La pelota no se mancha. Take Me Home/Llevame a casa, de Abbas Kiarostami

¿Puede una pequeña joya de apenas dieciséis minutos contener más cine que el ochenta por ciento de la programación de un festival? Parece exagerada la pregunta pero no tanto si se trata de Kiarostami. Filmada en el sur de Italia, entre valles y escaleras, sin diálogos, en un perfecto digital en blanco y negro, la acción principal es una pelota que cae y que veremos caer durante un rato porque “la repetición hace la poesía” en las películas del recientemente fallecido director, una pérdida singular para el mundo y para el séptimo arte. El espacio se torna infinito gracias a la ilusión que genera el montaje y la cadencia de imágenes musicalizadas delicadamente nos introduce en un espacio fantástico (“Todas las escaleras, la escalera”) hasta retomar el equilibrio inicial. Una pelota que cobra vida y un niño que la persigue. Parece un gag de los inicios del cine o un homenaje al famoso globo rojo de Lamorisse del que hablaría Bazin, objetos que se rebelan ante sus dueños. Pero es sobre todo una delicia.

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