34 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. RESEÑAS BREVES (TERCERA PARTE)

Vitalina Varela de Pedro Costa / 8 puntos

La palabra documental le queda chica a Costa, por lo menos en un sentido convencional. La otra es denuncia. En todo caso, está la posibilidad de resistir. Resisten sus personajes en Cabo Verde, en una Lisboa oscura, pero también resisten porque hay un cineasta que los inmortaliza en pantalla, que les confiere un universo estético y simbólico como si se tratara de un imperativo ético que todo realizador comprometido debería tener en cuenta, a menos que se resignara al juego de la porno miseria. Vitalina Varela continúa un itinerario que comenzó en Cavalo Dinheiro (2014) y es una película sobre un regreso y un duelo, representado una vez más con interiores espectrales, susurros y una utilización única de la luz para dar forma a un mundo en penumbras. Si la noche parece eterna es porque la existencia misma de los personajes es un pantano de marginalidad. La escena que muestra la llegada de Vitalina a Lisboa es determinante por su ambivalencia. Mientras la abrazan le advierten que en Portugal no tiene nada, que se vuelva a donde estaba. El gesto de contención anticipa la fraternidad de una comunidad unida por la pobreza; al mismo tiempo, las palabras marcan la ausencia de un sistema capaz de hacerse cargo de la situación. No hay épica más allá de sobrevivir, la épica en la película de Costa está en su forma pictórica, que no es gratuita sino metafísica, y exige paciencia para quienes estén dispuestos a entregarse. El uso magistral de los primeros planos sobre el rostro de la protagonista, no sólo confirma a Costa como un maestro del cine contemporáneo, sino a un pintor cuya paleta ha dado en la clave para representar la negritud en su estado más puro. Por supuesto que hay cálculo, sin embargo, nunca es gratuito. Es un gesto político y estético. Vitalina Varela propone un deleite, busca ese placer propio de las películas de terror, con sus pasadizos secretos, con expectativas y temores. La diferencia la ausencia de estallidos. La secuencia con la llegada de Vitalina construye una atmósfera de irrupción que se asemeja a un momento álgido de ciencia ficción o terror futurista. Hasta que adivinamos la silueta de la mujer, Costa ha dilatado notablemente la acción y creado una atmósfera vampírica. Por último, en varios aspectos, Vitalina Varela es una historia de espacios: el desmoronado domicilio de Joaquim en un barrio pobre de Lisboa; y una casa idílica que la pareja construyó a mano durante su visita final, presumiblemente en días más inocentes. El luminoso final abre una puerta quién sabe a dónde.

La protagonista, de Clara Picasso/ 5 puntos

El comienzo de la película es una falsa promesa de comedia absurda. Tiene una frescura inusual para un contexto donde todo parece obedecer a la lógica estético/ideológica de lo mismo y anticipa una gran actuación de Rosario Varela. En un café, Paula le enseña conversación a un alemán en medio de interrupciones varias. Son los signos culturales del presente: el celular, el mozo que trae el café, las dispersiones propias de la actualidad que interfieren en cualquier tipo de comunicación. El corolario será un asalto, pero banalizado de manera tal que sirva como excusa, a través de una elipsis, para que Paula se haga famosa por haberlo frustrado azarosamente.  Una tragedia que no fue da lugar a la comedia. La gente le grita por la calle «mujer maravilla» y ella da notas, cumpliendo su sueño de ser reconocida, una forma de enfrentar su fracaso personal como actriz. La ligereza de esta primera parte despierta grandes expectativas, sin embargo, no faltará nada para que la historia desemboque en un itinerario existencial que se conecta con gran parte del cine abúlico porteño que suele llegar a las salas. Una puesta en escena esquemática a base de fundidos en negro que funcionan como enlaces, diálogos forzados y lagunas narrativas con aires de importancia sacan a la película de la comedia y la devuelven a un estado embrionario trágico inentendible. Una lástima.

Competencia Latinoamericana de Cortos / directores varios


Bocamina de Miguel Hilari (6 puntos): una puesta formal fuerte, bastante desangelada, estructurada básicamente en dos partes que podrían responder a tiempos diferentes. La primera ubica la cámara en el interior de una mina en Cerro Rico Potosí. Un grupo de trabajadores se desempeña allí y le permite al director generar esa sensación de lógica claustrofobia, aunque paralelamente es también una posibilidad de explotar una dimensión sonora interesante. La experiencia representa un desafío técnico destacable. Todo esto se da antes de mostrar primeros planos de los protagonistas (emulando un recurso a la película de Ben Russell, Good luck, que formara parte de la Competencia Internacional en otra edición de este Festival) cuyo sentido se advierte en la siguiente secuencia donde un grupo de chicos y jóvenes miran fotografía del lugar en el presente. ¿Habrán muerto esos mineros? ¿Son sus antepasados? // Jiíbie de Laura Huertas Millán (5 puntos): incursión experimental con fusión de historia, ecología y onirismo donde se aborda el origen mítico de la planta de coca. Desde el comienzo se advierte que no es una película sobre el polvo blanco para dar paso a un monocorde registro cuyos signos son la oscuridad prácticamente y una voz en off nativa que da detalles del tema en cuestión. Pese a la rigurosidad formal y a cierta búsqueda estética, el corto parece entrar en un freezer del cual nunca sale. // Plano controle de Juliana Antunes (7 puntos): lo mejor del cine brasileño en el presente viene de Belo Horizonte, sobre todo con propuestas arriesgadas, sin concesiones y con una libertad infrecuente en aquellas películas que buscan el aplauso internacional. Se trata de cineastas que ponen en escena puntos de fuga, ya sea fusionando géneros o abordando temáticas abiertamente, como si fueran una respuesta al cerco bolsonarista. En esta pequeña locura, Antunes parte de la posibilidad de que a través de un celular uno se pueda teletransportar a otra ciudad del mundo, una oportunidad inmejorable para huir del presente político de Brasil. Sin embargo, contra el señor mercado no se puede y la experiencia se frustra: en Latinoamérica las cosas son así, nada funciona y para que resulte hay que pagar un plan de datos más caro. Con esa disparatada excusa, el corto incursiona en el humor sin pelos en la lengua, con avances y retrocesos temporales donde se respeta el registro de las imágenes según la época. El remate es genial y expresa en toda su naturalidad un destino alejado del monstruo actual.

