42 Festival Cinéma Du Réel: El Espacio Recreado

La 42a edición del Festival Cinéma du réel se desarrolló en París con una competición internacional de 13 largometrajes y un foco dedicado a Pedro Costa, pero con la particularidad compartida por varios eventos este año debido a la situación excepcional de la pandemia de Coronavirus. En algunas plataformas se han liberado películas y las siguientes notas se vinculan con las que he podido ver.

L’Âge d’or (Francia – 2019; 68 minutos) de Jean Baptiste Alazard es parte de una trilogía y muestra, en principio, un modo de vida comunitario en territorios franceses alejados de las urbes. Tiene sin duda una resonancia especial para los tiempos que corren, no solo porque se opone a la velocidad propia de nuestro mundo tecnocrático, sino porque representa una vuelta al ingenio humano para subsistir sin ningún tipo de recursos modernos y con una noción del tiempo que nada tiene que ver con la productividad en un sentido capitalista. Titou y Soledad, la pareja protagonista, transcurren sus días sin electricidad ni agua corriente, con sus ovejas, sus cultivos y vendiendo el vino que generan. A veces hablan con amigos cercanos; otras pasan sus noches cantando. Esa “edad de oro” que refiere el título pasa por la posibilidad de llevar al mundo a una etapa primigenia, edénica, de creación y de comunicación con la naturaleza. Las estaciones avanzan, pero el tiempo permanece suspendido.

Otro punto a destacar es la manera en que el director pone en escena ese espacio. Planos cerrados dan cuenta de la intimidad de los personajes en sus rituales nocturnos con la música y con los bailes en trance. La apertura del plano pone en seguida las cosas en dimensión y vemos su modesta vivienda perdida en medio de la noche. No es soledad lo que transmite la imagen sino un estado puro alejado de la contaminación audiovisual y del ruido mundano. En ese abrir y cerrar el plano se juega gran parte de la estética del documental, una zona de tensión entre el registro propiamente dicho y un acercamiento poético a partir de recrear lo real: Soledad cose con una vieja máquina, algo se refleja en uno de sus bordes y es la excusa para ceder paso a la ilusión óptica. Entonces, una imagen puede verse y pensarse independientemente de su referente, de modo tal que el líquido vertido en un vaso o en un plato se transforme a través de un primerísimo primer plano en una especie de lava volcánica. Todo es parte de la experimentación formal que propone el director para convertir un estilo de vida en un canto colectivo de colores. Esta voluntad manifestada en el pasaje de un acto cotidiano a la poesía visual no es elitista en la medida que nos interpela, nos invita a sumergirnos en esa manipulación de lo que se ve, con alternancia focal, con amplificación de sonidos, todos recursos de estilo cuyo fin no es otro que partir de la realidad para transformarla creativamente.

La otra pata es filosófica y surge de los tiempos muertos. El ocio posibilita pensar y una comida compartida puede derivar en una charla sobre cuestiones metafísicas. El goce y la alegría, productos de la calidad de vida, no tardan en asomar en pantalla con banquetes platónicos y gente en estado de trance, para culminar con una hermosa escena de tormenta que lidia con lo sobrenatural. El principal mérito de Alazard es regalarnos esos momentos sin pretensiones, en un juego de texturas y superficies de placer.

Lethe (Francia – 2019; 16 minutos), cortometraje de Christophe Pellet, también parte de un espacio. El espacio como principio rector de representación parece ser el común denominador de los filmes seleccionados. En este caso, un río asociado a una creencia en la que las almas de los muertos que beben allí olvidan su pasado. Ese tiempo ancestral se complementa con un hecho concreto, a saber, la construcción de pequeños santuarios en lugares donde se produjeron accidentes, compuestos con palabras, fotografías y objetos. Mientras los turistas pasean, los muertos permanecen en suspenso allí y las dos capas de realidad se funden en un registro que pretende ensamblarlas. En esa búsqueda hay planos logrados y otros arbitrarios. En esa zona intermedia entre una tradición de relatos populares y la actualidad, el director encuentra el camino de este híbrido genérico. De día los vivos transitan las calles y bordean el río. De noche, un conjuro asoma entre las almas y los gatos del lugar. Esta segunda línea narrativa es la más poderosa y convincente.

Me sentí solo y fui a buscar a mi hermana mayor” se escucha al principio de The Missing One (Francia – 2020; 87 minutos), el largo de Rares Ienasoaie. Y a través de una cámara en mano veremos una serie de imágenes cuya naturaleza le debe más A la precariedad que a la composición cuidada. La hermana en cuestión tiene que ver con una joven que ha huido de la casa familiar y vive en un camión donde pasa el tiempo inyectándose morfina. La crudeza de la situación no busca la victimización ni es otra película más de redención familiar. En todo caso se basa en dos decisiones importantes mostradas sin ningún acto de arrogancia. Uno que busca y filma a otro que ha decidido correrse del mundo civilizado burgués. Y cuando en el cosmos de lo que llamamos normalidad algunos conversan mientras almuerzan o cenan, los hermanos lo hacen cuando la chica le da duro y parejo a la morfina. En este universo bastante asfixiante, solo ciertos planos exteriores aportan una cuota de oxígeno para sobrellevar la reiteración del procedimiento.

En el comienzo de Paradisio (Francia – 2020; 55 minutos) de Hendrik Hegray pasan las imágenes de un paisaje inhóspito. La lógica toponímica vuelve a anunciarse como punto de partida. Alguien tose al mismo tiempo que registra. Volvemos a la idea de que todo es susceptible de ser filmado, de ser integrado en un espacio fílmico, aún aquello que a priori podría no importarle a nadie. Es el acto de resistencia del documental como género. Con una cámara DV se nos muestra un lugar de la región de Limousin, una pequeña aldea de 800 habitantes y un lago que media entre ambas locaciones. Los contrapuntos asoman progresivamente a partir de lo que vemos y elaboramos intelectualmente: la naturaleza versus la industria, la virginidad de un estado que precede a los humanos frente a la contaminación. La única certeza parece ser la idea de un mundo de despojos, de materiales oxidados y un ojo que ve ese derrumbe con la intención de recrear experimentalmente y de acompañar musicalmente con acordes disonantes. Luego de unos cuantos minutos donde todo obedece a excesos de arbitrariedad, una caminata final permite levantar el vuelo. Se trata de una búsqueda nueva en este mundo donde hay que rebautizar las imágenes.

Espacios. Es en principio la propuesta de las búsquedas de estos documentales.

Por Guillermo Colantonio (Para CineramaPlus)

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