Bafici 2021. Breviarios: rápido y furioso.

Fellinopolis, de Silvia Giuletti

El universo de Federico Fellini es inagotable, por eso continúan apareciendo cosas. En esta oportunidad, la película de Giuletti toma como principal fuente los registros filmados por Ferruccio Castronuovo y nos sumerge en los rodajes y en imágenes que se niegan a caer en el olvido. En esa ciudad estado que es el Set número cinco de Cinecittà, Federico dio rienda suelta a gran parte de su imaginación, recreando cada fantasía y cada sueño de modo artesanal, confirmando el dote de gran mentiroso. Además de revivir momentos de películas como La ciudad de las mujeres, es interesante el documental para observar esa energía única de Fellini cuando dirigía, con sus ojos desorbitados, una gestualidad propia de un poseído, hecho que llevó a algunos a acusarlo poco menos de dictador o a afirmar que Cinecittà parecía Guantánamo. Pero lo cierto es que se advierte voluntad, exigencia y magia, condiciones necesarias para sacar de cada colaborador, actores y actrices lo mejor para dar forma a ese mundo distorsionado y fascinante que nació en Rímini y se perpetuó en cada film. Un rescate más que emotivo estos metros de celuloide puestos en escena en este noble documental, de esos pequeños oasis que se hallan en los festivales.

Responsabilidad empresarial, de Jonathan Perel

La película está concebida a partir de un informe que prueba la responsabilidad de varias empresas en la represión de la última dictadura militar en la Argentina. Lo primero que llama la atención es que se trata de un libro que aún no vio la luz. Por ello, el recurso al que apela Perel es la lectura en off de la complicidad en la represión y la desaparición de trabajadores y trabajadoras en esos años oscuros. Mientras tanto, la cámara permanece a una distancia considerable de las fachadas de dichas empresas, aún vivitas y coleando con total impunidad en el presente. De modo tal, que estamos ante un viaje cuyas paradas son siniestras.

Lo anterior, que a priori puede juzgarse como un procedimiento desangelado, obedece a un compromiso ético que elude cualquier tipo de aproximación mediática a la cuestión. El punto de vista sostenido desde una neutralidad tonal confirma lo anterior, pero al mismo tiempo se sustenta desde una perplejidad que se comparte a partir de lo que escuchamos: nombres conocidos de clanes empresariales, directamente involucrados con crímenes de lesa humanidad. No es frialdad, en todo caso es ese miedo latente ante la vigencia de estos monumentos de corrupción, corporaciones que manejan nuestra economía. Nunca es tarde para decirlo y el cine, entre otras funciones, es el arte más apropiado para tal labor.

Algo se enciende, de Luciana Gentinetta

En Lomas de Zamora aparece el cuerpo sin vida de Anahí Benítez, femicidio que impacta en sus compañeros y compañeras de colegio, movilizados para encontrarla, primero, y buscar justicia, luego. Han pasado los años y Luciana Gentinetta vuelve al colegio y a los testimonios de quienes llevaron a cabo la movilización, para interpelar los recuerdos y las formas en que todo sucedió. Uno tiene en claro desde el principio que la película es el resultado de esa lucha. Sin embargo, también están las cicatrices de semejante dolor y la impotencia ante lo ocurrido, sostenidas por un caleidoscopio de versiones que nunca abandonan el registro afectivo. Un punto a favor de la construcción del documental es la manera en que entran en juego los espacios, sobre todo el del colegio, un protagonista ineludible. Los chicos y las chicas que hablan lo sienten como una casa y estamos hablando de la educación pública que, a pesar de las visibles dificultades, todavía es el lugar para convocar, tomar decisiones y forjar una personalidad política a partir de la cual se conquistas cosas. Implícitamente hay una enunciación que legitima el orden público. Los pasillos, las aulas, las paredes gastadas y pintadas, son ejes de pertenencia. Pero al mismo tiempo son observados por la cámara en diversas situaciones, con sus patios concurridos o vacíos, antes y después de la tragedia. Más allá de algunos altibajos, es un debut promisorio de la joven realizadora.

