Las mejores películas argentinas de 2019

Construcciones, de Fernando Martín Restelli

A primera vista parece reiterar varios de los procedimientos de observación de tantos documentales vistos y transitados por festivales: la morosidad, la exploración de espacios cotidianos y el recorte de un personaje para seguirlo en su intimidad. Todo esto está en el filme de Restelli, sin embargo, detrás de esa tela formalista hay un realizador que no detenta soberbia en su mirada y que mantiene una cercanía tan cómplice como afectiva con Pedro, un trabajador, y su hijo Juampi. Dos son los lugares destacados. Por un lado el ámbito laboral, una construcción que Pedro debe cuidar, entre máquinas y desechos mientras escucha la radio o ve en televisión las promesas de políticos o estadísticas sobre ocupación hotelera de turistas que se encuentran a años luz de la realidad que le toca a este hombre, capaz de recorrer todos los días un largo y sinuoso camino hasta su precaria casa para estar con su hijo. Ese contrapunto (un tanto subrayado) grita presencia: la única forma de contrarrestar la obscenidad del poder y aguantar la situación de vulnerabilidad es a través del afecto, del amor. Materializar la existencia de un modo de vida al margen de la burbuja de las capitales y de los que más poseen es la intención de un director que es capaz de devolver la pelota al niño detrás de cámara en vez de cortar. Mientras otros elevan la vista desde una montaña, Restelli se mezcla con sus personajes y su cámara nunca pierde de vista la humanidad de sus vínculos, que también se construyen, y de manera más sana y más limpia que las obras del gobierno.

Cairo Affair, de Mauro Andrizzi

Como si se tratara de un juego borgeano, Andrizzi postula una realidad autónoma donde las imágenes documentales establecen el puente a la imaginación, a la gravitación de la ficción verbal marcada por los subtítulos e intertítulos que tejen tramas como si surgieran de Las mil y una noches. Se trata de una disociación interesante: mientras se registra con calma un espacio cotidiano (una calle, un hotel, la fachada de un edificio) las historias avanzan compulsivamente, desde supuestos espías a tiburones que amenazan la integridad de turistas, pasando por biografías inventadas (?), con los protagonistas casi siempre fuera del campo visual. De este modo, una imagen documental se resignifica y es absorbida por la ficción para ser transportada a otra dimensión.

Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza

Loza teje una trama sin sobresaltos, pausada, signada por la sensación de estar confortablemente adormecidos a medida que nos internamos en el itinerario de los tres amigos. Puede que prevalezca un estiramiento innecesario o que cierto distanciamiento en algunos tramos resienta el resultado, pero no hay manera de permanecer indiferentes ante aquellos momentos donde la belleza de las imágenes o la aparición de los versos de Almafuerte en un pasaje clave, golpean con fuerza la sensibilidad. Loza es un melancólico que continúa divirtiéndose.

De nuevo otra vez, de Romina Paula

En De nuevo otra vez, hay un descentramiento productivo y una lógica que no admite la representación de la maternidad desde los discursos tradicionales y conservadores. Incluso pone en cuestión la mirada que se funda en la propia anatomía femenina. Decía Simone de Beauvior que “No se nace mujer, se llega a serlo”. En este sentido, la película apuesta a la autoficción como un modo posible y eficaz para desarmar mandatos. Frente al mito, aquí hay una madre que se hace, se cuestiona, que desea (más allá de su pareja y del sexo de su pareja), que no se muestra segura, que puede convivir a la distancia sin que ello implique una tortura ni sea la excusa para otra de las histerias endilgadas a la mujer, que prueba, que se interroga y que no elige cerrar con certezas. El tramo final (que en la lógica establecida por el montaje podría estar ubicado al principio) da cuenta de que el tiempo de la película es gerundial, un presente continuo, donde el sujeto se construye a medida que aparece, en la naturalidad de los espacios cotidianos con Angela y Ramón, con un alumno, con sus amigas, y revisa verbalmente esos actos que lleva a cabo y los que la atraviesan.

La visita, de Jorge Leandro Colás

Una muestra más de la inteligencia de Colás para tratar esa delgada línea entre lo que vemos y lo que debemos ver realmente. Cuando la cámara se aleja, los planos de conjunto refuerzan la solidaridad de las protagonistas. Ellas también están presas en ese mundo que describen como “la ley de la selva” y saben bien que todas las autoridades gubernamentales hacen la vista gorda ante la precariedad de un sistema viciado por la corrupción donde solo el dinero marca la diferencia. Frente a ello, la unión es la única salida. Allí está Bibi para sostener a las más jóvenes a partir de su larga experiencia. Ella también tiene una historia y a partir de ella entendemos que, más allá de la persistencia y la esperanza, existe un vínculo un tanto enfermizo con ese lugar al que acude todos los días. Una vez más, asoma un discurso implícito. Una vez más se destacan esas zonas ambiguas que tan bien construye el documental con su registro observacional.

