Queremos tanto a Favio. Fragmentos de un discurso amoroso.

Hace un par de semanas organizamos un encuentro con el cine de Leonardo Favio, el cineasta más grande que haya tenido nuestro país. Estas son algunas de las tantas palabras que nos quedaron, del director, de críticos, mías y el añadido de un personal recuerdo sobre el Moreira. Único, entrañable, intuitivo, musical, genial, un gigante encerrado en un modesto cuerpo de poeta de la calle, el que le cantó al amor, ese fue Favio.

«Una personal forma de entender la puesta en escena que lo ha convertido en un cineasta único e inimitable, desmesurado y romántico. Una personalidad tan transparente como intrigante: actor y cineasta, cantante y poeta, claro y misterioso. Un artista difícil de clasificar o encasillar, de explicar con palabras, tal vez, como ese peronismo que tanto amó y al que le dedicó buena parte de su vida. Favio es un fenómeno abarcador de enorme raigambre popular en la Argentina, pero a la vez de difícil traducción verbal. El universo fílmico de Favio asume como pocos el carácter alucinatorio y fantasmagórico del fenómeno cinematográfico.Su cine se nutre de referencias que provienen de diversas fuentes. No solo los libros y las películas, también la experiencia de la calle.»

Mi madre tenía dentro suyo un mundo de poesía y mientras cocinaba nos recitaba, nos contaba cosas, y así uno iba creciendo. Eso te va quedando grabado. Yo tenía orejas para todo, tanto para García Lorca como para un borracho que canta en una esquina, y a cada cosa le di su espacio. No pensaba que una cosa fuera más grande que la otra, veía todo como una unidad.” (Adriana Schettini, Pasen y vean. La vida de Favio. Buenos Aires, Sudamericana, 1995)

De esa amalgama, nacerá un cine capaz de absorber tanto lo culto como lo popular, justo para borrar sus fronteras.

Nació en la pobreza un 28 de mayo de 1938 en un pequeño pueblo de Mendoza y murió el 5 de noviembre de 2012 velado en Casa de Gobierno ante una multitud. Su nombre legal era Fuad Jorge Jury. Pasó gran parte de su infancia en hogares para niños.

“También me acuerdo que en el Hogar El Alba tenían un proyctor de dieciséis milímetros, en el subsuelo, donde hacíamos los deberes. Nos pasaban películas mudas. Recuerdo algunas de Chaplin, otras de Buster Keaton y otras de cowboys. El celador, mister Williams, que era un turro, proyectaba las películas y las pasaba una vez al derecho y otra al revés. Entonces, veíamos que el agua volvía al balde, los tipos que antes corrían para adelante, después corrían para atrás… Era como mágico. Yo no entendía bien por qué todo volvía para atrás. El único que se divertía era el celador, que se reía a carcajadas, porque a mí se me redondeaban los ojos de asombro pensando: ¿Cómo hace esta gente para correr tan rápido para atrás?”

Su padre, un cafishio, lo abandonó y murió cuando él tenía siete años. Su madre trabajó como escritora y actriz de radioteatros. Para salir de la calle, se alistó en la Marina pero no duró nada. Intentó ser seminarista católico, pero tampoco funcionó. Quiso ser boxeador, sin embargo no le fue nada bien. Aprendió a tocar la guitarra con un zapatero que le enseñaba a cambio de cebarle mate.

A mi pueblo, en Mendoza, llegaban las películas de Los cinco grandes del buen humor, las de Alberto Castillo, ese tipo de cine. Y La strada fue la primera película que me cambió la perspectiva sobre lo que podía ser el cine. Yo era muy pibe cuando la vi, y esa historia me conmovió hondamente.”

“Babsy no era tan obsesivo como yo en cuanto al manejo de actores. Era tranquilo. También tenía otro lenguaje. Si observás sus películas te das cuenta de que la suya no era una cámara de grandes desplazamientos de travelling. Eran planos, planos, planos, y de vez en cuando un movimiento. La cámara era de suaves desplazamientos, más bien se manejaba con las lentes y las angulaciones. Yo soy un poco más ruidoso. Babsy se levantaba, decía “cámara acá”, se sentaba, y se ponía a charlar de otras cosas. Después volvía, miraba, daba una indicación y esperaba a que todo estuviera listo para marcar acción. En las filmaciones él se la pasaba charlando con Beatriz. Ella estaba pegada a él todo el tiempo, y mientras tanto escribía sus cuentos. Y a cada rato se la oía decir: “Maravilloso, maravilloso, Babsy”. Una vez no sé qué había sucedido que salió todo fuera de  foco y cuando vimos el campeón, en proyección, ella decía: “Esa imagen es increíble, eso no lo ha hecho nadie”. “Esto está todo fuera de foco, Beatriz”, le dijo Babsy. “¿Ah sí? Bueno, pero igual es maravilloso”, contestó ella. Babsy era un atorrante, aunque muchos quieran verlo como intelectual. Lo único que tenía de intelectual era que sabía inglés, que leía mucho y que le gustaba escribir esas cosas que escribía, y que eran fuleritas. Él me las leía, yo lo escuchaba embelesado y le decía que era maravilloso. ¿Qué le iba a decir? Él estaba feliz… ¿Qué ganaba con decirle que era fulero lo que escribía? Si él era feliz escribiendo eso, a mí no me importaba que fuera bueno o malo. Lo que pasa es que después de leer a Borges, ¿cómo vas a soportar eso?”

