Bafici 2019. Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas.

El cine de Carlos Reygadas no es fácil. Las diversas reacciones que provocan sus películas hieren el sagrado mar de la unanimidad y de la museocinefilia. Ese parece ser un motivo suficiente para que muchos se espanten, huyan o lo califiquen de “chanta con talento”. Por supuesto que hay zonas en su obra (cinco títulos hasta el momento) que ponen en juego ciertos signos: la pedantería, la riqueza visual, la cita/homenaje, la complejidad en los vínculos humanos y sociales, la familia, entre otros. Sin embargo, yo prefiero quedarme con el Reygadas transfigurado en ese diablo con caja de herramientas que surge imprevistamente en Post Tenebras Lux (2012). La fuerza visual de algunas secuencias autónomas y la imprevisibilidad son los dos rasgos que me atraen de este cineasta cuya riqueza formal está a años luz de gran parte de lo que se ve en la actualidad por estos lares. A mitad de camino entre la pretensión y la humanidad, cada una de sus películas interpela, emociona, sacude, enoja, adormece y vuelve a sacudir. En Nuestro tiempo (2018), el juego más visible es la crisis de pareja. Del mismo modo en que Luz silenciosa (2007) era una evocación desaforada del mundo de Dreyer, aquí se coquetea con Bergman. Sin embargo, reducir todo a la angustia de la influencia sería injusto. El director sueco (o su fantasma) deambula por la parte más débil de la historia, la que se consagra al trillado mosaico de emociones de una pareja conformada por un terrateniente poeta y su mujer, quienes juegan al matrimonio abierto sin poder asumir las consecuencias. En realidad, quienes no las asumen son los machos desbordados frente al deseo femenino. Todos los signos opresivos de la sociedad mexicana están dando vueltas en las clases pudientes, hastiadas en la insatisfacción y en la monotonía, atravesadas por una fantasía de bienes materiales al mismo tiempo que ostentan un primitivismo corporal que linda con lo salvaje. De allí la presencia de esos toros en segmentos que asoman pidiendo asociaciones, pero que invitan a mirar fundamentalmente esas secuencias virtuosas y vitales como la maravilla del final. Qué importan las metáforas si hay un cineasta capaz de reírse de las convenciones genéricas, capaz de fusionar un western con un drama matrimonial. Hay en el cine de Reygadas secuencias que respiran por sí solas, que son capaces de conmover más allá de cualquier ligazón con el mundo real, y Nuestro tiempo las tiene, aunque en su apariencia sea una película que intenta organizar dramáticamente todos los cabos sueltos de Post Tenebras Lux. Allí está el comienzo, un extenso desplazamiento ente niños y jóvenes, con planos cerrados en torno a sus cuerpos o planos abiertos consagrados a captar la naturaleza lumínica de un paisaje cuya amenaza crecerá paulatinamente. También un regreso en auto con The Carpet Crawlers, la hermosa canción de Genesis, en medio de una tormenta emocional como real. Pocos directores pueden evitar la afectación con la cámara debajo de un auto alternando el rostro expectante de la protagonista mientras maneja bajo una lluvia torrencial. O la secuencia final con la pelea de toros. Son tres momentos, entre otros, que prescinden de interpretaciones, que se sostienen por sí mismos y confirman la maestría de este cineasta polémico, pero que entiende el cine como pocos. Como el diablo, peca de suntuosidad y de picardía, pero, a veces, son dos características que potencian sus películas, extraños objetos que se sostienen formalmente sin pedirle permiso a nadie.

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