Método Livingston, de Sofía Mora

Pero hay un aspecto más, que excede al personaje mismo y que puede leerse como un subtexto ideológico. Mientras centenares de documentales se caen en un pozo de agobio subyugados por el imperativo narcisista en su enunciación, Mora le cede el protagonismo a un infrecuente humanismo, sobre todo en los tiempos que corren. Y ubica la(s) historia(s) en un presente que demanda esta clase de visiones y de pasiones frente a la impersonalidad y la indiferencia. Uno de los principios clave para ejercer la profesión es la pasión; el otro, la solidaridad. En tiempos de clientelismo, cifras económicas tiradas al vacío robótico por ministros y políticos encerrados en torres de cristal, ciertas imágenes del pasado tienen una resonancia especial. Por ejemplo, el paseo discursivo que le propina Livingston a Bernardo Neustadt en su propio programa cloaca llamado “Tiempo nuevo”. Se trata de un segmento notable por el desenfado con que enfrenta al periodista colaborador de las peores etapas de la historia argentina en el mejor terreno posible. Tales gestos, ausentes por lo general en el mundo del patoterismo anónimo y de la vulgaridad estandarizada gracias al comentario pasajero, son dignos de reivindicar en una figura como Rodolfo Livingston. La claridad de sus conceptos, su forma de transmitir conocimiento y fundamentalmente su pasión son atributos que Mora sabe enaltecer en pantalla y que, más allá de un homenaje (palabra que Rodolfo hubiera asociado con los crueles formatos de la vejez), es un acto de admiración transferido al espectador.

Hasta la muert7, de Raúl Perrone

Otro momento significativo de este viaje, cuya épica descalza pasa por sobrevivir día a día, surge de esos momentos de planificación que corren a la película del género documental, por lo menos en su acepción clásica. La pareja está en una sala mirando un documental sobre Francis Ford Coppola. La alusión parece jugar en un doble sentido. Es la posibilidad de recuperar un espacio de sueños para aquellos a los cuales les han sacado hasta esa chance, pero también opera otro contraste: toda la ambición del cineasta americano frente a la modestia de un film pequeño pero gigante por su humanidad. Un eslabón más en la cadena de la poética antiautor de Perrone, cuyo blanco principal lo representan aquellos que reclaman presupuestos gigantes para filmar. Al Wagner que acompaña las imágenes de Apocalipsis Now, Perrone sumará más tarde un lento ochentoso para que María y Bonifacio bailen apretados en un salón.

El Profes10n4l, de Martín Farina

Mientras suceden los créditos finales de la última película estrenada del joven y prolífico Martín Farina, se escucha El karma de vivir al sur, enorme canción de Charly García: “Me vas a hacer feliz /Vas a matarme con tu forma de ser/Me vas a hacer reír/Vas a matarme con tu forma de ser”. Pocas veces un tema puede condensar tan bien el sentido de una película. Ituzaingó es la patria de Perrone y su hermoso karma, hacer cine desde allí. Lo tiene en claro Farina desde las primeras imágenes. En ese cielo, en esas calles, en esa casa y en esos objetos está el mundo del Perro, y también su modestia. No podía comenzar de otro modo. Un espacio, una poética. Allí nace todo. Una vez establecido el territorio, el resto es rodaje, esa experiencia anhelada con la voracidad propia de un director que no pierde el tiempo y que se guía por una pulsión contagiosa. Uno de los temas que atraviesan el documental es el tema del tiempo. El tiempo que se pierde inevitablemente, el tiempo que vale oro, el tiempo que lleva a hacer una película para acercarse lo más posible a lo que uno pensó, sin desconsiderar la magia que pueda surgir durante la filmación. Pero quien crea ver esto como una tortura, deberá buscar por otro lado. El Profes10n4l es una comedia, un genial acontecer, un día “perronista” que alterna “ganas de matar” y “felicidad”, como la canción de Charly. Antes que impartir conocimiento, transmite una experiencia. El Perro parece Fellini con su sombrero y sus berrinches, y hasta tiene a su propia Maria Antonietta Beluzzi, la eterna tetona de Amarcord.

Playback. Ensayo de una despedida de Agustina Comedi

Una vez más Agustina Comedi aborda las relaciones entre cuerpo, identidad y poder en Córdoba, en este caso, al final de la dictadura. Para ello utiliza un notable montaje con archivos donde vemos al Grupo Kalas, un colectivo de travestis y transformistas que intentaban romper el cerco autoritario de la docta y católica capital argentina (dicho sea de paso, la resonancia en el presente es importante para un cine que, salvo raras excepciones, alude poco y nada a su conservadurismo actual). La voz en off es la de Delpi, una de sus integrantes. A ella y a la directora le debemos un hermoso final para contrarrestar el dolor.

El cuidado de los otros, de Mariano González

La procesión de la protagonista es encapsulada por una cámara que nunca suelta al personaje, que acompaña su incomodidad existencial en un viaje donde el pánico y la incertidumbre se manifiestan a través de miradas, algún que otro desahogo y decisiones que parecen empantanar más el horizonte. Hay un calvario personal que pone a Luisa en una situación angustiante mientras el resto desfila sin saber muy bien qué hacer. No obstante, al drama individual, González le suma el otro, el colectivo, propio de una sociedad que ha naturalizado el trabajo precarizado (sea en la fábrica o en las casas donde familias pretenden cubrirse de sus pagos en negro). De ahí también la lógica del título, utilizada en el doble sentido de la desprotección.

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