35 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. MÁS RESEÑAS

Moving On, de Dan Bi Yoon

Los líos amorosos de los adultos, la casa del abuelo, una jovencita y su pequeño hermano. Tres generaciones. Como suele ocurrir, los del medio siempre complican todo. La historia avanza lenta y lacónicamente como si estuviera afectada por el calor sofocante de los ambientes. Los interiores de la casa evocan algunos climas de Ozu, principalmente en un registro que parece encapsular los espacios mientras los personajes se desplazan o simplemente no están en el campo visual. Okju, la protagonista adolescente, es la que sufre la falta de privacidad. Su procesión va por dentro. Mientras tanto, se resiste a ver a su madre, e interpela al padre. Hay escenas dramáticas contenidas y otras que son concebidas desde la ternura que despiertan la espontaneidad y la gracia de los actores, principalmente el niño de la familia y sus bailes. En esa dimensión de lo cotidiano, que no es abúlica, nada se subraya y el tiempo obedece a una fluidez narrativa justa y agradable. Podría pensarse en un exponente más dentro del conjunto de películas amenas, no obstante, ciertos momentos exceden ese reduccionismo mediante una luminosidad que es perceptible en pantalla, cuando el cine absorbe la corriente de la vida.

Selva trágica, de Yulene Olaizola

El espacio es un elemento central en la filmografía de Olaizola. Sus películas parecen estar concebidas desde el halo de misterio que despiertan, y así lo hace saber el ojo/cámara que explora los lugares y los tiñe de un saber metafísico. Incluso, cuando son naturales, hasta la impronta de Herzog asoma como una marca indeleble. Así lo confirma el comienzo de Selva trágica, con esa selva que “mucho te da y te quita”, escenario de fuga, de violencia colonial y de deseo. La apropiación del imaginario indígena como resistencia al dominio y la explotación es el teatro de fondo para el padecimiento de una joven esclava que huye y se interna en la frondosidad de un laberinto, para ser atrapada nuevamente. No solo es imponente el registro de los días, sino de las noches, sobre todo una, la primera, una tragedia vivida en la más absoluta soledad, una estampa hermosamente siniestra cuya poesía no evita el dramatismo de la situación. Luego, hay una historia donde los hombres se comportan como animales y los animales ofrecen más bondades que los hombres y la lucha por sobrevivir desde el punto de vista de una mujer en 1920. Es un pecado no poder ver la película en una sala cinematográfica. Olaizola va entrando progresivamente a las grandes ligas. Ojalá no se contagie del prestigio festivalero.

Los conductos, de Camilo Restrepo

Un asesinato, el robo de una moto y un primer conducto: del orificio de la bala en el cuerpo de un hombre pasamos al agujero de un tanque de nafta. Son signos de violencia. Hay un imaginario recreado en la película que incorpora lo que comúnmente se sabe sobre los países latinoamericanos, sin embargo, una vez más, Camilo Restrepo se ocupa más de las formas que del contenido, sobre todo, eludiendo la contaminación mediática al respecto.

La composición de la imagen, con texturas diversas, es una de las notas distintivas para narrar una historia fragmentariamente, la de Pinky, personaje con una vida que va desde hacer malabares en los semáforos hasta huir de una secta religiosa. Lejos de de la linealidad, el relato se arma a partir de retazos que incluyen intervenciones en off, subtramas y toda una serie de recursos que desplazan los mecanismos convencionales de la biografía, comenzando por la ruptura temporal.

Por momentos, da la sensación de una película expresionista en colores, en otras ocasiones un documental sobre la ciudad y con frecuencia, una larga secuencia surrealista/musical. En esta mixtura genérica, acaso el mayor inconveniente surja de la sensación de que el recurso esté por encima del personaje o de lo que se cuenta. Incluso, que cierta postura hierática, desangelada, le quite vida e intensidad a situaciones que lo ameritan. Es cierto que la labor de Restrepo se funda en la recontextualización de hechos, cualquiera sea su naturaleza, y que su campo principal es el de la experimentación sonora y visual, pero queda un dejo de arbitrariedad en el empleo del tiempo para sostener un ejercicio estético antes que una película orgánica.

Lo anterior permite hablar de momentos. En algunos de ellos habita una fuerza que los transforma en segmentos autónomos, tal como la narración de los payasos Tuerquita, Bebé y Pernito mientras un auto circula por un túnel. La audacia lírica de Restrepo se hace sentir en los materiales que elige, en las posibilidades expresivas que le permiten el rodaje en 16 mm y el formato 4:3, sin embargo, la recurrencia a los símbolos, las elusiones para abordar cuestiones pesadas de la realidad colombiana, están más cercanas a la pose que al riesgo y son evidencias, sospecho, de sustituir una postura ideológica más clara por concesiones complacientes a un circuito festivalero de corte europeo. Es solo una hipótesis, ninguna conclusión definitiva.

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