Concierto para la batalla de El Tala, de Mariano Llinás

Un registro devenido en película, un ejercicio con dos o tres surcos posibles. Uno es el concierto preparado para la ocasión por Gabriel Cwojnik, es decir, el acompañamiento musical para las memorias del General Lamadrid, personaje evocado como el primero de los mártires unitarios (según Llinás).  Se trata de un surco elegante. Otro es una serie de intertítulos sobre fondo blanco que expresan las intuiciones del director sobre el pasado y el presente, un recurso que denota cierta fragilidad como la visión de la historia que propone. Agarrarse de eso para una discusión política parece un chiste. Un tercer surco lo constituyen esos descansos perezosos de pandemia donde se filman “los bordes”, una excusa para llenar rincones con partes de su casa, del estudio y tapas de libros o páginas marcadas. El conjunto es un combo deshilachado que solo se salva con algún momento simpático donde la familia de El Pampero entona unas estrofas, pero la inclusión de dos tipos al final en un enfrentamiento de esgrima se pretende como alegoría y acaso sea una broma. No puede haber connotación donde ya está todo dicho. Y adelantan que este es el primer episodio de una serie…

La verdad sobre La Dolce Vita, de Giuseppe Pedersoli

El punto más vulnerable de esta simpática película es ese estilo de dramatizaciones donde aparecen pelucas y maquillajes inverosímiles. En efecto, si bien Luigi Petrucci se carga bien a la figura mítica del productor Peppino Amato (clave para que la película de Fellini pudiera terminarse y estrenarse, pese a todos los obstáculos financieros y eclesiásticos), el abuso del recurso inclina la balanza para el ridículo. No obstante, no puede obviarse el interés que despierta la trama, un campo de tensiones entre director, productores, curas y políticos. Y si bien la megalomanía de Fellini sería impensable para esta época de tibios, es justo decir que tipos como Amato hacen falta. Pedersoli combina registros fílmicos, documentos, cartas y ficcionaliza diálogos y situaciones a fin de armar ese rompecabezas que prácticamente le costó la vida al productor, un intermediario entre los sueños y los intereses económicos. El precio fue alto, pero el protagonista confiesa que ha vivido, que ha dejado algo para la posteridad. Como buen tano, nos gana por la vía afectiva.

El libro de los placeres, de Marcela Lordy

Itinerario emocional de una maestra brasileña que se va trabajar a Río de Janeiro para escapar de su padre y del control de su hermano luego de la muerte de la madre, que pesa como un ropero. Desde el primer contraste de planos (la luminosidad de los chicos en la escuela/las penumbras de un cuarto de departamento) aprendemos la incompatibilidad que existe entre Lori y el mundo, entre su cuerpo y el afuera. Una suma de fobias, de miedos y de indecisiones gobierna su vida, hecho que le impide, además, disfrutar de las relaciones que tiene, entre ellas, con un profesor/filósofo argentino llamado Ulises (sí, más tarde, veremos que está siempre la tentación de meter asociaciones con La Odisea). La película (adaptación de un libro de Clarice Lispector) tiene sus momentos, pero es una extraña mezcla de una pátina medio berreta de erotismo de otra época con los problemas que rinden muy bien en el presente, y sobre todo, uno de los tópicos más transitados: la angustia existencial urbana. De todos modos, hay que destacar la labor de la protagonista (Simone Spoladore) y el trabajo de cámara que nunca la suelta para trazar una imagen convincente de personaje.

Tan tarde tan pronto, de Daniel Hymanson

Otro exponente de la oceánica vertiente del registro de observación. En este caso, una cámara metida en la intimidad de dos artistas, Jackie y Don, en la casa que han convertido en su propia obra. Hay momentos divertidos, conversaciones banales y reflexiones implícitas sobre el paso del tiempo y el impacto en los cuerpos. Sin dramatismo y con la voluntad por rescatar principalmente el punto de vista de la mujer, capaz de bailar con Sade de fondo o armar una puesta escena de valijas rosas en una habitación. Lo bueno es que Hymanson se pierde en sus excentricidades, respetando y cazando humores y tensiones. Lo que se ve es lo que hay, sin elaboraciones discursivas que entorpezcan una idea bastante clara: estamos hablando de dos personajes que, por más singulares que nos resulten, son así (más allá de la ilusión de verdad del registro) y parecen haberlo disfrutado. En todo caso, podemos revisar nuestras limitaciones. El principal inconveniente de estas propuestas sigue siendo la arbitrariedad del tiempo en el recurso elegido.

Cuando la primavera se escapa, se libera del sueño, de Eugenia Alonso y Josefina Pires

Un hermoso título que da cuenta de un logro. La vía afectiva (sin exacerbación ni lástima) es el modo que eligen las realizadoras para ofrecer otro registro donde el cine (más allá de cuestiones formales pensadas) se asocia con lo personal y deviene como un camino terapéutico. Esta no es necesariamente una historia de vida, sino de un desafío que involucra a una madre actriz, Eugenia Alonso, y a su hijo Ulises. No existe un orden establecido puesto que todo parece dar la sensación de presente; la película se va haciendo a medida que la experiencia transcurre en diversos espacios, el de la casa propia, el del teatro (la otra casa), la escuela. Sin embargo, el principal desafío de la película es de qué modo disociar lo anterior del exhibicionismo, un problema al que se enfrenta la cinematografía actual, aunque sospecho que parte de la vida de Ulises es mucho más interesante para compartir que varios caprichos circundantes.

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