Dos momentos sublimes en el cine de Chantal Akerman

El primero pertenece a LA FOLIE ALMAYER (2011). Como es habitual en la directora de La cautiva, la adaptación de un texto literario no implica una traslación fiel ni mucho menos. En este caso, se realiza sobre la primera novela de Conrad pero para desarmar, en todo caso, sus resortes narrativos y ceder el paso a una experiencia cinematográfica única para quien se entregue a sus travellings y planos de extensa duración capaces de irritar a los más inquietos. La directora recrea la poética espacial del gran novelista y nos interna en su mundo selvático, en la locura de sus personajes pero sin descuidar en absoluto las herramientas cinematográficas, para sentir su incomodidad, para materializar cada uno de los signos que conforman ese microcosmos tan particular.

Al comienzo, una escena en la que asesinan a un muchacho arriba de un escenario mientras una joven queda bailando como si nada hubiera escuchado, funciona como disparador de un gran flashback y la borradura espacio- temporal se instala como marca (“antes en algún lugar”). A partir de allí, la mirada de Akerman construye un ámbito difuso que se resiste a ser contado linealmente, que privilegia los climas y nos invita a respirar el mundo de Conrad pero asumiendo el cine como modo privilegiado de expresión.

El segundo es la secuencia final de D´EST (1993). Un travelling formidable cierra la película. Estamos en Moscú, en 1993, con la disolución de la Unión Soviética. Hay un cúmulo de gente que deambula por una calle. Con mucha calma, Akerman desplaza la cámara hacia la izquierda. La iluminación es azulada. Lo transeúntes parecen andar con el mismo ritmo en que se filma. Entra un niño al campo visual mascando chicle. Unos se paran frente a la lente, otros continúan caminando. ¿Está Akerman en un móvil? Se encuentra demasiado cerca de los cuerpos para que sea factible. Son como piezas de ajedrez, no sabemos qué hacen allí, qué aguardan, si están desamparados. El pibe del chicle vuelve a atravesar el cuadro. Lo perdemos. Ahora hay mujeres más animadas en una parada de colectivos o algo semejante. De pronto, por tercera vez, el chico. Luego, una mujer de azul en primer plano. No hablan. ¿Estarán esperando a Godot? ¿Qué vemos realmente? Una ceremonia o un simple deambular que el travelling convirtió en relato? Por lo pronto, en la tradición de Welles, Sokurov y tantos otros, Akerman nos regala una de las escenas más bellas de la historia del cine.

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