CINEFILIA, EXPLORACIONES Y REINVENCIONES. SOBRE PETER BOGDANOVICH (SEGUNDA PARTE)

Targets (1968) alterna dos historias. Una de ellas es la de un actor fuera de tiempo (Boris Karloff) que padece su ocaso cuando se percata de que ya no puede asustar más encarnando monstruos. Si tenemos en cuenta el modo en que Peter Bogdanovich dio cuenta de su cinefilia en cada película (como gesto de amor, no de ostentación), esta podría ser su versión modesta y agradecida de Sunset Boulevard (1950), en tanto y en cuanto, también es un diagnóstico sobre cómo ciertas percepciones cambian drásticamente cuando el cine avanza a pasos agigantados, ya sea por las mismas condiciones tecnológicas que lo involucran como arte o por la lógica perversa del mercado en un sistema que fabrica estrellas para apagarlas cuando no les conviene. Si Norma Desmond en la película de Billy Wilder sufría las consecuencias del olvido, el ocaso de una época, Byron Orlok, también encerrado en un habitáculo espectral, ve que sus actuaciones ya no pueden tener lugar en un mundo donde hay más que suficientes dosis de terror en la realidad, mostrada sin tapujos por la televisión.

Aquí entra en juego la otra historia, la del francotirador. Nuevamente, Bogdanovich hace gala de su conocimiento del cine clásico y le guiña el ojo a The Sniper (1952), de  Edward Dmytryk, una curiosa propuesta acerca de un joven cuyo odio enfermizo hacia las mujeres lo convierte en un francotirador. No es solo una historia enmarcada en la galería de asesinos, psicópatas o perturbados mentales, sino un fresco documental bastante potente sobre un comportamiento social irresponsable desde las instituciones que ejercen el poder y que, además, promueven la familiaridad de las armas (tema que todavía hace estragos exponencialmente). Al mismo tiempo, y desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, es destacable el uso de los exteriores por su realismo y muchas de sus acciones anticipan el mapa de escenas características de películas de persecuciones de los setenta. Y aquí es donde recoge el guante Bogdanovich, en ese registro observacional que utiliza cuando muestra los movimientos del joven, su modus operandi, sin interferencias musicales que condicionen una lectura abierta a ese extraño horizonte de nubes negras que incluye la cercanía con Vietnam y la amenaza cultural frente a una sociedad dormida en las flores del hippismo. Desde este punto de vista, su film hermano es Busco mi destino (1969), de Dennis Hopper.

Las anteriores nos son las únicas citas incluidas. Están las otras, las más visibles, a Roger Corman, a Howard Hawks. La primera película de Peter Bogdanovich ya se muestra como un engranaje autorreferencial (él mismo interpreta el rol de un director) que, si bien está focalizado mayormente en ciertas zonas del terror y del policial, luego darán paso a una carrera más bien consagrada a la comedia, a explorar sus resortes e inaugurar nuevos festejos, no sin antes pasar por estos rituales de bautismo que dan cuenta (anticipadamente) del fin del cine, al menos como se entendía en una época. De allí que, si hacemos caso omiso a la idea borgeana de que las traducciones pueden superar al original, si leemos en lugar de Targets, el título en castellano Míralos morir, la significación es más productiva: no son solo las víctimas asesinadas por un joven perturbado, son también los hijos que ven morir a sus padres en una tradición cinematográfica que hay que reinventar (del mismo modo que Sammy lo hará con Orlock). Y reinventar es la forma de no clavar el acta de defunción en el museo, sino explorar y reflexionar sobre nuevas miradas y posibilidades de hacer y compartir esta sagrada experiencia de ver cine.

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