Araña, de Andrés Wood (2019)

EL CINE DE CONSIGNAS

Por Guillermo Colantonio

En el comienzo de Araña se ve a dos personajes que, de diversos modos, interfieren sobre situaciones. Primero, una mujer (Mercedes Morán. ¡Ay, ese tono impostado!) le solicita a un entrenador de fútbol infantil que ponga a su nieto. Más que un pedido es una interpelación. Luego, decide agarrar al niño y llevárselo. Su voluntad individual parece sobrepasar cualquier espíritu colectivo de convivencia. En otro contexto, vemos la mirada amenazante de un hombre (Marcelo Alonso) recorriendo las calles donde la violencia es moneda corriente. Cuando advierte el robo de una cartera, persigue al ladrón y lo atropella (revienta) con su auto. La escena coquetea con Taxi Driver de Martin Scorsese, sin embargo, la diferencia es abismal. La película de 1976 mostraba el síntoma de una sociedad enferma eludiendo las causas (Vietnam). Andrés Wood abandona las sutilezas y las zonas de confluencia ideológica de Machuca (2004), el mejor film del director, e inmediatamente subraya una idea para la que trabajará durante toda la historia, a saber, que el presente es un depósito de rebrotes de extrema derecha en Chile que conviven con aquellos que se han reciclado. Entre ellos, el grupo parafascista Patria y Libertad, del cual formaron parte los dos protagonistas del comienzo, al que se le suma un tercero en cuestión.

El presente activa el pasado. Sobre la alternancia se juega el desarrollo de la trama. El hombre del auto es Gerardo; la mujer es Inés. Ambos tuvieron un pasado en común de militancia y una relación pasional a espaldas del marido de ella, confinado al patetismo en la actualidad. La situación se ha modificado. Inés es una empresaria de personalidad fuerte, gran bebedora de whisky, y Gerardo acentuó el fanatismo extremo a tal punto que guarda un arsenal de armas para limpiar a Chile de todos los que atentan contra el nacionalismo. Una cierta tensión flota sobre cómo reaccionarán cuando se encuentren. A ella le importa que el pasado no la perjudique, pero la calienta el recuerdo de su compañero ahora preso. Pero si el erotismo y la pasión aparecen como puntos a favor, no es un melodrama lo que vemos. La preocupación de Wood es que cada plano resigne su condición de materialidad cinematográfica a cambio de una idea, de un significado, de una obviedad, donde las consignas sustituyen a la construcción de los personajes y de los acontecimientos en cuestión (notar la última y patética aparición de Gerardo en la Iglesia Evangélica).

La novedad radica en un enfoque centrado en una facción política a la cual la ficción no nos tiene acostumbrados, y más si se respeta la pasión y el goce con el que desatan su bilis hacia el comunismo, un punto de vista que pone a prueba la moral del espectador en tanto y en cuanto se cuestiona si empatiza o no con los personajes centrales. El principal problema que se advierte, más allá de que las razones están expresadas con la rabia lógica de contrarrestar supuestamente esa locura ideológica y notar de qué modo se recicla en el presente, es que la ilustración de la tesis invade absolutamente todo el relato. Y para peor, las escenas que dan cuenta del pasado atrasan estéticamente (mucho color con olor a amores perros y tangos feroces). Contrariamente a Machuca, con la cual dialoga inevitablemente, donde los vínculos privados entraban en conflicto con los ideológicos, acá todo está muy claro y los estereotipos, sobre todo a la hora de señalar a los marxistas con pintadas, pelos largos y carentes de voz ni voto, están a la orden del día. Tal vez no sea una cuestión del propio Wood (quien dirigió ese complaciente y cálido homenaje a Violeta Parra a 2011, Violeta se fue a los cielos) sino de la presencia de la 20th Century Fox como parte de la producción y la exigencia segura de una estética asimilable e inofensiva. En otras palabras, Araña es en relación a Machuca, lo que Los soñadores (2003) a Último tango en París (1972) de Bertolucci (salvando las distancias, claro). El didactismo de la historia es otro de los males de gran parte del cine contemporáneo y las reglas del mercado promueven este tipo de miradas “importantes”, seguras de captar las buenas conciencias de una clase media que necesita este cine infográfico signado por la más absoluta obviedad, que tiene sus momentos, por supuesto, pero que no hace más que congelar matices. Eso sí, técnicamente irreprochable.

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