34 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Reseñas Breves (Primera parte)

Felix in Wonderland, de Marie Losier/ 6 puntos

Una incursión menor de Losier por su acostumbrado retrato de personajes histriónicos. En este caso, se trata de Felix Kubin, un músico capaz de experimentar con sintetizadores y otros artefactos con total libertad. Sin embargo, a diferencia de películas anteriores, se advierte aquí una carencia de fuerza en el registro y cierta frialdad en lo que se ve, tal vez por el carácter mismo del artista. Hay escenas festivas y delirantes, pero en términos generales requiere de un esfuerzo para lograr empatía. Por supuesto están los temas claves de la realizadora, a saber, las relaciones entre identidad, género y cuerpo, la lucha por el reconocimiento y la aparición de un universo fetichista que le otorga sentido a los actos. Kubin nos involucra en sus sueños y pesadillas a las que Losier visualiza incluso con tintes psicodélicos. También formamos parte de los experimentos de sonidos y asistimos a momentos únicos como cuando el protagonista nos hace escuchar un disco cuyo primer tema arranca con una partida de ping pong y lo vemos gesticular eléctricamente. Con una superficie nutrida de imágenes caseras y un formato en 16 mm, la película se sostiene por lapsos, pero no pasa de un simpático abordaje.

El traidor de Marco Bellocchio / 9 puntos

Hay un sustrato real, histórico, que funciona como marco en la película: 1980, Palermo, la capital de la heroína para la Cosa Nostra, con las familias reunidas para la Fiesta de Santa Rosalía. Entre ellos, Tomasso Buscetta, el jefe de dos mundos, quien se transformará en el traidor del título. No obstante, la foto grupal que se sacan todos ya marca el primer signo de un teatro de máscaras, la presencia del artificio y el mundo de las apariencias. La sangre no tardará pronto en recorrer las calles en una secuencia operística magistralmente dirigida, uno de esos momentos convulsivos del cine de Bellocchio donde la exacerbación de la pasión atraviesa a los personajes y a sus vidas. Y la razón para todos los actos es el amor, ese es el motor de Tomasso. Poder, dinero, religión, son signos que se funden en la visión melodramática que el realizador italiano le confiere a esta larga odisea que no tiene desperdicio y contiene, además, una de las mejores escenas que se hayan visto sobre un juicio, desmesurada, bien gringa, por momentos surrealista, una coreografía de insultos, miradas y gestos que no hacen más que confirmar que el mundo es sueño. Un momento sublime sale de la boca de Tomasso: “La mafia no existe, es un invento periodístico. Se llama Cosa Nostra. Nosotros, los hombres de honor, lo llamamos así”. Y la vida es un manicomio de bocas cosidas, ataques de ira, pero también de boleros.

Lemebel de Joanna Reposi Garibaldi / 7 puntos

Pedro Lemebel fue un artista completo. Nació en 1952 y le puso el cuerpo a la dictadura de Pinochet como escritor, activista y performer. Basta recordar el colectivo que creó con su amigo Francisco Casas con el maravilloso nombre de Las Yeguas del Apocalipsis. El documental de Reposi Garibaldi se gesta durante los últimos años de su vida y es producto de una amistad, de manera tal que desde el principio ya se advierte una especie de pacto entre la directora y Lemebel para eludir el convencional camino de las biografías filmadas. “Que la coherencia esté en los materiales” se los escucha. Pero también está la idea del cine como un lenguaje vampírico: esta es una película para vencer a la muerte inminente: “Me dijiste que te filmara, que no deje de hacerlo”. Diversas capas de enunciación aparecen en un registro variado: archivos de actuaciones, testimonios, peleas con el público, intervenciones radiales, pero también el presente, con sus espacios vacíos y sus multipantallas, donde cualquier superficie es útil para proyectar imágenes. Estos momentos de reposo calman la pirotecnia verbal y corporal de un artista sin concesiones y ofrecen una pátina de melancolía. No es una melancolía llorona. En todo caso, la mirada hacia el pasado, hacia las fotografías de una época confirman que en la actualidad la palabra transgresión está vacía; también que hay que seguir luchando en medio de sociedades neoliberales atroces. Las imágenes de la dictadura, son también las del presente. Como si se tratara de una video instalación en tiempo real, la película encuentra un terreno fértil en sus discontinuidades, en sus retazos. En su personalidad, en definitiva.

Zombies en el cañaveral. El documental de Pablo Schembri / 7 puntos

Un divertido juego apócrifo, una postulación de otra realidad con apariencia de documental que termina por hacernos creer lo que cuenta. Todo es mérito del director de esta simpática propuesta en la que George Romero pudo haberse inspirado para La noche de los muertos vivos en una película argentina de culto llamada Zombies en el cañaveral, dirigida en Tucumán tres años antes por “el padre del terror moderno”, Ofelio Linares Montt, interpretado magistralmente por César Legname. La película trabaja una larga sonrisa a partir de una búsqueda que emprende el escritor Luciano Saracino detrás de restos de celuloide, fragmentos de guión y testimonios varios. Entre ellos, los de críticos como Diego Trerotola y Roger Koza, quienes se prenden a la broma con total seriedad, sobre todo para dar crédito a la supuesta alegoría política de la película durante el gobierno de Onganía, parodiando los discursos sobreinterpretativos en el género de terror. Ni hablar de la aparición de la enorme Coca Sarli. “Argentina siempre le tuvo miedo al miedo”, dice Saracino, mientras se destaca como una especie de Indiana Jones autóctono detrás del santo grial de la historia del cine argentino. Es tan fresca y saludable la propuesta que se le perdonan incluso algunos errores de sincronización y un reflejo en el vidrio de una cámara en una de las escenas.

