Baldío, de Inés de Oliveira Cézar (2019)

Comenzado este año, fallecía Mónica Galán, la protagonista excluyente de Baldío, película que surgió a partir de una idea (con matices autobiográficos) de la actriz. Las dos situaciones cobran especial relevancia en pantalla. Primero, por la fuerza estilística que imprime Oliveira Cézar a través de un rabioso blanco y negro, capaz de embellecer ciertas zonas del universo que retrata como de exaltar la sordidez de otras. Segundo, por la enorme presencia de Galán, sobreviviendo en una especie de limbo entre la profesión y la imposibilidad de contener a un hijo adicto al paco. Así es el mundo, una enorme mansión (la ciudad) por la que se desplazan dos fantasmas. Una es Brisa, la madre y actriz. Su porte es el de Gloria Swanson en Sunset Boulevard, el gran melodrama de Billy Wilder. Parece estar fuera de tiempo, anestesiada ante las circunstancias que la desbordan. El otro fantasma, ligado más a la dimensión de lo real, es su hijo, perdido en el consumo de pasta base, que aparece y desaparece, inaprensible. El exceso no es algo que atañe solo a los personajes, sino a la dinámica gestual y corporal de varios segmentos. Esto, que puede ser leído como un naturalismo despiadado, constituye el corazón formal de una historia que se centra en un vínculo imposible, en una existencia aletargada, de fuerzas irracionales que superan a sus protagonistas. El resto de los personajes son los humanos. El padre (Gabriel Corrado) se desentiende lógicamente cuando ya parece que no se puede hacer nada más. El director de cine (Rafael Spregerbuld) es todo lo engreído que se pueda esperar de la profesión. Y después está la amiga de Brisa (Mónica Raiola), capaz de aliviar la tensión con su simpático pragmatismo. Solo madre e hijo mantienen un lazo imperceptible a través de la desesperación, que apenas asoma en un contacto humano más deudor del instinto que de la razón. En este sentido, es notable el momento en que están sentados uno y otro en el internado. Los dos quisieran huir de allí y solo un mimo los salva.

Baldío carece de una estructura férrea desde el punto de vista narrativo, pero contiene momentos de intensidad dramática donde lo sugerido ocupa un lugar central. Son como gritos silenciosos, imágenes de una pesadez angustiosa atemperadas por un acercamiento que no busca estallidos. Un ejemplo lo constituyen los susurros de Brisa buscando a Hilario por los recovecos de una ciudad donde la noche y el día pesan demasiado. No deja de ser un regalo la enorme actuación de Mónica Galán antes de partir de este mundo.

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