Roger Corman. El hacedor. Un recuerdo con The Trip (1967)

Hace apenas unos días partió de este mundo Roger Corman, la gran referencia para comprender de qué se trata el concepto de independencia. Lo expresó bien Diego Curubeto oportunamente en Cine bizarro: “Roger Corman es un fenómeno único en la historia del cine. Desde 1953 ha venido produciendo  y dirigiendo films de bajo costo sin perder dinero ni tener que depender de los grandes estudios. Antes de cumplir cuarenta años, Corman ya había dirigido alrededor de cuarenta películas, muchas de las cuales se han convertido en clásico del cine B”.  Pero además, Roger Corman fue el gran hacedor del cine norteamericano, la pieza clave para levantar los cimientos  de una generación que cambiaría la fisonomía de la industria hacia fines de los sesenta. Fue nada menos el hombre que estuvo detrás de jóvenes promesas como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Jack Nicholson, Peter Bogdanovich, Joe Dante y Peter Fonda, entre otros. A propósito de este último, cuenta una anécdota que, participando de una reunión en una mansión con Los Beatles en medio de un viaje de LSD, intentó narrar una historia en la que casi se muere a causa de una operación. Posteriormente, Lennon inmortalizó la experiencia en She Said, She Said, una de las enormes canciones incluidas en Revolver. Justamente,Peter fonda es el protagonista de The Trip (1967), una de las películas más populares de Corman, o una nueva mirada desde el espejo reverso de la clase B sobre los viajes con LSD característicos de la época. San Francisco  se convertiría en la ciudad del proselitismo del LSD (el otro foco era el alocado Londres con su rueda interminable de cócteles, happenings, inauguraciones de clubes psicodélicos o fiestas literarias en apartamentos subterráneos). El LSD era la droga del momento, a través de la cual muchos querían encontrar “la clave, la respuesta”. Este tipo de ambientes y experiencias será recreado en varias películas de la época. Lo que hace Corman, como lo hizo durante toda su carrera, es exacerbar el lado ridículo y grotesco del asunto, pero como una fiesta, con sus raptos de placer y la consabida exposición al peligro. La historia fue escrita por Jack Nicholson y rápidamente se convirtió en culto, pero los gestos transgresores del gurú de la independencia causaron espanto en la A.I.P (American International Pictures), cuando decidió agregar hacia el final un segmento en el cual el rostro de Fonda aparecía destrozado a causa de los efectos de la droga.

No hay en The Trip una historia que referir. Hacerlo sería desvirtuar su forma, una manera de conjugar las sensaciones alucinatorias que el cine nos da como dispositivo y el mismísimo viaje de LSD de los personajes. Podemos hablar de unos veinte minutos donde se arma un cuadro argumental: Paul Groves (Peter Fonda), un director de publicidad de Hollywood está con problemas para divorciarse, hecho que afecta su profesión. Se dirige a la mansión de John (Bruce Dern), en la cima de una colina. Paul le dice a una rubia llamada Glenn que está buscando entenderse a sí mismo. Entonces obtiene 250 microgramos de LSD de Max (Dennis Hopper), lo que desemboca en los siguientes 70 minutos en una pantalla fantasmagórica de sexo, muerte y fantasía. Es la excusa perfecta para dar rienda suelta a una galería de cuadros viviente que incluyen recorridos lisérgicos por paisajes desérticos, espejos cubiertos con amantes, jinetes encapuchados y muertos imaginados. Corman, además, hizo del montaje una herramienta clave y como si hubiera estado poseído por los mismos efectos que sus criaturas, utilizó más de 2500 cortes para la película. En la banda sonora se escucha a los Jefferson Airplane y Grateful Dead. Como resultado, The Trip está empapado de una sobrecarga sensorial a base de proyecciones de luz líquida, pantalla dividida y lentes de peces con exposición múltiple.

No obstante, en medio de esa lluvia de colores y de sonidos, hay un testimonio también del inminente fin del sueño hippie de paz y amor. En una de las escenas se escucha por televisión algo de Vietnam. Paul Groves es parte de una generación que sabe que con el poder de las flores no se cambia el mundo ni el siniestro teatro de la política. Entonces, el viaje y la experimentación se van de las manos, son parte de un plan de evasión, un sueño colectivo inflado, una especie de nebulosa que caerá por su propio peso. No faltaría nada para que los sesenta culminaran con Charles Manson, Easy Rider (1969, Dennis Hopper) y el concierto de los Stones en Altamont cuando sea asesinado el joven afroamericano Meredith Hunter de apenas 18 años, todos hechos que marcan el lado B de la cuestión. Solo un maestro del cine de clase B como Corman lo vio antes.

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