MAR DEL PLATA 2018: todas las reseñas de la Competencia Internacional

A portuguesa, de Rita Azevedo Gomes / 6 puntos

La portuguesa del título es una joven pelirroja, fascinante como arrogante, igual que la película. Gomes regresa con sus imágenes hipnóticas, cuadros vivientes y una densidad artística que tiene sus momentos cautivantes pero que en la suma de minutos termina por agobiar. Basada en una novela de Robert Musil, es imposible no admirar la belleza de ese mundo donde las mujeres esperan (y desean) y los hombres van a la guerra, su única obsesión. Gomes coloca a los personajes dentro del cuadro con un sentido coreográfico cuando no de pose, y una cámara que elude los primeros planos en la búsqueda de correspondencias pictóricas. Al igual en sus trabajos anteriores, pese al contexto histórico, se permite incluir anacronismos y la presencia de Ingrid Caven con sus canciones al estilo de un coro atemporal que complementa las situaciones narradas. El oportunismo político, la hipocresía episcopal y las convulsiones provocadas por las incesantes contiendas contrastan con el mundo paralizado de la espera donde se construye el saber femenino y se tejen misterios en medio de acciones cotidianas. Silencios, tenues desplazamientos y pocos signos de vitalidad humana se instalan como marcas expresivas porque lo que cuenta principalmente es un trabajo formal, y que de esa labor estética salga la sustancia de la película

Belmonte, de Federico Veiroj / 7 puntos

Belmonte es una película metódica, de encuadres precisos, excelente iluminación y concisión narrativa. Es decir, sabe lo quiere y lo lleva a buen puerto. Veiroj regresa con personajes de periplos existenciales y esta vez elige a un artista. Pero a diferencia de otras incursiones que subrayan obsecuentemente la obra o reparan en las miserias, aquí todo parece estar en su justa medida. En todo caso, la exploración apunta a captar los tiempos muertos del protagonista a través de la convivencia desordenada con su pequeña hija, la relación con su ex esposa y un secreto en relación a su padre que lo tiene inquieto. Ninguna de estas situaciones supera el trazo de presentación ya que Javier Belmonte las transita como si navegara solo por momentos sin que se desborde el agua del tanque. Cuando no dibuja, asistimos a un universo estático de gestos lacónicos cuyo eje es la dispersión. ¿Qué hace un artista cuando no crea? Mira, se distrae, está en su mundo. Un delicado travelling sobre una estatua abre la película para concluir en la atenta observación de Javi (así lo llaman los suyos), la misma mirada obsesiva hacia ciertos detalles diseminados en diferentes situaciones que le impiden relajarse y disfrutar. Así lo vemos desistir de acostarse con una mujer, concentrado en un adorno, o reparar en un pasajero en el colectivo sin que se sepa por qué exactamente. El interior de Belmonte es un volcán que nunca estalla. Y si bien la historia se teje  en un microcosmos frío que puede pecar de cierta apología de la distancia, recupera vitalidad cuando las dosis de humor atenúan la sordidez melancólica de una ciudad que se presta a ello. Una galería de canciones pertenecientes a géneros variados también contribuye positivamente al cálculo y están puestas con buen gusto y en los pasajes indicados. Pese al estatismo, se disfruta este pequeño film, seguro de sí mismo.

Cassandro el Exótico!, de Marie Losier / 7 puntos

Marie Losier vuelve a explorar las relaciones entre identidad, género y cuerpo dentro de un campo de productiva experimentación. Esta vez acompaña a un singular personaje, un luchador gay mexicano llamado Cassandro cuya popularidad rompe con los estereotipos de un universo consagrado a lo masculino. Sin embargo, desde un comienzo queda claro que la verdadera lucha es ser reconocido por sus virtudes y evitar la estigmatización del exotismo. Si hay algo que tiene en claro Losier es que el cuerpo es escritura. De allí la cantidad de cicatrices y tatuajes para dar cuenta de los golpes durante su carrera, y de los otros golpes, los de la vida. Cassandro es una entidad fronteriza, compleja, como la misma tierra mexicana que le toca habitar, atravesada por diversas cosmovisiones religiosas. A las imágenes que muestran su intimidad se le suman las espectaculares en el terreno de la lucha, con glamour incluido. Utilizando diferentes formatos y marcos enunciativos, la directora también aborda el dolor del retiro y todo el tramo final parece cerrarse chamánicamente en un tono alucinatorio bastante peculiar. En un momento del documental escuchamos música mientras desfilan unas placas radiográficas que evidencian el deterioro físico de Cassandro. Se trata de un buen ejemplo del cine de Losier. Los traumas corporales son el resultado, en todo caso, de decisiones personales y de una vitalidad envidiable. Y eso que otros verían con malos ojos, acá se acompaña con rock. 

Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, de João Salaviza y Renée Nader Messora / 6 puntos

Esta especie de docudrama antropológico, filmado en una aldea remota en las mesetas del centro y norte de Brasil, se centra en la comunidad de los indígenas Kraho para contar una sencilla historia que involucra a una pareja de jóvenes y su pequeño hijo. Ihjac es exhortado por el espíritu de su padre para que complete su funeral. El hecho de que se comunique con los muertos lo pone en una situación que no puede afrontar, la de convertirse en chamán. Como aquellos superhéroes que reniegan de su condición, decide evitar ese destino y se aleja temporalmente a la ciudad. La película se juega constantemente en una tensión generada por la observación cautelosa y complaciente de los comportamientos sociales del grupo en cuestión, y una posible dramaturgia que sólo se activa en el momento en el que Ihjac deambula por los espacios urbanos en medio de la indiferencia y la discriminación. En este tramo, la complejidad y el misterio de la naturaleza son sustituidos por los ruidos y el malestar de la supuesta civilización con sus instituciones precarias. Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos hace gala de una hermosa fotografía y de una utilización impecable de la materia sonora, principalmente para dar cuenta de un tiempo suspendido, cosmológico, que se rompe en la ciudad, donde cada minuto cuenta para que Ihjac sea obligado a regresar a su aldea, ya sea por completar el designio de su padre, por la necesidad de su familia o por las mismas personas que lo miran recelosamente en esa urbe que le es ajena, donde los chamanes son reemplazados por médicos, los sonidos de los pájaros por música callejera, la desnudez por la ropa y la libertad por la opresión. Sin embargo, la calidad de la película no es suficiente para apaciguar un cierto letargo cuyo precio es exigir la entrega de espectadores cautivos de la contemplación, al mismo nivel que una cámara estática e hipnotizada por lo que registra.

Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta / 7 puntos

Podemos partir de una obviedad, de una verdad de perogrullo subrayada en el título: Lacuesta navega entre dos aguas, el del documental y el de la ficción. Retoma los personajes de La leyenda del tiempo y confirma su habilidad para disimular el pasaje de una a otra instancia, sin embargo, también navega narrativamente. La película empieza y termina muy arriba pero varios tramos del medio se ven perjudicados por una duración excesiva (ese mal del cine actual incapaz de cortar a tiempo) y alguna que otra escena ficcionalizada de manera forzada. Los años han pasado y la vida de los hermanos, ahora adultos, es diferente. Isra sale de la cárcel. Su reinserción social y familiar parece imposible. Su mujer no lo quiere en casa, no consigue trabajo, apenas ve a las tres hijas y debe enfrentar sus propios fantasmas del pasado. Las condiciones en la isla son adversas y la naturaleza gitana tira para no conformarse y quedarse quieto. El otro hermano, Cheíto, tiene una familia constituida pero se esfuerza para concretar un proyecto que asoma como imposible. El tema para ambos es ese dinero que escasea para su clase, obligada a arrodillarse ante los peores escenarios de crisis. Hay verdaderos pasajes de intensidad emotiva como de gracia cinematográfica. Los personajes conservan la luminosidad de entonces, sobre todo cuando sacan a relucir sus juegos  y esos breves lapsos de disfrute que Lacuesta filma justamente, como recuperando la infancia. Es el perfecto contraste frente a la desazón de un mundo que se derrumba, ese mundo donde Isra no volverá a cantar. Tal vez, una concentración dramática más acotada hubiera puesto al film en un lugar más privilegiado. 

In Fabric, de Peter Strickland / 6 puntos

El mundo de la moda fusionado con el terror. Una sumatoria de citas que van desde el giallo hasta la estética de los vampiros de la Hammer, sólo que aquí los que chupan la sangre son vendedores de una tienda de ropa. Strickland se luce con la elegancia de un tipo fascinado con el fetichismo y un vestido rojo será el elemento que une dos historias y dos víctimas. Sin embargo, queda la sensación de que el resultado es pura cáscara, un cotillón manierista más cercano al regodeo publicitario y videoclipero que a una historia de terror efectiva, estirada por la necesidad de lucimiento antes que por los personajes y la trama. Además, a diferencia de otros directores (como Tarantino) el juego de referencias carece de intensidad. La película retoma ese cruce de épocas que mostraba The duke of burgundy, es decir, un marco temporal de los noventa con una iconografía setentista. Sheila es empleada en un banco, vive con su hijo, aguanta a la novia y se ve tentada a buscar pareja a partir de avisos para enlazar a solteros. En la televisión advierte las rebajas en una tienda de vestido. Quienes atienden parecen formar parte de un conjuro maléfico. El tono oscila siempre entre el humor y el terror, sin embargo, cada situación es la evidencia de que el director pretende estar por encima de todo. De este modo, una escena de sexo, un crimen, o lo que fuere, están acompañados de sobreimpresiones y otros artilugios donde lo estilístico prima sobre superficies vacías de vida. Para colmo, una segunda historia innecesaria dilata el tiempo con arbitrariamente y concluye en un forzado cierre.

If Beale Street Could Talk, de Barry Jenkins / 6 puntos

Barry Jenkins retoma la veta del indie amable que lo consagrara en Luz de luna pero con resultados más lavaditos. Parte de una clásica novela de James Baldwin que narra un episodio en Harlem en la década del setenta. Una pareja de jóvenes negros ven sus ilusiones rotas cuando al joven lo acusan injustamente de violar a una mujer. La trama se centra en los desmedidos esfuerzos de la familia de la chica para sacarlo de la cárcel y poder juntarse con su esposa e hijo. La evolución sentimental y el asunto en cuestión se muestran de manera fragmentaria, un cuadro que deja entrever todos los problemas de la comunidad afroamericana. Pese al dramatismo de la situación, Jenkins aparece moderado en la construcción de los personajes, pero vuelve a recargar en demasía las atmósferas con música y a ralentizar los movimientos innecesariamente. Frente a la potencia de documentales con temática similar dentro de esta edición del festival, If Beale Street Could Talk  está por debajo de las expectativas.  El film transmite en el mejor de los casos secuencias de intensidad emocional y en el peor, una melancolía un poco forzada y sostenida con mecanismos reparadores que marcan el camino a la estatuilla. Es de esperar que esta vez no se equivoquen.

Muere, monstruo, muere, de Alejandro Fadel / 5 puntos

Planos rigurosamente vigilados. Una morosidad al borde de lo irritable. La notable factura técnica que incluye una excelente edición de sonido. Encuadres iluminados a la perfección. Es decir, todo aquello que representa hoy el amable conformismo de la mayoría de las películas que circulan por prestigiosos festivales. La novedad en este caso es la incursión en lo fantástico. Sin embargo, hay más engaño que otra cosa, sobre todo porque la película se presenta como de terror autoral, como si este tipo de cine necesitara de tal legitimación. En realidad, al igual que sucede en el otro filme argentino en competencia, se bordea el género con la excusa de la afectación (autores son Carpenter, Cronenberg, Romero, etcétera). Fadel demuestra talento como observador y lo hace notar todo el tiempo, desde unas montañas más elevadas que el paisaje de Los Andes. La historia comienza con esa clase de escenas reconocibles en Reygadas, Escalante y tantos otros, donde una mujer pierde su cabeza en medio de un rebaño de ovejas ensangrentadas (hasta la sangre en los animales está prolijamente puesta). Será el inicio de una serie de crímenes misteriosos cuyo principal acusado dice escuchar voces y habla como el hombre mirando al sudeste de Subiela. A él se le suman un comisario, un policía y otra mujer. La trama avanza en medio de ambigüedades, de líneas casi imperceptibles de diálogo con duración inverosímilmente excesiva y algún que otro desliz canchero como el del policía bailando una canción de Sergio Denis. Para colmo, y como muestra del esfuerzo empleado en los efectos especiales, el tramo final desmerece el trabajo de fuera de campo sostenido durante toda la película. Muy plástico, muy cromático. Pura cáscara para el regodeo.

Skate Kitchen, de Crystal Moselle / 7 puntos

Las mujeres al poder. O por lo menos este grupo de jóvenes patinadoras de Nueva York perdidas entre adultos y haciendo valer su libertad. Más allá de la empatía que uno pueda tener o no con el mundo de los skaters, hay cierta luminosidad en la película que la destaca de otros referentes similares. Por otro lado, se evidencia un respeto y una consagración hacia la pasión que implica para las protagonistas descubrir en las pistas un sentido a la libertad de sus movimientos. Sobre todo Camille, la adolescente que se rebelará a su familia para sostener su deseo más allá del mandato familiar. El miedo de su madre a que un accidente le impida en el futuro tener hijos no es obstáculo para que afiance la pertenencia al grupo de chicas y compartir con ellas los sentimientos de euforia como de tristeza. El seguimiento de Moselle es de naturaleza documental. Y si bien no escatima la posibilidad de la pose, se encarga de mantenerse fiel a los códigos verbales y gestuales que distinguen al núcleo femenino. El elemento irruptivo será un misterioso skater que dará inicio a una complicada relación. Pese al gancho narrativo nunca resigna la película el pulso vibrante de un retrato que, a pesar de un espíritu complaciente hacia la etiqueta Sundance, posee la intensidad que le falta a otros films de la competencia.

