La vuelta de San Perón, de Carlos Müller, 2019. Una carta a su director.

Hace un tiempo tuve el gusto de ver La vuelta de San Perón, un hermoso documental realizado por Carlos Müller a partir de un cortometraje de misteriosa procedencia en la que se ve a una mujer llamada Norma Teresa Cuevas de Aresta, madre de 17 hijos , donde cuenta sus ilusiones y la esperanza que le despierta la llegada de Perón nuevamente al país. La película es un fascinante recorrido que devela progresivamente el origen del corto, pero al mismo tiempo abre otras puertas donde el cine y la vida se cruzan en un mismo camino, el de la pasión. Como estas sensaciones no cotizan demasiado hoy día, la principal repercusión (más allá del justo reconocimiento de festivales extranjeros, porque en Argentina la agenda de discusiones pasa por otro lado) se dio en el público. Y de hecho, la película es para la gente, capaz de reencontrarse en estos tiempos de individualismo feroz con un sentido de solidaridad y de lo colectivo, sentimientos que a los programadores de grandes eventos locales no les interesan, más preocupados por incluir los títulos de amigos y nombres de moda. La incansable labor de Müller va por otro lado. Es la del coleccionista que profesa y comparte el amor por el cine, en su materialidad y en su capacidad como ritual, el de los orígenes en las barracas o el de las salas improvisadas. Por todo ello, más allá de la razón, esta carta fue escrita en su momento con el corazón.

«Querido Carlos, me encantaría ensayar algunas palabras en ese italiano tan musical que estamos aprendiendo, pero estimo que la riqueza del castellano me servirá más para agradecerte la posibilidad de haber visto La vuelta de San Perón. Ayer la vi por segunda vez. La primera, solo. Y me conmoví. La segunda con Pao, y nos conmovimos los dos. Primero, por motivos personales (que no vienen al caso aclarar, sobre todo cuando abunda tanto regodeo en el Yo por estos tiempos), segundo, porque no hay forma de no sentirse al lado de Norma, una hermosa persona que merecía ser devuelta a la vida por el cine. Sin embargo, sospecho, la película excede a su figura (que es el corazón) y abre otras aristas que manejás de manera impecable, con un equilibrio perfecto de las partes, en apenas una hora y minutos. Hoy es común ver infinidad de títulos cuya duración excesiva es lo corriente, como si estuviera prohibido cortar allí donde se redunda o se quisiera aprovechar todo lo que se registra. La era digital ha engendrado uno de los peores inconvenientes en la narración: perder el sentido de conjunto. Por eso destaco tu montaje. Da la sensación de que no sobra ni falta nada, es notable la manera en que dosificás y expandís las partes del cortometraje encontrado para que el enigma se vaya diluyendo a medida que avanza una de las tantas historias de la película. Porque hay varias historias y son todas hijas del corazón. Está la historia de Norma y de sus hijos. Pensaba cuánta dignidad le dio el peronismo a la gente como movimiento, más allá de Perón, Evita y quienes siguieron, con sus contradicciones, con sus errores y con sus desvíos. Norma habla con un amor, con una felicidad y con un orgullo, que emocionan. Uno ve que su realidad es espantosa en términos materiales, pero su temple y sus ilusiones son increíbles. Tiene razón Altamirano cuando refiere esa conciencia de una realidad dura, pero al mismo tiempo el sueño de la llegada del mesías. Dice tanto eso, dice tanto de los argentinos, del amor, del odio. También Peña, cuando valora la posibilidad de que la televisión pública se embarcara en ese proyecto de ceder la voz y el rostro a los humildes, a los necesitados y comprender sus esperanzas.

Pero Norma nunca pierde la dignidad. Y no debe verse esto como un consuelo. Creo que la película es lo suficientemente inteligente para dejar que sobrevuele la pregunta, ¿qué hemos hecho a lo largo de la historia para que la pobreza se vuelva indigencia, para que el hambre y las condiciones de vida infrahumanas hayan ganado la batalla? En este sentido, también destaco la pertinencia de no apelar al lugar común de la apología política o partidaria. No es una película sobre Perón, sino sobre lo que la clase trabajadora y la gente humilde vieron y encontraron en el peronismo como salvación, un sentimiento que, si bien se ha transformado históricamente, continúa inundando de anhelos y de sueños a la gente que se encuentra más allá del oportunismo y el clientelismo. Esto jamás lo podrán entender los rencorosos e intolerantes seriales que, tal vez, vencidos una vez más por sus prejuicios y por el odio de clase, se priven de ver el documental por el San Perón del título.

La otra historia posible te concierne indudablemente. Está allí el amor por el cine en esos descansos donde la materialidad misma del proyector asoma, en esa incansable labor de coleccionista, una pasión que solo pueden entender quienes la llevan a cabo. Lo transmitís muy bien, Carlos. Solo la pasión logra mantener viva esa dimensión sagrada del espacio ritual compartido para ver una película en la oscuridad de una sala, en fílmico, recuperando ese poder alucinatorio que nos da la luz detrás, mientras nos perdemos en la pantalla con la ilusión de una realidad que no es otra que la de la caverna platónica. Cuánto amor hay en ese celuloide examinado una y otra vez, en las proyecciones y en la posibilidad de compartir una experiencia que se resiste a desaparecer mientras haya voluntad. Qué decir de las escenas donde los hijos se reencuentran con la imagen de su madre. Es muy fuerte, pero habla del poder del cine, de cómo activa la memoria afectiva. Que tu trabajo, tu investigación y tu persistencia les hayan regalado ese reencuentro no tiene precio. Pero también da cuenta de una solidaridad y de un espíritu humanitario en este presente de mezquindades, incluido el soberbio mundo de la crítica y la realización cinematográficas, atravesado por un individualismo feroz. Ayer, cuando terminamos de ver la película, Pao me decía algo muy atinado. Lo meritorio que es la manera en que estás presente en la enunciación, pero al mismo tiempo hacés que no se note. Es decir, la historia del corto y todas las subtramas fluyen sin necesidad de la omnipresencia de una voz que entorpezca el desarrollo o se regodee en el Yo (como suele encontrarse en gran parte del cine documental actual) Que otros se jacten de pasear sus películas en primera persona, vos podés jactarte de haber ofrecido a la gente el mejor de los regalos, una película para el corazón. Un gran abrazo. Guillermo»

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