Increíble pero cierto (Incroyable mais vrai, 2022), de Quentin Dupieux

El universo de Quentin Dupieux no parece tener límites. Cada historia es un eslabón más al servicio de una idea: cualquier narración goza de libertad para ensancharse hasta donde quiera. Como si abrieran portales hacia lugares insospechados, sus películas postulan un orden de autonomía en las ficciones que terminan dinamitando y retorciendo de maravillas cualquier pretensión de verosimilitud. El mundo para este excéntrico realizador francés es un lugar de consumo, esnobismo y fetichismo, al que hay que desarmar y rearmar en una nueva lógica. Su mirada no se corresponde con la misantropía habitual del cine contemporáneo. Más bien apela a una especie de anarquía que tanto les debe a los surrealistas. Uno tiene la sensación que, cuando se sienta a ver una película de Dupieux, se abre la caja de Pandora. Sólo resta esperar cuál es el objeto, el espacio, la actitud, que posibilitan el pasaje. En Increíble pero cierto (2022) es un conducto ubicado en el sótano de una casa adquirida por una pareja. El tipo de la inmobiliaria, un modelo extraído de la comedia clásica, les explica el secreto: al descender por ese agujero, llegan al mismo lugar del que partieron, pero con doce horas más y tres días más jóvenes. Con este disparate, la película comienza a trabajar con ramificaciones desopilantes y utilizando un mecanismo recurrente en el cine del director: la repetición que hace la diferencia.

La cuestión es que quien se lo toma muy a pecho, a la manera de un vicio incontrolable, es la mujer, sobre todo con el afán de recuperar su juventud y modelar, un sueño que había sido postergado. Por supuesto, dentro de la lógica divertidamente pervertida que propone Dupieux, siempre el plan puede fallar o conducir a zonas inesperadas. Detrás de este cuadro de locura (como también sucede en películas anteriores) se esconde un vínculo desmesurado con los objetos, donde el fetichismo ocupa un lugar central y nefasto. Por ejemplo, el jefe del marido y amigo de la pareja se jacta de tener un pene electrónico diseñado en Japón, otro hecho que atravesará aristas absolutamente delirantes, pero que habla también del valor del consumo en nuestra sociedad.

En tiempos de solemnidad y de tanto cine encorsetado en la sordidez con mensajes importantes, cada película de Dupieux es un salvavidas. Su concepción del relato, a la manera de un rizoma, sacude las convenciones y promueve una idea de comedia donde la anarquía de la imaginación prevalece por sobre cualquier disquisición filosófica que pueda elucubrarse. Por supuesto, como en el caso de Woody Allen, se necesita manejar un determinado timing para que la cosa funcione. El toque del director francés aporta una sensación muy difícil de manejar en el cine: internarse en la historia y tener la sensación de estar en un sueño sin que se note, sin que podamos salir.

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