Bilardo, el doctor del fútbol (Argentina – 2022) Dirección: Ariel Rotter

La serie consagrada a Carlos Salvador Bilardo que acaba de estrenarse contiene cuatro episodios y un propósito ambicioso, dar cuenta de un tipo intenso, incansable y consecuente con una idea que bien podría enunciarse con las siguientes palabras de Nietszche: yo no soy hombre, soy dinamita. En efecto, cuando uno examina la vida de Bilardo (como la de tantas vidas inagotables) se percata de que el descanso solo llega con una enfermedad o con la muerte. No parece haber hiatos en un derrotero donde la consigna es no parar, la misma que sus jugadores han escuchado durante generaciones. Y eso tiene un costo, aquel que la serie marca con insistencia a través de la canción de Julio Iglesias, Me olvidé de vivir. Sin embargo, el contrapunto lo marca la hija del doctor, Daniela: Bilardo no se olvidó de vivir, Bilardo vivió como pocos. Hoy, acaso haya pagado las consecuencias de Funes el memorioso, el gran cuento de Borges: no hay forma de contener tanta información, no hay cabeza que la soporte. Y lógicamente, en relación a lo anterior, una de las aristas principales que se desarrolla es su obsesión constante por los detalles, producto de una pasión, pero también de un imperativo que insta a ganar, a obtener ese plus que permite ser mejor que el resto en aquello que uno elige, con un modo de trabajo que no todos están dispuestos a aceptar y a seguir. Sacando los momentos donde se subraya el retrato psicológico, hay imágenes y testimonios potentes que, a la luz del presente, reconocen su carácter de adelantado (y hasta visionario) en el modo de concebir el fútbol profesional y tácticamente, una verdad que muchos no están dispuestos a aceptar, amparados en preceptos románticos que enaltecen a ídolos de barro. Esto también tiene su costo, porque para ello hay que enfrentar molinos de viento, entre ellos a un gobierno, el de Alfonsín, que quiso borrarlo de un plumazo en plena preparatoria para el mundial de México en 1986. Bilardo también se hizo cargo del clamor popular en contra con la lógica reacción ante un equipo que jugaba mal y que consiguió clasificar con lo justo, pero que sufría los embates de un aparato mediático monstruoso, liderado por Clarín Deportivo, destinado a desestabilizar permanentemente un proceso para instalar la posibilidad del regreso a una línea menottista. A propósito de ello, uno de los logros del documental es el material de archivo, una expectativa cumplida en tanto y en cuanto, estos proyectos televisivos despiertan algún interés previo en función de lo que se pueda encontrar de nuevo. Y como generalmente se suele incurrir en la beatificación de figuras, no diría que este fuera el caso a pesar de segmentos edulcorados con música incidental. La locura de Bilardo es contagiosa solo para quienes están dispuestos a seguirle la corriente y entender sus razones. Enfrente están aquellos que no soportaron su lógica y están también en la serie. Su enemigo público número uno, César Luis Menotti (tal vez un perfil exagerado a partir de la infaltable lógica binaria de todo relato social y político) habla y evalúa ciertos hechos del pasado con una serenidad que en otros tiempos era silencio. Claro está, la diferencia entre el técnico campeón del mundo en 1978 y sus seguidores (se cuenta que algunos gritaron los goles de Alemania en la final de 1986) es abismal en conceptos y expresiones. Lo mismo puede aplicarse a los bilardistas.

Desde el punto de vista estrictamente futbolístico, tal como queda en evidencia a lo largo de los cuatro episodios, Bilardo no solo fue campeón y subcampeón del mundo, logros más visibles, sino que formó parte de una generación que transformó el fútbol argentino con Estudiantes como emblema y a las órdenes de Zubeldía, su maestro. Luego, como técnico, en cada lugar que estuvo dejó su huella. En Colombia profesionalizó el fútbol otorgándole una disciplina de la que carecía, por citar un ejemplo. Pero, si hay un aspecto a resaltar, es de qué forma estudió los sistemas tácticos para hallar el famoso 3-5-2 (hoy tan común como tomar agua) como alternativa para congeniar la figura de armador en un esquema que fuera equilibrado en defensa como en ataque (hoy tan difícil de encontrar) y cuyo momento culminante fue el mundial 86, con jugadores que se prepararon para ello. De repente, el considerado técnico antifútbol, además de armar un equipo en torno al mejor, Diego Armando Maradona, llevó a Bochini, Borghi, Trobbiani y Tapia. Y salió campeón.

Como pocos, Bilardo empleó un espíritu pragmático al que alimentó con un trabajo incesante que demandó horas y horas de estudio, y al que sumó en ocasiones tácticas al límite del reglamento que pasaron a conformar el acervo de leyendas una y otra vez narradas para alimentar el mito. La serie da cuenta de esto y acierta en el clavo cuando habla de haber ganado una batalla cultural como personaje capaz de captar la atención de los más jóvenes, por su desvergüenza a la hora de enfrentar desafíos extrafutbolísticos tales como la actuación y la política. De la primera nació una experiencia televisiva para el olvido; de la segunda, se ha hecho demasiado ruido. Muchas críticas de entonces no entendieron que la misma iniciativa ya contenía su acta de defunción, que era un gesto más dentro de una cadena de locuras que podían compartir el trasfondo ético, pero que no podía durar más de lo que duró. Se le ha objetado a la serie el poco espacio destinado a ello, considerando que el fútbol es una actividad que forma parte de la esfera política, sin embargo, la candidatura de Bilardo en  el año 2003 no requiere de análisis dada su naturaleza artificial. Sin aparato y sin dinero para obtener visibilidad, sumados a la confusión conceptual de lo que implica hacer política, parecía más la utopía de un cruzado. Las reacciones de Bilardo eran impulsivas y sentimentales. Y esta fue una más. Sus mejores actos políticos fueron ir a rescatar a Goycochea al programa de Bernardo Neustadt cuando lo fusilaban discursivamente Sanffilipo, Gatti y Alonso, fundar escuelas en todas partes del mundo y ser un precursor para valorar el fútbol femenino.

Pero también están las historias de amor. La relación ambivalente con la familia, una tensión constante de roles (padre/jugador/técnico/manager/formador), y el vínculo con Diego, ese hijo que nunca tuvo, con todas las idas y vueltas. Acaso nos pongan estos episodios al alcance del impacto emocional que le significaron las alegrías y las tristezas con su eterno capitán. Como también hagan justicia a la voz de Daniela, quien parece haber sido la principal víctima de toda esta historia, pero que hoy (al igual que Sancho con Don Quijote) no quiere resignarse a abandonar la ficción en la que un loco lindo alguna vez la metió. Dicen que Bilardo miró la serie. Imagino una sonrisa, como la de Alonso Quijano escuchando las historias sobre sus aventuras, aunque no haya entendido demasiado o, tal vez, todo.

elcursodelcine

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