Bafici 2022. Un ejercicio lúdico y una gran decepción.

Malintzin 17 de Mara Polgovsky y Eugenio Polgovsky

Hay cámaras para controlar y hay cámaras para espiar. Las primeras son del orden estatal y policial; las segundas pertenecen a un amplio abanico de posibilidades, pero siempre que haya una ventana puede haber una mirada indiscreta. Y si hay tiempo para observar, algún cazador de planos, sea fotógrafo o cineasta, dará cuenta de ello. En Malintzin 17, un padre y su hija depositan su atención hacia la calle desde su pequeño departamento en algún lugar de México. Uno es protagonista con la cámara, la otra con sus preguntas. De esos intercambios está compuesta gran parte de la película y de allí surgen una cierta ligereza y espontaneidad que constituyen su matriz expresiva,

Pero más allá de lo anterior, el tiempo de la percepción invita a seguir un registro y a vivirlo como si fuera una canción cuyo motivo recurrente (el estribillo) es un pájaro que ha hecho su nido en un cableado. Cada secuencia toma como centro esa situación que, a base de repetición y de contemplación, instaura una pequeña ficción. Por allí sobrevuelan (sin escucharlos necesariamente) los versos de Leonard CohenLike a bird on the wire/Like a drunk in a midnight choir/ I have tried in my way to be free” (“Como un pájaro en el cable/Como un borracho en un coro de medianoche/He intentado a mi manera ser libre”). La imagen de una especie natural es un oasis en un desierto urbano de ruidos, autos, postes de luz y el cineasta goza de una libertad infrecuente, dos conceptos que están en la hermosa canción de Cohen y que Polgovsky cita en esos momentos en los que interactúa con su hijita o en esas noches que oficia como voyeur de extraños movimientos de autos y personas, porque la noche se abre como un mundo aparte con sabor a clandestinidad.

La sensación que deja la experiencia es la de legado, un regalo para su hija cuando crezca y pueda verse a sí misma en un espejo, el de la pantalla. No es un gesto menor y habla de una honestidad y transparencia por parte de su padre. Sin embargo, el resultado invita a pensar (una vez más) cuál es el límite entre una película y un ejercicio fílmico. Hay allí una cuestión interesante para debatir y que involucra a una cantidad importante de títulos festivaleros.

Tres pisos (Tre piani) de Nanni Moretti

El que mucho abarca, poco aprieta. Moretti da un paso en falso y hace una película que se parece mucho a las peores de Almodóvar, aquellas donde el cúmulo de historias y de personajes no conduce necesariamente a buen puerto. Y si a eso le añadimos algunas declamaciones y excesos melodramáticos, la película está a años luz de la frescura, la espontaneidad y la juventud de los primeros títulos del gran director italiano, aquellos que se ofrecían como una de las grandes excepciones de una industria en estado terminal hacia la década del ochenta.

 La propuesta coral involucra a tres familias cuyos departamentos pertenecen al mismo bloque de tres pisos. Desde la primera escena hay un intento por forzar la idea de destinos cruzados a partir del exceso. Se trata del primer eslabón de una cadena de exageraciones que incluye interpretaciones solemnes y la pesadez de hechos que dan forma a una telenovela que parece concentrar todos sus episodios en dos horas. El resultado: una saturación poco soportable.

El punto de partida es el accidente provocado por el hijo borracho de un juez que atropella y mata a una joven en el momento en que regresa a su casa. Como si este hecho no fuera de por sí lo suficientemente dramático, el guión suma a otros personajes, a un supuesto caso de abuso, dos juicios, conflictos familiares, una joven con problemas mentales, y otros vericuetos que incluyen dilemas morales que no eluden los estereotipos.

Y si bien podría destacarse un trabajo de montaje que posibilita una fluidez narrativa, es imposible eludir la impronta lacrimógena y seria en un cineasta que supo hacer del humor una herramienta creativa, ácida y radical. En Tres pisos solo hay lugar para los aires de importancia, con un tono que recuerda a las ficciones argentinas posteriores a la democracia donde cada palabra y cada gesto era un monumento a la solemnidad. La intención acaso sea dar cuenta de una fuerza que gobierna los destinos escritos de las criaturas humanas, en consonancia con la tragedia clásica, sin embargo, el resultado habla más de la liviandad y la frivolidad de las novelas rosas en sus peores versiones. Una pena.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *