La tentación de existir (según Emil Cioran). Elegancia, perversidad e intensidad adictiva.

«Maestros en el arte de pensar contra sí mismos, Nietzsche, Baudelaire y Dostoievski nos han enseñado a apostar por nuestros peligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a adquirir existencia por la división de nuestro ser. Y lo que a los ojos del gran chino era símbolo de decadencia, ejercicio de imperfección, constituye para nosotros la única modalidad de poseernos, de entrar en contacto con nosotros mismos.”

“Sólo nos seducen los espíritus que se han destruido por haber querido dar un sentido a sus vidas.”

“Tras tanta impostura y tanto fraude, es reconfortante contemplar a un mendigo. El, al menos, ni miente ni se miente: su doctrina, si la tiene, la encarna él mismo; no le gusta el trabajo y lo prueba; como no desea poseer nada, cultiva su desprendimiento, condición de su  libertad. Su pensamiento se resuelve en su ser y su ser en su pensamiento. Está falto de todo, es él mismo, dura. Estar a la altura de la eternidad es también vivir al día. De este modo, para él, los otros están encerrados en la ilusión. Cierto que depende de ellos, pero se venga estudiándolos, especializado como está en los trasfondos de los sentimientos «nobles». Su pereza, de una rara calidad, hace de él un auténtico «liberado», perdido en un mundo de bobos y engañados. Sobre la renuncia, sabe mucho más que numerosas de vuestras obras esotéricas. Para convenceros, no tenéis más que echaros a la calle… ¡Pero no! Preferís los textos que preconizan la mendicidad. Ya que ninguna consecuencia práctica acompaña vuestras meditaciones, no es de extrañar que el último de los pordioseros valga más que vosotros.”

«Volviéndome hacia los monjes, meditando día y noche sobre su reclusión, me los imaginaba rumiando fechorías y crímenes más o menos abortados. Todo solitario, me decía yo, es sospechoso; un ser puro no se aísla. Para desear la intimidad de una celda hay que tener la conciencia cargada, hay que tener miedo de su conciencia”.

«Recordad más bien la frase de Flaubert: «Soy un místico y no creo en nada.» Veo en ella el adagio de nuestro tiempo, de un tiempo infinitamente intenso y sin sustancia. Existe un placer que es nuestro: el del conflicto como tal. Espíritus convulsivos, fanáticos de lo improbable, descoyuntados entre el dogma y la aporía, estamos tan dispuestos a saltar hacia Dios por rabia como seguros de no vegetar en Él».

«Me rebelo contra la generalización de la mentira, contra los que exhiben su pretendida «salvación» y la apuntalan con una doctrina que no emana de sus profundidades. Desenmascararlos, hacerlos descender del pedestal en el que se han izado, ponerlos en la picota, es una campaña a la que nadie debería permanecer indiferente. Pues a todo precio, es preciso impedir a los que tienen demasiado buena conciencia vivir y morir en paz.»

elcursodelcine

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