“Siempre me manejo en base a la ternura. La ternura es tratar de penetrar en el otro, de comprenderlo hasta en su pequeñez. La ternura es una mezcla de piedad y de amor. La ternura es saber reconocerse a uno mismo en el otro.”

Es una secuencia clave y una de las más poderosas de su filmografía, pasando del bucolismo a la tensión y el miedo que se genera con la aparición de un grupo de chicos. El clima de la secuencia de quince minutos (casi un corto dentro de un filme) va guiando lentamente desde la sensación liberadora y paradisiaca del principio a la violencia física del final, con una violación (fuera de campo) incluida, como si Favio resumiera en ese recorrido los extremos posibles de la vida en libertad y llegara a la conclusión de que las cosas no son más fáciles allí que en la institución.

Dos consecuencias: una es la visión de la pobreza, una mirada realista y cruda a la vez (cfr. Buñuel) y la presencia de ese estadío de la picaresca en que los protagonistas despiertan. Para Polín es un encuentro con la violencia descarnada y con sus propias limitaciones, ya que no puede actuar frente a la agresión.

En este sentido, no hay una visión dulcificada de la pobreza. Los personajes tienen rasgos de crueldad y de miseria: están generalmente retratados en claroscuros, con sus bordes más sombríos y más luminosos. No se los juzga. La pobreza no es un estado de gracia, sino de violencia.

“Yo vengo de una formación de radioteatro y le doy una gran importancia a la banda sonora. Ella es parte de la imagen misma. No uso las voces como voces sino como instrumento, como color. Las voces acompañan la imagen en su cadencia. Una voz que desentone te arruina una imagen. Siempre manejo las voces en primer plano porque, aunque estás lejos, la sensación del pensamiento te inunda. Me apasiona el momento del doblaje, porque de pronto yo marco una escena y el actor me da el rostro pero no el tono, y todo esto tiene solución en el doblaje. Tenés que buscar una voz que se parezca al rostro. Los rostros merecen una voz, y yo busco la voz que se merezca ese rostro.”

Nazareno Cruz y el lobo fue el último guión que escribí con felicidad. Con Nazareno fui pleno. Además volaba, y es muy lindo volar. Es hermoso saber que estás contándole a todo el mundo un cuento de hadas, un cuento de lobisones, de magos, de brujas que volaban, que hacían el amor por las nubes o debajo del mar, un relato de ese tipo te deja volar sin condicionamiento alguno. Y las escenas eran más locas todavía. En un momento Griselda y Nazareno salían volando del agua. Al final no lo puse porque no sabía cómo resolverlo con la truca de aquella época.”

«El final confirma el sueño, que nunca es completo, ya que ellos llegan a triunfar como artistas, pero en la cárcel. Como en todas sus películas sucede en algún momento, la representación y el circo incluidos dentro de la ficción, subrayan el candor del público como actitud frente a la magia del espectáculo.

Soñar, soñar es una comedia inocente sobre un submundo oscuro y una historia sobre la amistad masculina. “¿Vos me querés a mí?” es una pregunta que aparece con frecuencia en el cine de Favio y aquí se responde en toda la película. Una vez más sus personajes son nómades, artistas frustrados, cuyos itinerarios por la vida los determina. Son relatos de iniciación de seres de ningún lugar.»

Una coda personal

ESTADO DE GRACIA(S). UN BREVE RECUERDO SOBRE JUAN MOREIRA

Yo lloré tres veces con el Moreira de Favio. La primera fue en Bahía Blanca en la casa de mi madrina. Tendría cuatro o cinco años, no más. Tengo una imagen difusa de un chico jugando de espaldas a la televisión. El color del ambiente era más bien rosado, como varias de esas fotos que guardaba la familia en cajas de zapatos, pero la película de Favio lógicamente pasaba en blanco y negro por la pantalla. Recuerdo los sonidos que llegaban y que no me atrevía a espiar por nada del mundo, hasta que sucedió lo inevitable. Empezó la secuencia final con Moreira atrincherado y la música que asomaba tímidamente hasta convertirse en un aluvión coral al que era imposible permanecer indiferente. Entonces me di vuelta casi sin querer queriendo y choqué contra la cara de Bebán atravesado por un cuchillo en la jeta (crecí con esa imagen equivocada; en realidad él lo lleva entre los dientes). El grito, el rostro y la música se fijaron en mí y comencé a llorar del cagazo que me produjo la situación. A partir de ese momento, pocas veces durante años pude ver de frente una escena con sangre y guardé en el depósito del inconsciente la secuencia. Décadas más tarde, en Mar del Plata, cuando descubrí el cine de Favio y ya podía hablar sobre Bazin, la Nouvelle Vague y otras peroratas, enfrenté el final de Moreira de nuevo. Fue un exorcismo, pero esta vez lloré en estado de gracia. Sobre todo cuando Bebán se asoma a la ventana antes de salir para morir de pie, y dice «con este sol». Solo la sensibilidad de Favio y de Zuhair Jury puede meter tres palabras suficientemente representativas del miedo ante la muerte, ese otro miedo que nada tiene que ver con el coraje del bandolero, sino con el del hombre que se lamenta de que el fin se dé en esa circunstancia en que Dios nos somete a semejante paradoja: abandonar la vida con ese regalo de la naturaleza, con ese sol. Eso es de los grandes poetas, aquellos que logran universalizar una experiencia particular. La tercera vez que lloré fue cuando preparaba una charla sobre Favio y volví a verla. Seguramente lo seguiré haciendo.

elcursodelcine

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