BELMONTE, de Federico Veiroj (2018)

LOS FANTASMAS DE LA EXISTENCIA

Belmonte es una película metódica, de encuadres precisos, excelente iluminación y concisión narrativa. Es decir, sabe lo quiere y lo lleva a buen puerto. Veiroj regresa con personajes de periplos existenciales y esta vez elige a un artista. Pero a diferencia de otras incursiones que subrayan obsecuentemente la obra o reparan en las miserias, aquí todo parece estar en su justa medida.

Es cierto. En algunos pasajes asoma cierto aire del peor cine de Subiela y los diálogos parecen caer en las locuciones típicas de esos films de mediados de los ochenta. Sin embargo, por fortuna, Veiroj se corre a tiempo y todo continúa en su cauce preciso, el de la observación/entendimiento de un artista al que se le dificulta hacer compatible su pasión con una idea de familia. En todo caso, la exploración apunta a captar los tiempos muertos del protagonista a través de la convivencia desordenada con su pequeña hija, la relación con su ex esposa y un secreto en relación a su padre que lo tiene inquieto. Ninguna de estas situaciones supera el trazo de presentación ya que Javier Belmonte las transita como si navegara solo por momentos sin que se desborde el agua del tanque. Cuando no dibuja, asistimos a un universo estático de gestos lacónicos cuyo eje es la dispersión. ¿Qué hace un artista cuando no crea? Mira, se distrae, está en su mundo. Un delicado travelling sobre una estatua abre la película para concluir en la atenta observación de Javi (así lo llaman los suyos), la misma mirada obsesiva hacia ciertos detalles diseminados en diferentes situaciones que le impiden relajarse y disfrutar. Así lo vemos desistir de acostarse con una mujer, concentrado en un adorno, o reparar en un pasajero en el colectivo sin que se sepa por qué exactamente. El interior de Belmonte es un volcán que nunca estalla. La mayoría le llama crisis de los cuarenta o esa instancia en la que el orgullo y los logros se transforman en indiferencias. Es aquí cuando se cuela una tradición existencialista literaria, cuando los fantasmas del gran Juan Carlos Onetti llaman a la puerta del pintor sin anunciarse como tales, porque están en el aire, pululan alrededor. Llega un punto en que ciertas obsesiones cotidianas (el bebé que espera su ex-esposa, los movimientos secretos del padre) transfiguran el universo exitoso del artista. Mientras tanto, el tiempo transcurre inevitablemente. Entre esas cadenas se desenvuelve la vida de Belmonte.

Y si bien la historia se teje  en un microcosmos frío que puede pecar de cierta apología de la distancia, recupera vitalidad cuando las dosis de humor atenúan la sordidez melancólica de una ciudad que se presta a ello. Una galería de canciones pertenecientes a géneros variados también contribuye positivamente al cálculo y están puestas con buen gusto y en los pasajes indicados. Pese al estatismo, se disfruta este pequeño film, seguro de sí mismo.

(Publicada también en http://www.funcinema.com.ar/2019/03/belmonte/)

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