Festival Frontera Sur 4: Itinerarios De La Memoria

Mi itinerario comenzó con una fiesta, es decir, empezó muy bien. Y no es porque sea adepto a los carnavales, pero sí a la justicia poética y popular. Teresa Villaverde en Ou en entes-vous, Teresa Villaverde (2019) nos lleva a Río de Janeiro y nos introduce en las expectativas que genera la premiación de un concurso en el que participan diversos barrios. Entre ellos, uno de los más castigados por la pobreza, el de Mangueira. Con apenas 16 minutos, la realizadora portuguesa no se conforma con el mero registro de un acontecimiento y filma como una más entre la gente, es decir, subjetiva el evento y lo carga de la emoción suficiente para que también sintamos la importancia de lo ritual y de lo político. Nada responde a la lógica televisiva donde la distancia enunciativa y los tiempos cortos atentan contra la intensidad de lo mostrado. Aquí, por el contrario, hay un punto de vista que está focalizado en lo colectivo y en toda la alegría que implica reunirse para festejar: colores, canciones, risas. Villaverde entiende muy bien la lógica del espectáculo masivo y sobre todo la solidaridad de la gente. La cámara se entromete, toca los cuerpos, respira con ellos.

Cada tramo del cortometraje posee una fuerza dramática única. En primera instancia, los rostros esperando el veredicto, las sonrisas marcadas y el nerviosismo. Detrás de ese premio puede haber, aunque sea, una compensación hacia todos aquellos brasileños que no forman parte de los libros, héroes y heroínas que, en el anonimato, fueron borrados de un plumazo por la historia oficial. Pero también para la concejala asesinada de cuatro tiros, Marielle Franco, cuando volvía a su casa en marzo de 2018, cuyo espíritu parece desparramarse entre la multitud y ser evocado del todo cuando su pareja llega al lugar. Previamente hay un puente que marca el suspenso: una tormenta provoca un corte de luz. Esto hace que la gente de Mangueira se entere posteriormente de que ha ganado, lo que desata el segundo tramo de la película, el eterno festejo. Música y memoria ahora se conjugan para dar forma a una masa oral que persiste, resiste y apuesta a perdurar. Sin olvidar el presente, claro, y las alusiones a Bolsonaro, el villano de turno, y sus políticas nefastas. Lo que se ve es pueblo, y para este momento de pandemias, es una fortuna recuperar la alegría colectiva.

La memoria es también motivo de Los arcontes (2020) de Natalia Labaké y Agustina Pérez Rial, en tanto y en cuanto recupera un dato muy jugoso para explorar: el sistema de vigilancia orquestado por el Estado y perpetrado por la policía hacia los inmigrantes que provenían de Europa del Este para participar del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata durante la década del sesenta. Esto incluía un grosero método de espionaje a través del cual se revisaban sus pertenencias o se evitaba que pudieran participar de reuniones colectivas. Parte de los archivos, que han sido secretos, son leídos e interpretados por actores y actrices en algunos tramos. Sin que exista una voz rectora que ejerza el poder y el control de lo mostrado, el documental transcurre entre imágenes actuales de la ciudad, improvisaciones y registros del pasado. Si bien el filme parte de una  investigación estimulante, su tono desangelado y el exceso de material de relleno conspiran contra el resultado final. Es fácil intuir que aquí existe un tesoro por descubrir, pero en esta oportunidad las realizadoras no llegaron a develarlo completamente.

Uno de los platos fuertes de Frontera Sur es sin duda la Retrospectiva dedicada a John Gianvito, el gran documentalista norteamericano que no le teme ni a los temas ni a las duraciones. Sus filmes/ensayos poseen la suficiente fuerza imaginativa como para no quedar prendidos únicamente a los temas abordados. Por eso, Her Socialist Smile (2020), consagrada a la increíble figura de Hellen Keller, la icónica humanista y escritora, tiene una doble belleza, la de las ideas de la pensadora socialista y la de una naturaleza que contagia la sensación de sentir antes que ver. Palabras e imágenes en perfecta comunión, presente y pasado como una rueda que gira y se resiste a parar. Cuerpo y espíritu inseparables, y un horizonte utópico donde prevalezca la justicia social en el mundo y la bondad en la eternidad. Gran parte del pensamiento de Keller aparece expresado en el libro “La puerta abierta”, publicado en 1957. Allí se pueden leer maravillas como la siguiente: “Extiende las manos para sentir el lujo de los rayos del sol. Aprieta las suaves flores contra tu mejilla, y recorre su contorno grácil con los dedos, la delicada variabilidad de formas, su elasticidad y frescura. Expón tu rostro a los flujos aéreos que recorren los cielos, «inhala grandes bocanadas de espacio», maravíllate, maravíllate ante la actividad incansable de los vientos. Recoge nota a nota la música infinita que fluye cada vez más hacia tu alma a partir de las sonoridades táctiles de miles de ramas y de la caída del agua. ¿Cómo se puede considerar ajado y reseco el mundo cuando su sentido más profundo y emotivo está fielmente a su servicio? Estoy segura de que, si un hada me hiciera elegir entre el sentido de la vista y el del tacto, no prescindiría del contacto cálido y tierno de las manos humanas o de la riqueza de la forma, la movilidad y la plenitud de su peso en las palmas de mis manos.”

