34 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. RESEÑAS BREVES (QUINTA PARTE)

Bliss, de Joe Begos/ 6 puntos

Uno no sabe bien a qué atenerse cuando una película comienza con una advertencia, sobre todo si se aclara que hay «imágenes parpadeantes» que pueden afectar a «personas epilépticas». Ahora, si la curiosidad mata al gato, hay que bancar la parada. Bueno, Bliss no es para tanto, apenas un intento de homenaje al gore con música al palo, gente muy drogada y vampiros. El éxtasis al que alude el título no es solo la droga, sino el estado en que se encuentra la protagonista cuando pinta buscando su obra maestra. Sin embargo, la imposibilidad obliga a establecer una especie de pacto: la inspiración a base de sustancias y el logro tienen sus consecuencias. Filmada en 16mm con una paleta de colores saturados, tiene sus buenos momentos en el desparpajo de sangre, en los viajes lisérgicos y en espirales de sexo ralentizados. Sin embargo, no hay forma de disimular los baches de un guión donde ciertas resoluciones aparecen forzadas. En todo caso, vale la experiencia sensorial para conjugar la clásica vinculación entre el arte y las drogas o la variante de cómo un artista «vende su alma al diablo» para concluir su gran obra.

Liberte, de Albert Serra/ 7 puntos

Un lento festival de fluidos y gemidos a media luz con libertinos jugando en el bosque. En este caso se interna una noche con hombres y mujeres prófugos de las buenas costumbres para experimentar sexualmente. Es graciosa la manera en que planifican sus juegos y de qué modo luego están o no a la altura de los deseos. En una competencia para ver quién llega más lejos, Serra es lo suficientemente provocativo e inteligente para mostrar/escamotear a fin de que sean los climas los que se impongan por sobre el porno. No hay sensualidad, más bien cinismo, y ese misterio que inevitablemente cobra protagonismo cuando el deseo busca los canales de satisfacción. Puede que la dilatación atente contra el resultado final, sin embargo, la espera vale la pena, sobre todo hacia el final de la noche cuando una lluvia torrencial se desata y las primeras luces del día habilitan una pátina melancólica mientras los protagonistas se reencuentran después de haberse buscado/perdido durante horas, entrando y saliendo de cada escena de sexo y placer. El que toma en serio a Serra, pierde. Cada vez más cerca de la comedia. Al ver sus películas, imagino un rodaje plagado de risas. Un loco diletante como pocos.

Lina de Lima, de María Paz González/ 6 puntos

El punto a favor de la película es circunscribirse a una mirada alejada de los estereotipos sobre los migrantes, huyendo en todo caso de esa agenda vampírica en la que el cine está obligado a no filtrar la miseria reinante o por lo menos a todos aquellos discursos que postulan un imperativo en torno a qué se debe mostrar y cómo. En este caso, Lina es una mujer entre dos mundos. Su familia está en Perú, pero ella trabaja en Chile. En su país de origen los problemas debe manejarlos a la distancia, mientras que en el otro, ocupa circunstancialmente un lugar que le permite cierta libertad para explorarse como mujer que desea. Paradójicamente serán los objetos y los lugares extraños los que le permitirán encontrarse con los placeres. La nota distintiva es de qué modo irrumpe la fantasía con números musicales, una especie de proyección quijotesca para aliviar la rutina, la soledad ,en la que Lina canta y baila como si fuera una estrella. Tal vez, si bien el musical siempre ha sido el género para salvar a la humanidad en medio del desastre, el principal problema es el esquematismo que impera en general, no solo en la puesta en escena de los momentos de una trama que no parece avanzar, sino en la construcción misma de los números musicales. Por otro lado, la paleta de colores ligada al melodrama no logra disimular una carencia de emociones más sanguíneas. No obstante, es sumamente positiva la estrategia de enriquecer la representación de lo femenino al margen de la presión mediática.

State Funeral, de Sergei Loznitsa/ 7 puntos

Siempre atento a registrar acontecimientos (sean grandes o pequeños), la cámara de Loznitsa ha sido siempre un ojo privilegiado capaz de abarcar desde todos los ángulos posibles un espacio o un hecho decisivo. En su cine no hay movimientos de cámara frenéticos. Cada plano, con sus propia dinámica interna, invita al asombro, a mirar y a evaluar. En todo caso será el montaje la operatoria clave para animar un discurso que asomará paulatinamente. En esta oportunidad el abordaje se concentra en una causa de Estado, nada menos que el funeral de Joseph Stalin y lo destacable es el poderoso material de archivo. El tema es cómo trabaja el director con esa mina de oro, ya sea para evitar la mera acumulación, o para mostrarlos a la luz del presente, sobre todo en una época donde la posibilidad de restauración y de manipulación digital permiten reformular la manera en que vemos esas filmaciones originales. En este sentido, es interesante la alternancia entre el blanco y negro y el color, como si Loznitsa interpelara las formas desde la evolución del lenguaje cinematográfico. Desde las primeras imágenes con el cuerpo del líder hasta los diversos momentos de duelo y procesión, existe un juego continuo que busca interrogar la misma percepción de ese pasado que se materializa en la pantalla. En esta trama de miradas, también son determinantes las reacciones del pueblo ante la presencia de la cámara (cómo llorar ante ella, cómo sonreír con culpa, cómo espiar de reojo) y de los mismos soldados que custodian (prácticamente no la miran). Despojado de espectacularidad, es inevitable pasar por alto en el documental el dispositivo monstruoso para honrar la memoria del líder fallecido, desde los parlantes que se escuchan por todos lados con loas hasta la cantidad de procesiones y pompas consagradas a su figura. Y si bien da la sensación de que los mismos materiales hablan por sí mismos, hacia el final unos carteles sientan posición sobre las horribles purgas stalinistas. Es un final lógico y necesario. Solo la extensión del recurso resiente un poco el monumental trabajo de edición.

La última marcha, de Ivo Aichenbaum & Jhon Martínez/6 puntos

Varias películas en la actualidad despliegan un método que ya es moneda corriente: de qué modo evaluar el pasado a partir de materiales del presente, sobre todo aquellos que obedecen a un marco de privacidad. Los resultados difieren según la importancia del hecho o del personaje en cuestión, o de la habilidad de los cineastas para manipular archivos y contagiar algunas sensaciones y/o emociones. En este caso, director y protagonista establecen una simbiosis que da forma a este mediometraje que tiene como referente a las FARC en Colombia en la etapa previa a la tregua acordada con el gobierno. Jhon es un excombatiente y a la distancia observa y comenta las fotos que ha sacado. La doble significancia de la palabra disparar queda en evidencia en las palabras del protagonista: «Con el mismo dedo que disparé mi fusil, disparé mi cámara». Y el recuerdo se articula como si hubiera sido un sueño, sobre todo en un presente donde los ideales del grupo militarizado aparecen mezclados con una historia de amor y extraviados en una utopía que no se cuestiona en ningún momento. Hacia el final se aclara que el gobierno colombiano continúa incumpliendo los compromisos pactados, además de haber asesinado a un centenar de personas.

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