El cuidado de los otros de Mariano González / 7 puntos

Tanto en Los globos, la película anterior de González, como en El cuidado de los otros, el mundo es un lugar vulnerable, sobre todo para los chicos. Es un drama que excede en este caso las clases sociales. Un error puede transformarse en una pesadilla cotidiana. Luisa (Sofía Gala Castiglione) tiene dos trabajos. En uno de ellos, cuida a niños temporalmente, sobre todo a Felipe, el pequeño hijo de una familia porteña. El incidente con una puerta, la presencia de su novio en el departamento y un descuido sumergen a Luisa en un itinerario desesperante. Claro está, la desesperación está contenida y nunca las estridencias se imponen sobre un relato narrado con golpes sobrios de montaje y una efectividad narrativa que evita las explicaciones. La procesión de la protagonista es encapsulada por una cámara que nunca suelta al personaje, que acompaña su incomodidad existencial en un viaje donde el pánico y la incertidumbre se manifiestan a través de miradas, algún que otro desahogo y decisiones que parecen empantanar más el horizonte. Hay un calvario personal que pone a Luisa en una situación angustiante mientras el resto desfila sin saber muy bien qué hacer. No obstante, al drama individual, González le suma el otro, el colectivo, propio de una sociedad que ha naturalizado el trabajo precarizado (sea en la fábrica o en las casas donde familias pretenden cubrirse de sus pagos en negro). Con una mirada que no se refugia en proselitismos ni abusa de la hinchazón estética, González da forma a la punta del iceberg, con austeridad, despojamiento y precisión a la hora de trazar los comportamientos de los personajes. En los matices se encuentra el perfil de cada uno, en una realidad donde es difícil perdonar, aceptar y tolerar. Como en Los globos, hay un pasaje culminante, una decisión que abre una nueva posibilidad. Ni condena ni victimización. El cuidado de los otros, tal vez desconcierte en el contexto de una competencia donde todo se erige como importante. En lo no dicho, en lo no mostrado, radica su principal fuerza.

Those that, at a distance, resemble another de Jessica Sarah Rinland / 4 puntos

Filmar la intimidad de un proceso de restauración y conservación es el tema de este documental. ¿Qué se ve la mayor parte del tiempo? La dilatación de un procedimiento cuya mirada microscópica no sale del registro de unas manos, muchas veces fuera de foco, lidiando con piezas (colmillos de marfil). El lazo que une lo ecológico con el museo es el núcleo de un discurso que invita a la reflexión, mientras los trabajadores mantienen un ritual que apenas se interrumpe por algún intercambio de palabras fuera de campo o es acompañado por unos acordes de música popular. La omnipresencia de lo táctil es una evidencia que acapara la mayor parte de la hora y pico que dura el experimento. Claro está, las implicaturas y el título son más importantes que el resultado en términos visuales. La película se agota a los diez minutos y nuevamente la arbitrariedad del montaje cobra protagonismo, sobre todo porque hay excesiva descripción y, lo que es peor, una falta de contagio de esa pasión que ponen quienes se dedican a tan monumental tarea. Tal vez, ese despojamiento sea demasiado y se paga caro.

Le Cousin Jules ,de Dominique Benicheti/ 7 puntos

Un registro de (lírica) observación sobre el campesinado francés en dos partes. La importancia de la película está dada por su época (1972) dado que el método documental empleado es hoy moneda corriente. Pero más allá de la contextualización, la película se destaca por sostener un ritmo desde la más absoluta cotidianeidad, siguiendo la labor de ancianos consagrados al trabajo de toda su vida. Sin diálogos y potenciando los sonidos de las herramientas que utilizan, hay una continuidad coreográfica que las mismas máquinas otorgan mientras un herrero se mueve en su galpón. A lado, su mujer. Una comunión que va más allá del tiempo en que las miradas y los cuerpos arrugados lo dicen todo. Ya en la segunda parte, el contraste es evidente, aún sin alterar el método. Un funeral fuera de campo conecta con el episodio anterior y un matrimonio más joven de agricultores participarán de la ceremonia, una triste profecía, acaso, de un mundo donde los campesinos se extinguirán progresivamente en un proceso de transformación inevitable.

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