Tiempo, memoria y relato. Muestra de cine documental japonés.

La plataforma DAFILMS exhibió hasta el domingo 23 de enero (luego se podrá ver con suscripción durante dos semanas más, en el marco de la retro del Festival de Yamagata) una muestra de cine documental japonés. Aquí tres reseñas de películas vistas.

The Weald / Somaudo monogatari (Japón – 1997, Naomi Kawase)

Naomi Kawase filmó más de 30 películas con diversos formatos y dispositivos. Una de las constantes en su obra es la manera en que pone en duda la distinción entre ficción y documental y se advierte un camino que va desde pequeñas piezas intimistas, apuntes documentales de vida a trabajos más complejos donde se añaden cuestiones vinculadas a un orden trascendente. Sin embargo, en esta primera etapa de su carrera nunca hay que subestimar la modestia, y The Weald (1997) parece invitar a rasgar detrás de su delicada superficie para hallar tres de los motores claves de la cultura japonesa: la longevidad, la sabiduría y la paciencia.

La película se arma a partir del retrato de seis grupos de personas mayores que viven en las montañas de Yoshino, en la prefectura de Nara. El disparador son sus historias, atravesadas por el paso del tiempo, la vejez, la soledad y el dolor por quienes ya no están. La nota diferencial es que nada aparece dramatizado con oportunismo. La cámara de Kawase no solo acompaña y da cuenta de su presencia como escucha, sino que aparenta acariciar a esos cuerpos gastados, aferrados a costumbres milenarias, pero que dejan entrever la ternura agazapada detrás de los escudos de una rutina difícil, porque como dice una mujer “sin sufrimiento no hay felicidad”. Kawase sabe que sin palabras, no hay verdad.

El ámbito privilegiado continúa siendo la naturaleza, un protagonista en el cine de la directora. Además de atender a los relatos, la cámara explora, penetra el bosque, se funde con los cielos, con las hojas de los árboles, para mirar aquello que no necesariamente los ojos ven. De hecho, cada tramo de vida tendrá su transición en imágenes que se consagran a ese espacio atemporal, eterno, testigo absoluto de modos de vida que se integran al mismo.

Pero no solo de palabras vive la película. También de pequeños aconteceres como cocinar, con sus delicados procesos de elaboración, otra forma de reflejar la calma y la paciencia de la cultura nipona. De modo tal que, conforme avanzan los minutos, nos metemos en cada plano como si revisáramos las fotos rosadas de los cajones familiares. Si hay algo que caracteriza a la poética documental de Kawase es que nunca las imágenes se acomodan a un modo conformista, por el contrario, se percibe un leve movimiento tendiente a descifrar un misterio sin perder jamás ese sesgo de amabilidad que caracteriza a su cine. Dilatar el tiempo, sostener una mirada frente al dolor de los demás, nunca implica ni intrusión ni manipulación miserable. Tampoco un regodeo. Es el tiempo justo para captar la dimensión existencial de un relato, de sus pausas y de sus implicaturas.

Pero si bien se reconoce una intencionalidad por documentar la vida, siempre están intercalados esos segmentos que parecen aludir a otra dimensión, a la de una especie de protocine fundado en las luces y las sombras. En The Weald se advierte una constante de su filmografía, un trabajo con el tiempo generalmente orientado en dos órdenes: el cronológico y el cosmológico. Todos los tiempos el tiempo.

Cenote (Japón / México – 2019, Kaori Oda)

Se puede buscar mucha información sobre los cenotes y escuchar varios relatos legendarios al respecto. Pero hay que estar en uno para captar la magia del lugar. Y si no es posible hacerlo, es bueno toparse con películas como la de Kaori Oda, que nunca eligen el camino convencional por documentar ese espacio mítico, sino que lo transforman en una experiencia estética y cinematográfica.

“Esta es nuestra historia y aquí estamos” se escucha al principio a través de dos pistas superpuestas, una cuya voz parece la de un niño y otra, un susurro. Mientras tanto, las imágenes distorsionadas dan cuenta del movimiento del agua, una sinfonía visual y sonora que marca el tono imperante. Estamos ante una forma de protocine, con sombras proyectadas sobre superficies, como si el cenote mismo se constituyera en una sala, un pasaje donde confluyen todos los tiempos. Y a medida que los planos se suceden, el misterio y el carácter insondable de esos lugares parecen exigir una forma adecuada de representación que Oda logra a partir del ensamble de efectos lumínicos y sonoros, siempre generados por el principio vital, el agua.

Podemos ver gente nadando, podemos escuchar voces del más allá, pero no hay nada que explicar, solo sentir, internarse en la marea de colores que inunda la pantalla. Es un modo de aprovechar la tecnología en función de un efecto, el de la inmersión en esas aguas cristalinas, para captar su misterio, para capturar los ecos ancestrales. Y es sobre ese principio, que incluye la distorsión permanente, que se apela a una sensación de atemporalidad. Aunque, a veces, un registro fundado más en la nitidez nos pone en contexto. Allí se alternan segmentos de comunidades y registros orales que personifican a los cenotes como monstruos mitológicos que devoran a humanos cuando ya nadie ofrece sacrificios para ellos.

Calificar de experimental la propuesta sería reducir un potencial. Estamos, más bien, ante una experiencia sensorial que puede agotarse como recurso, pero que no deja indiferente por su extraña belleza.

Storytellers (Japón – 2013, Ryûsuke Hamaguchi, Ko Sakai )

i la longevidad y la sabiduría van de la mano en la cultura japonesa, la película de Ko y Ryunike hacen honor a esos signos. Parte de una trilogía centrada en la región de Tohoku donde se dialoga con las víctimas sobrevivientes del Gran Terremoto del Este, toma en este caso a narradores populares reunidos en un espacio y guiados por una estudiosa del folklore japonés. Los primeros planos dan cuenta de un paisaje nevado, un afuera que se perfila como ocasión propicia para inaugurar esa dimensión sagrada y milenaria en la que un grupo de personas hacen frente a la adversidad contando historias. Es el marco, es el comienzo de una forma de compartir experiencias con generaciones futuras.

Pero no se trata solo de registrar la reunión en su carácter verbal, sino de representar y potenciar los gestos, los tonos de voz y la calidez de las voces atravesadas por el tiempo. Los directores nunca pierden de vista la importancia paralingüística del caso ni el interés de los interlocutores, tan fascinados y compenetrados como aquellos que primitivamente escuchaban asuntos similares alrededor del fuego o se entretenían encerrados por la peste en tiempos medievales. De este modo, el poder de la palabra oral es relevado en sus pausas, en las miradas y en las pequeñas sonrisas cómplices.

Apenas unos leves cambios nos introducen en un auto donde la especialista hace comentarios al respecto. Se trata de un separador para dar paso a la segunda parte donde los mismos narradores son entrevistados, ahora, individualmente. Allí surgen las otras historias, las de vida, signadas por los valores tradicionales, por la importancia de la naturaleza. En su conjunto, el montaje organiza el material como si se tratara de una sinfonía de voces, movimientos similares a una composición musical donde la sensibilidad de quienes participan habla de un espíritu comunitario tan sólido como cálido. En otras palabras, muchos recordarán a sus propios abuelos.

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