Bafici 2023. Mosaico de imágenes

El hombre más fuerte del mundo, de Fernando Arditi

El caso de Darío Villarroel tenía destino de pantalla. Antes que un deseo hasta parece una obligación. Estamos hablando de un deportista que representó a la selección argentina en pesas paralímpicas y rompió todos los récords levantando cuatro veces su propio cuerpo. El relato sobre cómo se las ingeniaron en el primer mundo para excluirlo de las competiciones es uno de los aspectos más fascinantes de este documental cuyo propósito no es el abordaje sentimentalista. Arditi elige un modo de observación que denota justeza y precisión. La vida como fisicoculturista en el presente es retratada con una cámara nunca intrusiva, que apela a esa distancia capaz de privilegiar la mirada de quienes accedemos a un mundo de colores estridentes, con detalles tendientes a sostener un ideal de belleza a partir de exprimirle el jugo a lo cotidiano. La historia sobre la superación no se declama, se infiere sin victimización ni condescendencia y esa actitud ética del director es un punto a favor de la propuesta. Luego, el recurso encuentra su límite en una organización narrativa endeble y el frecuente estiramiento del género asoma como problema.

El legado, de Rodrigo Demirjian

Qué hacer con los objetos de una persona que ha fallecido es un tema. Acudir a un espacio donde se acumula una multiplicidad de materiales que parecen hablar, recorrer fragmentos de memoria, en definitiva, convocar a un espectro a través de lo que ha dejado en vida es una tarea dolorosa. Si se trata de un artista, el proceso es aún más complejo y extenso. De algún modo es el motor de este documental. Un hijo llega de Madrid y debe enfrentarse al legado de su padre, más de 2000 pinturas amontonadas en un taller. Ahora bien, qué hacer en una película con todo lo anterior también es un tema. Son pocas las zonas que pueden reconocerse como universales y empáticas dada la frialdad del tono que se imprime a tal punto que la experiencia se ahoga en su individualidad. Apenas algunos retazos de gracia asoman en esas conversaciones telefónicas grabadas donde padre e hijo discuten acerca del arte y la vida, pero son momentos contados. El resto se nos presenta como una exploración, esa expresión baúl que soporta la carga de una cantidad de mecanismos similares y de laberintos sin salida en el documental argentino. “Me importa un carajo que se acuerden de mí” se le escucha decir al padre y hay que decir que este proyecto a mitad de camino parece cumplir con tal designio.

The Urgency of Death, de Lucía Seles

El método Seles se pone en funcionamiento nuevamente. Es una máquina que no para de escribir/filmar. Podría ser un plano empalmado con Terminal Young, como si cruzáramos la calle y nos transportáramos a otro barrio. En este caso, el espacio evocado, mostrado y referido es una confitería tradicional. Entre idas y venidas, los personajes (siempre en tránsito) vuelven a expresar sus fobias y a poner en crisis el lenguaje como instrumento transparente de comunicación. En la mirada, en los silencios, hay que buscar dolor, imposibilidad, la neurosis propia de quienes no quieren (ni tienen) por qué ajustarse al mundo tal como aparece empaquetado. Todo esto siempre acompañado por el lirismo de las palabras que la misma Seles teje a un costado del plano y que acompañan el devenir de una existencia ligada al absurdo, a la pérdida de centro y a la búsqueda incesante. Y si bien el humor se hace presente como condición necesaria para afrontar la vida, una pátina de melancolía y de tristeza sobrevuela los aires de la película. No obstante, lo que distingue a Seles de tantas otras expresiones del cine argentino que hacen de esa crisis un regodeo existencial, es ponerse a la altura de los personajes que inventa y transformar todo en productividad narrativa. El resultado es por lo menos sorprendente.

Una claustrocinefilia, de Alessandro Aniballi

La pandemia dio para todo. En el cine, podría decirse que asistimos a un amplio abanico que va desde las chantadas con disfraces importantes hasta la aparición de ejercicios autoproclamándose películas. Pongamos la propuesta de Aniballi, crítico y guionista, a mitad de camino. Por momentos, el péndulo nos conduce a una especie de ombliguismo, de exacerbación verbal que agota; por otros, asistimos a una voraz lectura pasional donde una multiplicidad de fragmentos de la historia del cine son montados con la locura digna de alguien que padece la enfermedad de la cinefilia. Varios alter ego son proyecciones de un individuo encerrado, movimientos que se abren al abismo de las imágenes para hacerlas jugar en otras canchas que las originales. Así se suceden fotogramas de Welles, Antonioni, Keaton, Chaplin, Godard, Polanski, Rosi, Fellini, Pasolini, etc. Cada plano es resignificado en función de cómo aparece pegado a otro.  Mientras tanto, Alessandro dialoga con su PC (ingenioso el chascarrillo para indicar cómo han cambiado los tiempos en torno a esas dos letras en Italia). El discurso, no exento de humor y de ironía, trabaja implícitamente la idea de que las películas nos salvan y de que el mundo exterior solo puede ser referido a partir de ellas. Como alguna sostuvo Derrida en El cine y sus fantasmas: “Se aprende lo que es un beso en el cine, antes de aprenderlo en la vida”.

Sara Facio: Haber estado ahí, de Cinthia Rajschmir

Tal vez sea escaso el tiempo y la intensidad destinados a Sara Facio, notable fotógrafa, cuya obra incluye una extensa e imponente galería de personajes y situaciones. Si bien sus anécdotas y los relatos sobre el origen de varias fotos mantienen el interés en la escucha, desde el punto de vista cinematográfico hay poco que decir. Se trata más bien de un ejercicio, de un diálogo filmado convencionalmente. Porque una cosa es la dimensión de una artista como Facio y otra distinta lo que una cineasta hace con ello. No se advierte un mínimo esfuerzo en la película por disociar la admiración de una búsqueda expresiva más estimulante, más personal por parte de la directora, y esto, acaso, resienta un trabajo hecho con buena voluntad, pero carente de energía. No obstante, quedan las historias detrás de las fotos en espacios y hechos determinantes. Por allí vemos la casa de Neruda en Isla Negra, la vuelta de Perón, los encuentros con Cortázar y María Luisa Bemberg ,todos atravesados por el talento de una verdadera cazadora de instantes, de planos y una gran y modesta oradora.

Las demás, de Alexandra Hyland

Son tiempos difíciles. Son tiempos donde las etiquetas que se le ponen a una película parecen más importantes que lo que se ve. Y no es porque se busque trascendencia en el cine necesariamente o el cine deba aspirar a la grandeza. Hoy por hoy, la misma naturaleza digital de la imagen y la democratización de las producciones abren un abanico interesante de posibilidades, pero paradójicamente achican cada vez más la búsqueda de un faro personal en pos de decidir cuál será el mejor filtro publicitario para vender un plano. “Granny Millenniall” reza el catálogo para otorgarle una nomenclatura a esta ficción sobre dos amigas, Rafa y Gaby, quienes recorren fiestas, se pierden en placeres y una de ellas queda embarazada. La cuestión a resolver es cómo abortar en un marco social y político como Chile, donde la práctica es clandestina. Lejos de la seriedad obligada y más propensa a una construcción lúdico/narrativa, las elecciones estéticas de la película rozan la parodia y se juegan por el desenfreno arbitrario de situaciones aisladas, brochazos de color rosa y canciones que acompañan el itinerario de las chicas. Una apuesta a la comedia, sí, pero muy a mitad de camino.

elcursodelcine

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