Benedetta (2021), de Paul Verhoeven, o el arte de la simulación

El comienzo ya devela su carácter de impostura. Sobre un fondo negro se suceden los créditos mientras una composición clásica parece marcar su tono qualitè. El posterior desarrollo de la película contendrá pasajes donde la insidia sustituye a las buenas intenciones. Sin embargo, en el camino al convento donde la pequeña Bendetta adquirirá los hábitos, dos resoluciones, una visual y la otra argumental, son decisivas para meterse en los propósitos de un viejo zorro, capitán de tantos hermosos desvíos. Por un lado, la pantalla ancha y la aparición repentina de los saqueadores, nos pasea por el western. Por otro, la primera intervención de Benedetta inaugura esa delgada línea entre el embuste y la sabiduría. Cuando un pájaro le cague en la cara a uno de los villanos (particular forma de escenificar un milagro), la lógica religiosa a partir de la evocación de la virgen será una posibilidad, pero también está la del azar acompañando la imaginación de una niña. Es solo el comienzo y habrá mucho más.

Pero como los milagros son también negociables, la madre superiora no dudará en ofrecer las limitadas vacantes al mejor postor. En el arte de la simulación, el dinero es el rey: ¿Una esposa de Cristo vale menos de cien?, dice el personaje de Charlotte Rampling. Entonces Benedetta se queda y se despoja de su ropa y de sus objetos (entre ellos una virgen, motor de deseo religioso y luego sexual) porque, fiel a la tradición del género de monjas cachondas, una de las hermanas le advierte “tu peor enemigo es tu cuerpo”. Y este es un punto interesante de la cuestión. (Cfr. Monjas Calientes – Bruno Grossi y José Miccio “Pero solo para alguien para quien la vida pública se ha vuelto decididamente un peligro, alguien que ve tentación en todas partes y que duda a cada momento de su capacidad de resistir los placeres malditos de la carne, solo alguien así de caliente puede considerar necesario hacer votos de castidad, sustraerse del contacto con el objeto de su deseo y recluirse fuera de la sociedad. Toda monja es caliente. El cine comprendió bien esa dinámica.” Bruno Grossi, RevistaBlog Praüse)

Pero antes que el cuerpo, el peligro es la inteligencia de una niña que desconcierta a su entorno con las respuestas que da y que no puede resistirse a la presencia de los objetos, sobre todo a la enorme figura de una virgen a la cual acude su primera noche en el lugar, a la que invocará como ayuda, como madre, para que se le caiga encima con su teta al aire, que ella chupará como bebé. ¿Milagro, casualidad? En todo caso, el carácter bizarro de la situación es contrarrestado con el cuidado formal y la (aparente) solemnidad de los encuadres.

Dieciocho años después, una joven y bella Benedetta se involucra en una representación teatral, y la simulación vuelve a ser tema. En medio de la puesta en escena, una mirada al personaje de Jesús la sumerge en una visión en la que acude corriendo hacia su presencia. Los motivos que impulsan el brote místico son parte del misterio, un movimiento pendular entre el éxtasis y la excitación (los pies de ella delatan esa sensación de inquietud).

Entonces irrumpe la otra chica, Bartolomea, con todo su mundo del exterior, a encender la mecha (se sabe: en estos asuntos, alguien debe hacer el trabajo sucio o salvador, según como se mire). Benedetta ahora trasciende la imagen y está frente a un cuerpo, ese mismo cuerpo que le hará entrar en la farsa de una misión imposible: instruirla cuando en realidad la desea. Ella no posee la mano de hierro que la causa exige. Pero cuando la cosa parece derivar hacia otro exponente más de romance lésbico perjudicial para la santidad, Verhoeven se permite jugar e introducir aventuras en las cuales, por ejemplo, Jesús es un superhéroe, terror a base de posesiones o melodrama con gore incluido. Y no lo hace desde la chabacanería usual en varias comedias americanas refugiadas en la parodia, sino que incrusta esos flashes genéricos en medio de la (siempre) aparente seriedad. En el confesionario Benedetta pregunta “¿cómo puedo saber lo que es cierto o lo que es falso”?, algo que podríamos extrapolar a nosotros, aunque la diferencia es que lo que significa un tormento para ella puede ser un divertimento saludable para quienes miramos desde afuera. En efecto, más que una reflexión, acaso una sonrisa socarrona aparezca frente a la incertidumbre acerca de la naturaleza de los fenómenos que rodean a la protagonista, cuyas explicaciones oscilan entre la ciencia y la religión, la certeza de las etiquetas (“es una crisis”) o el desconcierto que producen los milagros, las visiones y las experiencias corporales. ¿O no es definitivamente todo una puesta en escena para liberar el deseo? Será una de las hermanas a punto de morir quien dirá la palabra clave, mentira, aunque no ahonde en explicaciones. Mentira que tiene su gracia y causa gracia si uno confía en el poder de la ficción, o como decía Bergson en su ensayo sobre la risa, suspende las posibles afecciones morales. ¿Cómo tomar el hecho de que luego de gozar con la estatuilla del inicio (ahora devenida en consolador) el cielo se ponga rojo debido a un cometa que atraviesa el cielo del convento, señal de presagios funestos? Como en Elle (2016) nunca sabremos fehacientemente si los jadeos o las convulsiones son de placer o de horror. Que todo transcurra en un lugar en apariencia sagrado no hace más que incentivar la idea de que nadie se salva de sus monstruos cuando dan rienda al deseo. ¿Y no es Benedetta una criatura manipulada por sus padres, incitada al martirio, una bestia modelada en nombre de la Iglesia?

Luego, el camino de la protagonista nos pondrá ante el interrogante de modo permanente: ¿goce o perversión, vía crucis o impostura?  La mirada de Verhoeven se orienta más hacia una verdad invisible, inquietante, algo por desvelar. No hay verdad dogmática sino verdad por des-cubrir; de ahí el viaje físico y emocional del que participamos.

La secuencia final encuentra el juego intertextual con Juana de Arco, el juicio y la posibilidad de la hoguera. Sin embargo, la ironía es que la herejía no radica en si existe una mujer que escucha voces y tiene un poder sobrenatural, sino en que en medio del juicio se dan detalles sexuales que ponen los pelos de punta a los jueces. Toda la secuencia que continúa es la confirmación de la libertad y el desenfado de un director que se ríe de las convenciones escondido detrás de la cortina.

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