Album (Mehmet Can Mertoglu, 2016) Turquía

Las primeras imágenes de Album son desconcertantes. Plano fijo, encuadre frontal, sonido directo, son las herramientas que utiliza el joven cineasta turco para presentarnos un ámbito frío, de carácter científico, donde una vaca pare ayudada por dos hombres. La facilidad del acto funciona como contraste irónico ante lo que veremos a continuación: una pareja que intenta adoptar un niño en forma clandestina. Esta especie de montaje intelectual prepara el terreno para una comedia cerebral, negra, lacónica y con ribetes absurdos.

Bahar y Cüneyt no parecen tener más horizonte que su rutina y consumir algunos programas de tv. La inmovilidad en la que están sumidos es apenas mostrada con dos o tres pinceladas que trazan los ambientes laborales. Él es profesor de Historia en un colegio donde los alumnos apenas lo escuchan y ella es empleada en una oficina de recaudación en la que los todos permanecen en estado de narcolepsia mientras una máquina hace las tareas de limpieza. Así están planteadas las cosas en esta película donde lo cotidiano se exprime hasta la última gota para sacarlo de su lógica y llevarlo al límite del automatismo. En ese avance narrativo escueto a base de elipsis, el marido saca fotos y entonces se va develando un secreto: ambos participan de un juego, asumen el rol de un matrimonio a la espera de un bebé. La coartada se hace visible cuando finalmente adoptan por izquierda un bebé y agregan los últimos detalles de una trama escénica que les permitirá en apariencia continuar con el esquema diario de consumo televisivo, algunas reuniones con una pareja amiga y no mucho más, hasta que un incidente los saca de la monotonía.

Si el dispositivo fotográfico aparece destacado no es casual. Basta revisar lo que representa hoy en día la idea de álbum, un cúmulo infinito de archivos guardados sin restricciones en carpetas que pocas veces se verán con el tiempo requerido y cuya naturaleza estética apenas se discute. Al comienzo hay una voluntad compulsiva por forjarlas y Bahar dispara su cámara en todo momento para crear una realidad artificial necesaria. Sin embargo, opera una inversión con respecto al uso común que cualquier usuario hace de las fotos personales. Aquí hay que armar una historia que no existe y borrar las huellas del proceso.

La composición virtuosa de cada plano mantiene la misma temperatura emocional de tantos films provenientes de festivales, sin embargo, más allá del humor negro y de cierta pose en la mirada con que se trazan los perfiles, hay un marco contextual terrible que permite comprender en algún punto las decisiones de los protagonistas, a saber, que la infertilidad es motivo de vergüenza femenina en Turquía. Y es en esa línea de indicios socioculturales donde la película adquiere fuerza simbólica dado que el género funciona como una cáscara capaz de cubrir pequeñas señales que el director arroja en la historia como fugaces destellos. A través de ellos miramos el otro lado de la tarjeta postal, una sociedad donde triunfan los burócratas y los materialistas y donde la xenofobia está anclada en todos los sectores (hay un pasaje en el que la pareja rechaza a un bebé por su aspecto kurdo). Tal vez sea ese el lazo que nos permita saltar el cerco expresivo que propone, la falta de empatía con sus criaturas y su gesto retraído.

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *