De sueños y laberintos. Sobre La gruta continua (Julián D´Angiolillo, 2023)

Todo documental parte de una realidad objetiva, un cúmulo de información que funciona como sustento y razón de ser, cinematográficamente hablando. En este caso, el director Julián D’Angiolillo se compenetra con un grupo de espeleólogos en Italia y Cuba para testimoniar una pasión: la posibilidad de explorar cuevas, cavernas, grutas, con el propósito de descubrir nuevos recovecos y estudiar el comportamiento interno de estos laberintos naturales. Como en sus películas anteriores (Hacerme feriante y Cuerpo de letra), el espacio adquiere especial relevancia en relación con las personas que lo recorren. Las grutas propiamente dichas son registradas en un movimiento que va desde el dato puro a la recreación artística. Todas las cuevas son la cueva, un personaje que irá creciendo a lo largo del documental, esa que cueva que sopla, que canta, que posee vida. Se trata de un universo pequeño en constante expansión y demanda que haya seres humanos dispuestos a viajar por dentro con el riesgo de perder la vida allí. Pero, al fin y al cabo, es parte del juego, de la pasión, dejar la piel por lo que uno sueña. Y el sueño de esta gente comienza desde la infancia, lúdicamente, como se gestan todos los anhelos, escrutando terrenos, indagando por ahí.

Durante el viaje condensado en la película, D’Angiolillo registra la labor de diversos grupos. El primero es una comunidad de italianos. De aquí sale el título: La gruta continua, en homenaje al lema de la izquierda en los años sesenta Lotta Continua. Luego, aparece Cuba. Un segmento sumamente interesante desde el punto de vista histórico señala la utilidad potencial de estas cuevas como posibles refugios ante un ataque bélico en tiempos de la Revolución. Pero más allá de esto, hay zonas donde las imágenes funcionan como móviles para dar cuenta de otro orden, poético, y de un ritmo similar al interior de estos espacios, como un intento por homologar la respiración de las cavernas, sus silencios, con el propio devenir cinematográfico. Esta dimensión, que podría calificarse como autorreferencial, asoma desde el comienzo. Primero, vemos una serie de fotos con las grutas, luego, el movimiento que aporta el cine, y más tarde el ingreso de los humanos en el encuadre. ¿Qué es lo que está más cerca de lo real en cuanto a representación? Uno de los aspectos más atractivos que subyace al dato puramente informativo es la posibilidad de explotar el vínculo entre la ciencia y la poesía, de unir sus caminos bajo una misma idea: correr hacia el infinito en busca de la belleza incomprensible para los terrestres distraídos en lo cotidiano. Para eso, como dice uno de los personajes, “hay que tener pelotas”.

Hay un potencial que se desprende de la misma actividad que invita a zonas donde lo racional le cede el paso a otro tipo de pensamiento, más intuitivo, impulsado por el afán de búsqueda. Pero también hay un cineasta que busca, en el mismo proceso de documentar, formas de protocine, que indaga las tensiones entre un saber artesanal y un saber tecnológico, y que nos regala viajes por el interior de laberintos, para que no perdamos de vista el componente alucinante y fantástico de todo el asunto. La cueva es un polo de atracción y cada explorador entra como empujado. Entonces, siempre lo más importante es el grado de locura que debe aceptarse para experimentar la sensación de recorrer cada laberinto. Y el cine también habla de eso.

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