata. Mientras, su amiga Juana la busca y la busca infructuosamente. Pero aquí no hay hazañas, no hay épica y sí tragedia. La gente desaparece de hambre o porque es devorada por lo que el mismo sistema perverso genera.

Algún confundido pensará que Atenas es una apología del delito. Seguramente será uno más de quienes confunden a un autor con su obra o piensan que se está a favor del incesto por leer a Hamlet. Por lo pronto, César González se planta como un forastero en una tierra donde hay que recuperar y hablar de las películas justas y necesarias, más allá del principio de placer. El olvido, el egoísmo y el maltrato hacia los que menos tienen son el verdadero origen de la tristeza.

elcursodelcine

2 Comments

  1. Volvemos siempre a la misma tira, que lo resume todo:

    ¨-Me parte el alma ver gente pobre.
    -A mí también.
    -¡Habría que dar trabajo, techo, protección y bienestar a los pobres!
    -¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos.¨

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