Tierra de segundas oportunidades, de culpas y de redenciones. El mundo filmográfico de Paul Schrader ha reescrito una y otra vez esta premisa, con diversos resultados, más o menos intensos, ya sea en las películas que escribió como aquellas que dirigió. Schrader, de origen calvinista, recién pudo pisar un cine a los 17 años. Al igual que Scorsese, la pasión cinéfila se ve atravesada por lo religioso y es una suerte de reacción contra el dogma, pero acusando recibo de su influencia iconográfica. También, la fascinación por lo ritual y la preocupación por el sacrificio del cuerpo. Los nombres de los personajes van cambiando, pero el dilema es siempre el mismo.
En esta oportunidad, un maestro jardinero llamado Narvel Roth esconde un pasado oscuro que se irá revelando progresivamente. Como suele ocurrir, las marcas se manifiestan en los hechos, pero también se inscriben en el cuerpo. El presente nos grafica la rutina de un tipo obsesivo que estudia las diversas clases de plantas, registra en su diario anotaciones científicas y personales, a la vez que se encarga con su grupo de trabajo del mantenimiento en la finca de una dama adinerada llamada Norma, con la cual mantiene no sólo relaciones laborales. El quiebre se produce cuando llega al lugar una sobrina nieta de la mujer, a la cual hay que enseñarle, educarla en la materia, porque es una posible heredera. La jovencita morena también tiene un reciente pasado problemático vinculado a las drogas. El vínculo que entablen es el modo que Schrader inventa como excusa para que ambos se rediman ante la adversidad, ante sus propias inseguridades, porque sólo es con el otro como se sale.
El amor en tanto posibilidad de salvación. Si bien es un tema trillado, el enfoque ascético característico del director norteamericano lo coloca siempre en una dimensión que excede el plano terrenal. Narvel y Maya son como dos ángeles caídos dispuestos a blanquear sus dolores para volver a empezar. El camino no es fácil y deben afrontar obstáculos sociales y personales. Pero sin sacrificio no hay triunfos. Sacrificio en un sentido pasional, despojado de consagraciones materiales. Inusualmente, Schrader se permite confiar en un camino de salvación donde no son necesarios una pila de cadáveres ni litros de sangre los que haya que bancarse. No obstante, puede haber un punto problemático con respecto a quiénes se redimen. Que el protagonista haya sido en el pasado un nazi y amante de la supremacía blanca no es un dato menor. Y sí es un problema que su redención quede a la par de la de Maya. Es similar a lo que ocurre en el cuento Deutsche Requiem, de Jorge Luis Borges, ya que, según su lógica, tanto el judío torturado como el nazi quedan igualados. Lo anverso/reverso que le sirve como resolución literaria, no cuadra aquí ideológicamente, es decir, debe haber un límite para el procedimiento (aunque pueda justificarse religiosa y filosóficamente). Para Schrader las abstracciones están por encima de la justicia terrenal. De este modo, los roles individuales parecen menores. Uno se pregunta, sin ponerse el traje de inspector moral, si también no cabría un límite para el procedimiento.