Los miserables de ayer y de hoy. Victor Hugo y Ladj Ly

En los primeros días del mes de octubre de 1815 un hombre viaja a pie buscando alojamiento en Digne. Era difícil encontrar un transeúnte de aspecto más miserable. Nadie quiere recibirlo porque porta un distintivo como ex presidiario. Continúa su camino como un hombre triste y humillado. “Soy menos que un perro” se dice a sí mismo. ¿Cuál fue su pecado? Robar un pan de más joven. Su nombre es Jean Valjean y es el protagonista de Los miserables (1862), de Victor Hugo. Una de las premisas de la novela es que la única felicidad duradera del hombre reside en el trabajo, y la negativa a trabajar conduce a la destrucción total de la personalidad. Victor Hugo: “La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes oscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres.”

Dos siglos después, los miserables de ayer en Francia hoy no son solo los marginales excluidos del sistema, también lo son refugiados e inmigrantes africanos, gitanos y mafiosos. Así lo muestra el comienzo de Los miserables (2019, Ladj Ly), director nacido en Mali. Allí donde vivían los personajes de la novela de Hugo, transcurre la historia: un polvorín de los suburbios orientales de París. Y al igual que con Valjean, una travesura o un delito menor desemboca en una tragedia humana.

El elefante de entonces es ahora un inmenso monoblock anclado en la supuesta civilización, un gueto formado por musulmanes, rumanos, nigerianos, estigmatizados y marcados por la policía, porque todo allí se resuelve entre estas dos fuerzas, mientras el otro monstruo permanece fuera de campo, el Estado. La BAC es la Brigada de Lucha contra la Delincuencia, acostumbrada a los abusos y a los apremios ilegales. Entre sus miembros está Gwada, un agente negro, cuyas contradicciones parecen ser las del mismo país que habita. ¿Qué es ser francés hoy?

Todo el tramo inicial de la película arma el escenario antes de entrar en las historias individuales de algunos personajes, del mismo modo que Victor Hugo lo hacía en su novela. Como espectadores nos familiarizamos con el barrio y con la dinámica social. Pero en definitiva, lo que vemos es lo que el mismo Hugo describía en su novela para sus miserables “En cierto grado de miseria se apodera del alma una especie de indiferencia espectral y se ve a los seres como almas en pena.”

Mientras tanto, el fútbol es lo único que parece neutralizar  y enmascara por un instante lo que no hay: igualdad, fraternidad y libertad.

El registro es propio del realismo sucio, sobre todo en la manera en que la cámara penetra el espacio del polvorín, en los suburbios. Todo se circunscribe a la pelea entre dos facciones que luchan en condiciones desiguales, pero que comparten el espíritu de supervivencia. Esa vida en los suburbios está años luz de lo que se ve en los medios. La pregunta implícita siempre es ¿cómo resolverán los problemas los políticos si no conocen ni saben cómo se vive en estos lugares? A veces, los pactos y las concesiones entre ambos bandos son una forma también de supervivencia. Las treguas dan un poco de oxígeno hasta que estalla un nuevo conflicto.

La secuencia final es el corolario de una situación interminable (por eso el final inconcluso) y entonces la frase de Victor Hugo: “La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes oscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres.”

Y si en la novela teníamos las barricadas y las revueltas como una forma de buscar justicia social, en la película el estallido es el resultado análogo, inevitable, de los desposeídos. “No hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos cultivadores” (Victor Hugo)

elcursodelcine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *