Bafici 2024: Documentales sobre artistas

El hombre que canta: La Habana de Fito. El documental, de Juan Pin Villar, 2023

El registro de varias horas de conversación entre el director y el músico rosarino en un hotel de La Habana encontró la forma en un documental que, si bien no ofrece demasiado desde la puesta en escena, es rico en contenido. Sobre todo porque decide ir un paso más allá en relación a otros enfoques sobre Cuba, incorporando una veta crítica cuya consecuencia es que prohibieran su exhibición allí. Fito ha ido varias veces al país de la revolución. Su mirada a la distancia encuentra el tono justo como para hallar un equilibrio entre la fascinación que provoca la isla, su cultura, su gente, pero las falencias de un sistema político viciado, más allá del bloqueo feroz al que fue sometido. Mientras conversa con Villar, los recuerdos, las canciones y varias anécdotas copan el relato y es esa capacidad de narrador de Páez la que sostiene el interés la mayor parte del tiempo, además de los archivos con actuaciones, acompañado de distintas personalidades, entre ellos, el gran Pablo Milanés. Si algo surge como importante en medio de la charla es la idea del ser humano atravesado por las circunstancias. Revisar el pasado en la isla es también el encuentro de Fito con los sucesos que recorrieron su vida y de qué modo ello condicionó sus propias experiencias y evaluaciones sobre Cuba, desde la idealización, pasando por el contacto con la gente, hasta cierto desencanto ante hechos injustificables como las persecuciones y los fusilamientos. Pese a todo, una de las escenas más lindas, lo encuentra a Fito defendiendo el patrimonio cultural, la arquitectura de la ciudad, como algo que debe sobrevivir al tiempo y a los intereses del mercado. Eso sí se debe defender, porque en cada pedazo de la hermosa arquitectura de la ciudad hay una historia para la posteridad.

El hombre que escribe: Un hombre que escribe, de Liliana Paolinelli, 2023

El primer riesgo que encierra un documental con solo una cabeza parlante es que el interés que pueda despertar es proporcional al personaje retratado o entrevistado. Sin embargo, más allá de ese presupuesto, y si uno no se entrega fácil a los prejuicios, muchas veces esta clase de películas son más estimulantes que horas y horas de regodeo formalista. En este caso, quien habla es un hombre que escribió y nos dejó una de las mayores obras literarias argentinas, el que tiene sed (qué hermoso título para referir el alcoholismo), Abelardo Castillo. El primer mérito de Paolinelli es permanecer fuera de campo como interlocutora. No hay un minuto de desperdicio en cada intervención del escritor. El marco de la conversación son sus Diarios, pero obviamente hay derivaciones hacia otros temas jugosos: el campo intelectual, las relaciones con los lectores, su vida, la propia experiencia de la escritura, la generación del sesenta, entre otros. Entre el gesto desafiante, huraño, del tipo que parece que se va a comer la cámara o cuya lengua aparenta ser una navaja, y la sonrisa socarrona, se devela una especie de amabilidad y de confianza que el propio montaje logra. Hay una alternancia en modo automático de fragmentos visuales con parte de sus cuentos, novelas y los propios diarios, pero en general la propuesta se mantiene firme con la elección de la cabeza parlante. El resultado confirma dos cosas. Primero, que el cine sigue siendo un poderoso antídoto frente a la muerte. De allí el carácter hipnótico que nos queda de un hombre que ya no está en este mundo, pero con el cual podemos seguir dialogando. Luego, que la experiencia de los grandes narradores sigue cotizando alto como resistencia frente a la pavada verbal circundante de una vida regida por redes formadoras de alienados.

El hombre que esculpe: Vinci/ Cuerpo a cuerpo, de Franca González, 2023

Franca González se sumerge en el universo creativo del escultor Leo Vinci. No lo hace a pasos acelerados, sino con el tiempo y la forma que requieren el trabajo artístico. Y fundamentalmente abordando un aspecto crucial: el inefable paso del tiempo para un hombre que aún, a sus 92 años, desea completar proyectos y sueños estéticos. No obstante, es el cuerpo la cárcel que condena a una mente lúcida y a pleno. Lo físico es un componente determinante y entonces la lucha con los materiales es desigual. Parte del documental escenifica bloques de mármol esperando para ser manipulados. Pero también hay otra lucha, la de un hombre que se enfrenta a sus propios demonios, que revisa su pasado, que añora la naturaleza como motor de inspiración. El registro no es expositivo ni mucho menos. González elige un modo de acercamiento intimista, compenetrándose con la distancia justa, como si también la cámara se consustanciara en una búsqueda de algo inefable. Es una oda a la creatividad, a la persistencia de la memoria personal y la posibilidad de visibilizar a un artista mayúsculo desde la humildad de su trabajo diario. No obstante, cabe reparar en cierto espíritu desangelado que, en ocasiones, alejan la empatía ante lo que vemos.

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