El ornitólogo (2017), de João Pedro Rodrigues

Al igual que la naturaleza que la circunda, plenamente abierta y misteriosa, la película de João Pedro Rodrigues se consagra a lo indeterminado. Como en Morrer como um homem (2009) mantiene la incertidumbre acerca del tono genérico; al igual que en O fantasma (2000) y Odete (2005), la experiencia homoerótica se hace presente; y en consonancia con A última vez que vi Macau (2012) hay una aventura exploratoria, un viaje sensitivo. De manera tal que O ornitólogo pueda acaso entenderse como un compendio de uno de los directores más estimulantes de la actualidad.

En un bosque que nunca se termina, Fernando observa las aves y sus desplazamientos. Un trabajo de curiosidad científica parece convertirse en una obsesión cuyo eje pasa por la mirada en un juego de focalizaciones que instala, desde el principio, extrañamiento, como si el movimiento de los pájaros fuera un conjuro para lo que vendrá. Los distintos dispositivos ópticos utilizados como extensiones de la cámara refuerzan el carácter inconmensurable de un espacio abismal.

El idílico entorno entonces se vuelve amenazante y un accidente da lugar a una historia abierta a múltiples posibilidades y expectativas. La misma superficie desafiante de la película y sus variadas referencias religiosas invitan a lecturas tendientes a descifrar símbolos, sin embargo, existe algo más poderoso y placentero que las mismas imágenes plásticas y pictóricas ofrecen. Por ello, el mismo viaje que emprende Fernando da lugar al misterio, a la arbitrariedad, al azar, a una dimensión onírica que envuelve nuestra atención, interpelada para entregarse a la libertad que el mismo filme postula. Y de eso se trata, de consagrarse a la belleza de una experiencia increíble cuyo pilar cabe leerse como la transformación de la identidad de un hombre en un santo.

La singularidad de Rodrigues, una vez más, surge de su capacidad por desorientarnos, por no regalarnos certezas. De modo similar al mundo natural, una fuente de sonidos y de signos impredecibles que atraviesan la pantalla, el cine representa para este director un espacio sin certezas, sin bordes genéricos de los que sostenerse. Al igual que otras películas en las que el marco natural se torna una pesadilla (El parque, El desconocido del lago, por citar dos recientes), la historia está estructurada en gran parte por la sintaxis de los sueños, sin embargo, nunca pierde de vista la matriz proveniente del legendario santo portugués, Antonio de Padua, como horizonte narrativo. Y si la fe atraviesa la historia, O ornitólogo es también una cuestión de fe en el cine, en  su poder de persuasión hipnótica.

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