35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Competencia Internacional. Sophie Jones (2019) de Jessie Barr, EE.UU

“Desde que tu madre se murió, te convertiste en una ninfómana loca”, le dice una amiga a Sophie Jones, la adolescente protagonista de la película de Jessie Barr. Lo de ninfómana es una apreciación; lo de loca es el recurrente estigma que se estampa cuando las conductas de los otros no se corresponden con aquello que concebimos como racionalidad. Y Sophie ha perdido a su madre, está haciendo el duelo, y la historia versa sobre la transición de ese duelo justamente. Allí donde no existe un centro, se busca, se choca, se experimenta, se vive como se puede. En este sentido, la película gira en torno a la tristeza, y para ello se recurre a los ingredientes característicos del Indie norteamericano: canciones melancólicas, tonos azulados, cortes herederos de videoclips y personajes naturales que entonan versos con sus guitarras. Es la generación de los jóvenes que cogen y hablan de Perros de la calle. Años luz están del universo de los adultos, más cercanos a pastores que a padres.

Sophie Jones juega sus cartas en el terreno de lo emocional, pero también en el de una sensibilidad femenina que si bien distingue quiénes son los varones torpes, no plantea una visión uniforme al respecto. La protagonista es un hallazgo (es la prima de la directora) y construye un personaje que termina siendo un ícono en pantalla. Porta un jardinero, otras veces una remera que dice Welcome to my Nightmare y se mueve por diversos lugares, entre su casa, fiestas, paseos y encuentros con chicos. A veces descarga su ira con la música al palo en el auto, pero también, otras veces, llora su tristeza. Entre actitudes que son similares a una posesión y una ternura que saca a relucir por momentos, existe mientras procesa la muerte de su madre, oliendo su ropa, guardando sus cenizas. Y es como si la desaparición física activara una voracidad por quemar etapas (torpemente). El tema es que el espectro todavía pulula alrededor sin necesidad de que lo veamos.

Da la impresión de una película deshilachada, en busca de momentos. En todo caso, podría considerarse una búsqueda de pequeñas epifanías musicalizadas. Ciertos paseos por lugares arbolados o el final a la orilla del mar parecen confirmar que los planos están más consagrados a visualizar versos que a concatenarse orgánicamente en una historia lineal. La clave, en todo caso, es atmosférica, no narrativa. Y en ese tránsito temporal, existe un equilibrio, aunque también un enfoque timorato en algunos pasajes donde la visión se transforma más en maniquea (un ejemplo es el padre). Sobresale sin lugar a dudas la magnífica presencia de la protagonista, cuyos impulsos nacen del dolor, pero también del imperativo social de pertenencia a una juventud guiada por los estereotipos de Barbies o de machitos varones con ganas de ponerla. Significativa es al respecto una escena en la que Sophie eyecta a un joven que, en lugar de acompañarla en su primera relación, podría decirse que solo está encima de ella.

Pese a la melancolía que transmite, Sophie Jones es una película visualmente feliz cuyo horizonte se revela en una hermosa secuencia final, el momento en que la protagonista comienza a crecer. El mar siempre será para el cine ese lugar de replanteos, de cierres de asuntos pendientes, el comienzo del fin o el fin para un nuevo comienzo.

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