Solanas en filmación (Argentina / Francia – 1993), de Dolly Pussi y Enrique Muzio

Alguna vez un amigo contó que no le gustaban las películas vinculadas con el “detrás de escena” porque erradicaban de cuajo la magia del cine, develando sus costuras. Las consideraba como fotocopias de libros mal sacadas. Claro que es un poco exagerada la sentencia, pero debo confesar que en reiteradas ocasiones me he preguntado sobre la necesidad de esta clase de ejercicios audiovisuales, generalmente condescendientes, complementos benévolos de una labor sacrificada. Por otro lado, no son para desdeñarlos ni mucho menos, puesto que pueden alumbrar aspectos sobre el proceso de construcción de una historia que permiten entender mejor las intenciones de un cineasta. En este caso, Solanas en filmación, un documental de 1993 sobre el rodaje de El viaje (1992), confirma las virtudes y los defectos de las ambiciones de Pino. Lo importante es que lo hace con mínimas intervenciones enunciativas (las pocas que aparecen son más bien didácticas y elementalmente ejemplificantes) y consagra una gran parte del filme a que las imágenes hablen por sí mismas, sobre todo para dar cuenta de la poética de un director comprometido y de un proyecto largo, tedioso, pero vital, que coincidió con el atentado que sufrió por enfrentarse al poder menemista. El estreno de esta modesta propuesta es un acto de justicia para con la memoria de Solanas en un momento donde varios lloran la impunidad de una década infame.

Con respecto al contenido, como refería anteriormente, es un buen muestrario de la distancia que media entre el Pino documentalista y el de las ficciones desmesuradas que supo filmar. En este último terreno (que incluye a El viaje), se percibe un tono exageradamente alegórico y teatral del cual se habló muy bien apenas recobrada la democracia, pero que no ha resistido el paso del tiempo. La necesidad de volcar la rabia no siempre funciona de modo efectivo en el cine, principalmente cuando se restringe la estética a cuestiones netamente ideológicas. Los subrayados en este sector de la filmografía de Solanas, son evidentes, como lo son además las explicaciones del propio Pino sobre lo que quiso transmitir. Por supuesto que hay imágenes poderosas, ingeniosas, y una marca que encuentra su fundamento en el cruce genérico, en ese vaivén entre lo épico y lo grotesco (una tradición de influencias que viene de realizadores del este europeo y de Fellini, entre otras). Sin embargo, es posible advertir que muchas de las actuaciones y de los diálogos aparecen atravesados por una impostación y un artificio no muy convincentes.

Pese a lo anterior, hay que rescatar a ese Pino que, como dijera en su momento Orson Welles de Fellini, “baila”. Y no solo baila cuando le da indicaciones a quienes actúan sino que dibuja, hace bocetos mientras viaja de un lugar a otro de Latinoamérica para dar forma a una película desbordante, sin temor al riesgo, valor que no encuentra diferencia entre el cine y la vida. Allí conviven en el documental las imágenes para recrear situaciones desopilantes como insólitas, y las otras, las que ponen en juego la propia vida. Lo que prima en ambos casos es la ética de un hombre comprometido.

(Publicado originalmente en CineramaPlus)

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