Present perfect de Zhu Shengze / 7 puntos

Más de 422 millones de chinos compartieron películas transmitidas regularmente en 2017, una forma de espectáculo masiva en la que identidades anónimas se vuelven populares a partir de exhibirse ante una cámara en sus entornos privados, laborales o simplemente cotidianos. En realidad, ya no hay fronteras capaces de delimitar un ámbito de otro para una generación atravesada por la tecnología, capaz de mostrar en vivo cualquier cosa. El presente perfecto del título es el tiempo verbal en el idioma inglés que narra hechos que ya han ocurrido en un momento específico o en el pasado pero que siguen teniendo una relevancia en el presente. Se sabe que este tipo de prácticas han vuelto a ser restringidas por el gobierno chino, sin embargo, el poder del documento se intensifica y se hace eterno, producto del notable trabajo de montaje de la realizadora (más de 800 horas recopiladas) que vuelve a confirmar la posibilidad de concebir al cine como arte del presente ¿Cine? ¿Arte? Una de las cosas que parece dejar en claro una película como esta es la expansión desenfrenada de las imágenes en nuestra cultura, sobre todo las que involucran registros personales cuyo valor (y hasta puesta en escena) no están pensadas de un modo artístico, ni demandan un espectador que pueda interpretar demasiado más allá de lo que ve. Allí está entonces el cineasta que organiza esos archivos y les confiere una lógica narrativa y un contenido político. Desde esta perspectiva, cada una de las historias da cuenta de un sistema colectivo donde la alienación, la explotación laboral, el control y la soledad quedan en evidencia. El estatuto mismo de nuestra mirada como espectadores de cine queda en suspenso. El montaje como operatoria se basa en la habilidad para seleccionar todo el material y es un mérito significativo de la directora. El discurso no se construye con movimientos de cámara, sino con la misma elección de los materiales y su posterior organización. Más allá de los reparos anteriores, hay una inquietud que permite pensar en la supuesta falta de carácter político de esta clase de documentales porque, si bien la transmisión en vivo simula ser completamente apolítica, las vidas que se presentan dicen mucho sobre la sociedad china y el gobierno, tal vez más que varios panfletos que andan dando vuelta como papeletas movidas por el viento del progresismo.

Competencia Argentina de Cortos

Circumplector de Gastón Solnicki/ 5 puntos

Da la sensación de que, más que un trabajo terminado, parece un proyecto o el resultado de una instantánea de viaje. Apenas tres segmentos breves que nos ubican en la Catedral de Notre-Dame antes del incendio. Primero en una de sus fachadas, con estatuas que son removidas. Luego, un plano en el interior con un joven y una guitarra. Por último, un detalle con un plato de frutas y la invitación a construir un sentido posible en esa continuidad.

Monstruo Dios de Agustina San Martín/ 7 puntos

Lo mejor que se puede hacer en este corto es entregarse a sus imágenes. Cualquier explicación racional le quitaría fuerza. Solo algunos signos confirman que la electricidad proveniente de una planta urbana podría homologarse con alguna deidad posible. El resto (con atmósferas lyncheanas) transcurre entre niebla, vacas y una niña protagonista que es un enigma.

Nos devoraba el fuego de Lucía Granada/ 7 puntos

Experiencia sensorial focalizada en un espacio destruido por cuyos recovecos parecen manifestarse susurros, ruidos y voces del pasado. El recorrido de la cámara por sus ambientes vacíos y la textura de las imágenes apuntan a una búsqueda poética donde no está exenta una sensación vinculada a lo siniestro.

Playback. Ensayo de una despedida de Agustina Comedi/ 8 puntos

Una vez más Agustina Comedi aborda las relaciones entre cuerpo, identidad y poder en Córdoba, en este caso, al final de la dictadura. Para ello utiliza un notable montaje con archivos donde vemos al Grupo Kalas, un colectivo de travestis y transformistas que intentaban romper el cerco autoritario de la docta y católica capital argentina (dicho sea de paso, la resonancia en el presente es importante para un cine que, salvo raras excepciones, alude poco y nada a su conservadurismo actual). La voz en off es la de Delpi, una de sus integrantes. A ella y a la directora le debemos un hermoso final para contrarrestar el dolor.

Suquía de Ezequiel Salinas/ 7 puntos

Un viaje onírico. Un río que susurra sus dolores y rencores. La naturaleza frente a la acción humana y una cámara que se desplaza al ritmo de las aguas. Interesante forma de inmersión que se potencia en la sala oscura.

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