NOMINACIONES OSCAR 2019. EL INFILTRADO DEL KKKLAN (BlacKkKlansman), de Spike Lee, 2018.

Hace un tiempo, más precisamente cuando se estrenó Django sin cadenas de Tarantino, Spike Lee puso el grito en el cielo indignado por la forma en la que Quentin retrataba a «sus hermanos negros», los «disfrazaba con ridículas ropas de colores» para que «hicieran de héroes hollywoodenses». La objeción se fundaba sobre la supuesta falta de verosimilitud histórica, una importante pavada que el propio Tarantino, para quien la única patria posible es el cine, desestimó de manera elegante: al que le interese la historia, que vaya a consultar los libros o wikipedia. Y Quentin tenía razón. En pleno siglo XXI, el cine está para otras cosas, para retorcer la historia, para cometer anacronismos, para ser salvaje. Allí están los bodoques como 12 años de esclavitud para continuar la tradición de los bodrios melodramáticos edulcorados por el sistema.
Increíblemente y por fortuna, Spike Lee hace en El infiltrado del KKKlan, su última película, todo aquello que le criticaba a Tarantino y el resultado es buenísimo: se caga de risa de la derecha, juega con las referencias cinéfilas, parodia los gestos políticos de las minorías negras y no escatima en trazo grueso y la música incluida invita a bailar con ellos. Es decir, Lee se descontractura, abandona el ceño fruncido y se permite filmar la aventura de Ron Stallworth (interpretado por John David Washington) quien a principio de los años setenta se convirtió en el primer detective negro del departamento de policía de Colorado Springs, el cual decide hacer algo por su comunidad llevando a cabo la misión de infiltrarse en el Ku Klux Klan. Su compañero es Adam Driver (en su mejor rol hasta el momento), involucrado en el insólito juego de simulación.
Puede que a los puristas del «cine verdad» les moleste el costado caricaturesco de la cuestión (como también les molestó en el magnífico primer episodio de la última de los Coen), sin embargo, eso es justamente lo que le inyecta energía a la situación, sumado a la ironía y el humor. No hace falta subestimar la capacidad del espectador con información repetida acerca de la Historia, sino apuntar significativamente a torcer el curso de los hechos para evitar las convenciones discursivas en torno a la verdad.

Hace también unos cuantos años, Borges escribía: «Séame permitida aquí una confidencia, una mínima confidencia. Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milongas, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros; luego, hará un año, escribí una historia que se llama “La muerte y la brújula” que es una suerte de pesadilla, una pesadilla en que figuran elementos de Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla; pienso allí en el Paseo Colón y lo llamo Rue de Toulon, pienso en las quintas de Adrogué y las llamo Triste-le-Roy; publicada esa historia, mis amigos me dijeron que al fin habían encontrado en lo que yo escribía el sabor de las afueras de Buenos Aires. Precisamente porque no me había propuesto encontrar ese sabor, porque me había abandonado al sueño, pude lograr, al cabo de tantos años, lo que antes busqué en vano.»

Creo que Spike también encontró lo que antes buscaba en vano.

elcursodelcine

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