Uno de los logros de Gianvito es unir la praxis política a la experiencia abierta al mundo de la naturaleza, dos órdenes que están mancomunados en Keller. El otro logro es que el director no cae en la típica historia con mensaje de resiliencia (una de las etiquetas preferidas del lenguaje del mercado en la actualidad). Por el contrario, nos regala justamente lo que reza el título; una sonrisa socialista. Volver sobre esa vida y ese pensamiento es un acto de justicia frente a la demonización imperante, que requiere amor, intensidad, respeto y pasión. Y para ello se multiplican los niveles de enunciación, desde la propia voz frágil de Helen a lecturas de parte de su obra, pasando por extractos de sus escritos que interpelan nuestras ideas, al mismo nivel que los segmentos de la naturaleza interpelan nuestros sentidos. A todo esto, hay que sumarle un archivo antológico de una conferencia de Noam Chomsky en 1989 donde deconstruye el ala dura del comunismo en la Revolución de octubre (“los verdaderos marxistas no triunfaron”).

En Esquirlas (2020), de Natalia Garayalde, lo personal y lo político, pero con una arista novedosa. Un registro que crece paulatinamente con la vida de la directora y que da cuenta de cómo la corrupción y la negligencia política alteran el destino de una comunidad y de una familia. Poderosa, triste y contundente. El campo creativo de Garayalde es abierto y las esquirlas son varias, desde las materiales hasta las afectivas. La clave de la película es la memoria como una operatoria de montaje, y si bien pareciera compartir con tantos otros autorretratos documentales una cierta idea de cine expandido y un sentido emocional a partir del uso de materiales personales, aquí la dimensión política va encontrando su lugar progresivamente, para desnudar las impiadosas formas del poder de la corrupción gubernamental.

Nuestra guía será esa voz femenina que volverá al pasado para repensar el presente. Antes, la niña que vivía con su familia y que intenta procesar la tragedia, por momentos, incluso como un juego; ahora, la mujer que testimonia a la distancia el desastre y sus consecuencias para el lugar, pero también para el cuerpo y el alma. El juego terminó. Del festejo al horror y un puente en el medio, una elipsis mortal que enlaza los fuegos artificiales de fin de año con las bombas detonando en Río Tercero, como si fuera la franja de Gaza.

Un aspecto notable de la película es la manera en que conjuga las imágenes de video en relación con lo real, sobre todo, después de tantos años de bastardeo mediático. Lo que ofrece Esquirlas es la materialización del siguiente enunciado proferido por Jonas Mekas en su documental Lost, Lost, Lost (1976): “Y yo estaba allí. Yo era la cámara/ojo. Yo era el testigo, y lo grabé todo, y no sé, lo vi y tomé notas con mi cámara.” En efecto, lejos de los imperativos estéticos, la necesidad ética de reorganizar esos diarios fílmicos con la distancia justa le permite a Garayalde encontrar la medida justa para abordar la tragedia sin acudir al juego de las lágrimas, encontrando una dialéctica entre subjetividad y tecnología donde el cuerpo fue y es el principal soporte.

Memoria personal y política. Pero también memoria para desnudar la complicidad de los poderosos. Es lo que propone Jonathan Perel en Responsabilidad empresarial (2020). La película está concebida a partir de un informe que prueba la responsabilidad de varias empresas en la represión de la última dictadura militar en la Argentina. Lo primero que llama la atención es que se trata de un libro que aún no vio la luz. Por ello, el recurso al que apela Perel es la lectura en off de la complicidad en la represión y la desaparición de trabajadores y trabajadoras en esos años oscuros. Mientras tanto, la cámara permanece a una distancia considerable de las fachadas de dichas empresas, aún vivitas y coleando con total impunidad en el presente. De modo tal, que estamos ante un viaje cuyas paradas son siniestras.

Lo anterior, que a priori puede juzgarse como un procedimiento desangelado, obedece a un compromiso ético que elude cualquier tipo de aproximación mediática a la cuestión. El punto de vista sostenido desde una neutralidad tonal confirma lo anterior, pero al mismo tiempo se sustenta desde una perplejidad que se comparte a partir de lo que escuchamos: nombres conocidos de clanes empresariales, directamente involucrados con crímenes de lesa humanidad. No es frialdad, en todo caso es ese miedo latente ante la vigencia de estos monumentos de corrupción, corporaciones que manejan nuestra economía. Nunca es tarde para decirlo y el cine, entre otras funciones, es el arte más apropiado para tal labor.

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