Vendrán lluvias suaves, de Iván Fund / 6 puntos

Es indudable la capacidad de Fund por explorar poéticamente a través de las imágenes, esta vez sostenidas incluso por la excelente fotografía de Gustavo Schiaffino. Sin embargo, lo anterior es inversamente proporcional al manejo narrativo, un signo visible en películas anteriores del director. La novedad es la incursión en lo fantástico a partir de un apagón general que provoca un letargo somnoliento en los adultos y que les sirve a los niños para tomar la posta en la ciudad. El gancho es fuerte pero Fund privilegia una atmósfera sobrecargada en lugar de explotar el orden de los hechos. El peor pecado es desaprovechar la espontaneidad y las posibilidades de los chicos. Finalmente, el resultado se resiente porque ellos terminan siendo de los tantos personajes autómatas urbanos al que nos tiene acostumbrado el cine argentino en gran parte. En otras palabras, el ombliguismo autoral se pone por encima de la historia y los personajes.

What you gonna do when the world’s on fire?, de Roberto Minervini / 7 puntos

Ser escuchados. Eso piden los protagonistas afroamericanos en Mississippi, EE.UU. Una mujer debe cerrar su bar, el lugar donde se congregan todos aquellos que sufren las consecuencias de la indiferencia, la violencia y la discriminación. Alli narran historias durísimas de vida transformadas en catarsis verbal, cantos de desesperación. Ser vistos. Minervini se encarga de ello con un potente y estilizado blanco y negro a través de una docuficción menos radical que sus trabajos anteriores. El seguimiento incluye también otros focos: un grupo de resistencia reclamando justicia por las vidas de dos jóvenes asesinados por grupos de ultraderecha y amparados por estado policial; dos hermanos cuyo padre está preso y el mayor que le enseña al otro a no tener miedo. Los diferentes marcos confluyen en la misma idea, a saber, las tremendas dificultades de vida de los afroamericanos. Minervini les cede la potencia de la voz y los agiganta en pantalla para que el reclamo se materialice con la debida atención. No solo eso. La interpelación comienza en el título de la película. Pese a la dimensión ética que manifiesta, el resultado se ve afectado por la reiteración. Sin embargo, una jugada secuencia al final sacude bastante el registro monocorde. Menos arriesgada que la trilogía de Texas pero muy atendible. Por supuesto, nada puede disfrutarse mientras el mundo se prende fuego, salvo la energía para continuar resistiendo. Los personajes y el director lo dejan bien en claro.

Yara, de Abbas Fahdel / 7 puntos

La película de Abbas Fahdel está en las antípodas de varias cosas. En primer lugar, de su monumental film anterior (Homeland). Sin embargo, hay un punto de conexión en la medida en que el dolor causado por la guerra y el desarraigo también aparecen como marcas en los protagonistas. En segundo lugar, esta pequeña historia de amor también se encuentra en la vereda opuesta de toda narración concebida a partir de la explotación efectista de un conflicto central. Su terreno es de los detalles y para ello hay sacarse por un momento el disfraz de espectador mainstrean y entregarse al naturalismo de las imágenes, al registro de una realidad alejada de la civilización que no admite contaminaciones. Dos veces suena el celular del protagonista masculino y altera el coro y la armonía de ese paraíso ubicado en una región de montañas en el Líbano. Allí, una joven vive con su abuela, en medio de rituales cotidianos. Su rutina se altera a partir de la llegada de un joven con el cual mantendrá una breve relación. Fadhel trabaja el espacio sin imponerse sobre los personajes y respeta ese tiempo sagrado del mutuo acercamiento en el que se reconocen ecos desde Kiarostami a Linklater. Por último, a diferencia de otras películas con estéticas similares, los planos descriptivos duran lo justo, exploran el misterio de lo real con la curiosidad y la sensibilidad de un observador apasionado que cree en el cine como religión

elcursodelcine

2 Comments

  1. En el Festival las vi todas, menos Yara!! Además de las nominadas al Oscar: La favorita, Roma, Podrias perdonarme?, El infiltrado del KKC.
    Y unas cuántas más muy buenas!.
    Gracias por tus criticas y sugerencias, muy valiosas, coincidimos bastante!

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