Qatar 2022. Final del mundial. La felicidad

No hay manera de que tanta felicidad pueda contenerse, apretarse, acomodarse en pequeños moldes de racionalidad. El pueblo está festejando la tercera Copa del Mundo lograda por Argentina y es el final perfecto para esta película de un mes de duración que tuvo de todo: cachetazos, picos de euforia, cables de alta tensión, bailes, relajaciones y éxtasis, un maravilloso éxtasis. Ni que la hubiera filmado Hitchcock, porque quién iba a imaginar que como hinchas/espectadores nos meteríamos tan de lleno en la pantalla. Pero el guión de esta final la escribió el otro diez, el ausente más presente (como dijo Valdano), sentado en una nube, sobornando acaso a algunos ángeles correctos e iluminando a estos muchachos en esos momentos de vulnerabilidad, abrazando una vez más al mejor, para que rasque la olla y saque lo mejor de lo que queda. Entonces, no podía concluir de otro modo. En el imaginario de esta clase de historias, los guías acompañan siempre.

Argentina jugó contra Francia setenta y cinco minutos que ni en sueños podíamos imaginar, es más, fueron los mejores de nuestra selección en la historia, no tengo dudas. La inclusión del Fideo Di María por izquierda, la gran apuesta rebelde de Scaloni, dio sus frutos. No solo fue desequilibrante y atrevido, sino que se creó la jugada para el penal y convirtió el segundo gol cerrando una extraordinaria maniobra de contragolpe, iniciada con la inestimable presión de Álvarez, conducida por un soberbio Mac Allister y decorada con una frutilla en el postre a cargo de Messi. Qué hermoso premio para Angelito, un pibe al que se le dibuja el potrero y la bondad en la cara. Argentina, durante la mayor parte del encuentro, logró un nivel altísimo de funcionamiento, a base de concentración, disposición física y confianza, condiciones necesarias para apagar prácticamente al rival, al punto que obligó a Deschamps a meter dos cambios al final de la primera etapa. Como eso no le dio resultado, quemó todas las naves con un esquema ultraofensivo que, reacomodó varias veces a Mbappé y activó con Coman, quien resultó absolutamente desequilibrante. Lo que pasó en ese lapso fatídico del último cuarto es difícil de explicar. Una de las pocas distracciones de Otamendi en este mundial provocó un penal (flojito de papeles, como el que le hicieron al Fideo). Una vez más, los fantasmas de Países Bajos se adueñaron de la cancha. Scaloni, lejos de proponer una línea de cinco, no tuvo ni tiempo para pensar, porque la morena rana René se activó como una granada y detonó para empatar un partido increíble. La sensación era la de un monolito gigante como el de 2001: Odisea del espacio que se nos caía encima. Cuando se habla de los momentos emocionales en un partido de esta envergadura no es chiste porque el impacto psicológico es tremendo. Hay que tener un temple tremendo para no caer y este equipo, una vez más, no cayó. Acusó el derechazo en la mandíbula, pero resurgió. No perdió la calma, no aflojó con sus sueños y apareció algo que es imprescindible en un mundial: ese plus de coraje, esa capacidad para potenciar la magia individual cuando lo colectivo se resiente. Y ahí estuvo Messi, nuestro capitán, otra vez. Ya estaban los devoradores de turno esperando que agachara la cabeza para decir que estaba deprimido y otras boludeces, sin embargo, aprovechó un rebote de Lloris, luego de un remate fuerte de Lautaro Martínez, y la empujó con la derecha. Tardé un rato en gritar desaforadamente el gol hasta que la imagen mostró que la jugada previa era válida por el culo de Varane. Faltaba muy poco, a esta altura ya nada podía enturbiar el destino triunfal, además, habíamos agotado los tés de boldo, los tranquilizantes, las técnicas de relajación, el control de la ira y las cábalas posibles. No obstante, Francia encontró otro penal (esta vez legítimamente) en una desgraciada postura para cubrirse de Montiel, hecho que no solo les otorgó el empate sino que le valió a la máquina Mbappé el título de goleador del torneo (aunque minutos más tarde se tuvo que atragantar en la foto con tres argentinos al lado sonrientes). Para colmo, en la última jugada del partido el Dibu tapó la pelota del campeonato. En el momento en que comenzaba a quedar blanco como un papel, nuestro arquero se agigantó para meter el cuerpo y el alma y llevarnos a la posibilidad de lo más alto, porque en los penales sabía que lo ganábamos, no había chance para los galos. El Dibu es un show y un especialista en los doce pasos. Y, además, tiene el hambre de la humildad, del potrero, del tipo que sabe que, más allá de la fama y el dinero, se juega por la felicidad de todo un país (menos de Sebreli, Iglesias y algún otro guardián de las buenas costumbres europeas). El Dibu es impredecible, es el que se sale del libreto, el que está más allá de todo, capaz de hacer gestos políticamente incorrectos en medio del artificio de la corrección protocolar, para escandalizar a los burros pensantes. Es como Rocky cortándose el ojo hinchado, como el Mel Gibson de Arma mortal definitivamente impredecible, y cada una de sus atajadas despierta en todos nosotros la locura de Vittorio Gassman en el famoso episodio futbolero de Los monstruos. Lo que vino después es una galería de fotos que se suman a otras (el llanto de Pablito Aimar contra México, el Topo Gigio y el “andá payá bobo” de Messi, los festejos colectivos de los jugadores, al emoción de Scaloni) y que estarán entre lo más alto de la antología que empezó a escribirse en el 78, se continuó en el 86  y se completó hoy con el beso del capitán a la copa, con sus manos frotándose antes de levantarla, con la felicidad y esa sonrisa que es nuestra. Es el broche de oro que se merece para semejante carrera.

Yo vi todo en materia de fútbol. Yo vi la arremetida de Kempes contra Holanda, disfruté amar a Diego cada vez que pisó una cancha y hoy festejé con estos muchachos, con este grupo, bien parido y conducido por Scaloni, el gigante silencioso. La Argentina, por una vez, se saca la presión de vivir a la sombra de discusiones dicotómicas. Scaloni continúa lo que Sabella empezó pero no pudo concluir: superar las presencias insomnes de Menotti y de Bilardo. Reubicó a nuestro fútbol en el lugar del que lo quisieron sacar los aduladores del primer mundo, mentes colonizadas por espejitos de colores. Armó un sólido equipo al cual llenó de autoestima y convencimiento, lo mantuvo y de modo inteligente sumó otros nombres a último momento que le dieron un rédito enorme. Qué grosos resultaron ser Enzo Fernández, Alexis Mac Allister, Julián Álvarez, con juventud y talento. Qué mundial de Otamendi, Romero, del Dibu. Todos, absolutamente todos, cada uno en su rol, cada uno interpretando el rol en este guión de película, de esas películas que valen, que se viven con el corazón, como los melodramas. No es para tibios, no es para planos de diez minutos de duración sobre un árbol. Cuando los muchachos levantaron la copa, yo me sentí en Nazareno Cruz y el lobo, yo vi el rostro de la Stanwiyck llorando en Stella Dallas, yo me vi a los nueve años con el bolso rojo esperando a que me pasaran a buscar para ir al torneo de los domingos, yo me vi en el asfalto del barrio jugando con la pelota de goma mientras mi vieja nos pide por décima vez que vayamos a comer algo. Hoy veo a los peques de la familia con una alegría indescriptible. Ellos imprimen en sus caras la felicidad. Gracias, gracias, gracias. ARGENTINA CAMPEÓN.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *