Copias certificadas. Sobre dos películas de los hermanos Onetti.

Francesca (2015)

Queremos tanto al Giallo que, en principio, la propuesta de los hermanos Luciano y Nicolás Onetti cae como un saludable respiro, una especie de aerolito en el cine argentino actual. Francesca es claramente un homenaje a una estética que nos enseñó con devoción y libertad que el crimen podía ser un arte capaz de cuestionar los buenos modales y las conciencias tranquilizadoras. Y así lo entiende el realizador a partir de un ejercicio de estilo que nunca reniega de su condición de copia y que asume las consecuencias del caso, sobre todo porque repite anacrónicamente cada uno de los postulados del género sin correrse un centímetro. Desde ese fundido en negro que se diluye lentamente mientras se escucha al viento, se advierte la voluntad mimética: la tipografía, la música y un montaje fragmentado que sostiene caóticamente la secuencia inicial donde se narra el prólogo de la historia. El asesinato como herencia, el artificio puesto en un primer plano con la paleta de colores reconocible en la modalidad homenajeada, los mitos de la maternidad subvertidos y la pesadilla de una niña que ha desaparecido durante quince años y parece ser quien perturba la realidad del lugar con sus crímenes. Todos los ingredientes están puestos de modo calculado, sumados al gusto por el detalle fetichista hacia las armas blancas y los objetos inertes (los muñecos en el podio).

Pese a que la película nunca logra despegar de su intencionalidad-la copia certificada-sin ruborizarse, recurso que aparece enfatizado por la graciosa manera en que se dobló al italiano cada diálogo que sostienen los personajes (disimulados muchos veces por el montaje), cabe destacar ciertos aspectos de la puesta en escena cuyo resultado da alguna magistral secuencia como la que muestra desde un ángulo subjetivo la excitación del asesino ante unas fotos de carácter sexual. Como en los Giallos de Bava, Argento o Martino, por citar referentes, Onetti nos regalará cuadros psicotrónicos donde el horror y la belleza, con las visibles manipulaciones del digital, conviven sin problema. De allí esos parajes otoñales desolados con personajes que caminan y que son observados como parte de un juego de focalizaciones que parten de la premisa de que nadie está a salvo en esta sociedad de locos en la que La Divina Comedia de Dante, además de un clásico, es una inspiración para matar.

Y si el azar es un elemento clave, el nervio que determina que no es el argumento lo más importante, entonces quedan esos retazos donde el placer se conjuga con la muerte, y los cuchillazos, planchazos o navajazos son estocadas que ingresan al cuerpo como si fueran eyaculaciones, para dejarlos con los ojos abiertos, ya en su condición de muñecos. Leemos allí el rostro del miedo. El hecho de cortar se enmarca en la misma lógica del film, es decir, una forma de fragmentar que revitaliza los mejores momentos de los clásicos aludidos.

Pero hay un espíritu festivo en todo este ejercicio, no exento de ribetes paródicos, fundamentalmente en la elección de los detectives y policías. Se sabe: son figuras que aparecen ridiculizadas por naturaleza. Siempre llegan tarde y pocas veces se enteran de la verdad. Aquí no es la excepción, sin embargo, hay un par de situaciones que los enaltecen y que provocan una mueca risueña. Ver al detective fumando porro reflexivamente y tomarse un J&B ya suma; escucharlo decir “me parece que el caso se nos está yendo de las manos” mientras juegan al billar es un atisbo de locura que incita al aplauso en el cine. Lo anterior es parte de una libertad celebratoria que recorre a Francesca y que, pese a su marcado ejercicio de estilo, es impecable en lo que se propone.

Abrakadabra (2018)

El giallo existe y los hermanos Luciano y Nicolás Onetti lo dignifican, o al menos han intentado pintar esta aldea de amarillo una vez más con Abrakadabra. Un epígrafe de Houdini servirá como disparador para una trama de asesinatos separados por treinta años, en dos épocas que involucran a un mago famoso y a su hijo. Pero el argumento es lo de menos. Lo que inunda la mirada es el profundo trabajo de apropiación que llevan a cabo los hermanos, una asimilación completa de las reglas del género que abarca todas las aristas posibles: la música, la coloración, la lengua, los variados ángulos de cámara (esa exquisita esquizofrenia del giallo en cuanto al punto de vista), las mujeres y el sexo, los cuchillos, los muñecos y los asesinos misteriosos con guantes y sombrero. Todo forma parte de un combo donde la sangre aparece sin pedir permiso en medio de acordes que caen como golpes.

La experiencia de Abrakadabra como objeto fílmico nunca abandona el sentido del homenaje en un marco de lúdico anacronismo, saludable, donde lo importante es explotar la materialidad del cine en lo que tiene de sensorial. No es un cine que jode con mensajes grandilocuentes sino que apuesta por la diversión y recupera toda la dimensión de una modalidad que parece haber quedado anclada en el tiempo. Sin embargo, pese al buscado italianismo nunca se pierde de vista el color local a través de sutiles signos (una inscripción en una puerta de un baño, por ejemplo), lo que le confiere al resultado una curiosidad adicional.

La invitación al goce sensorial de los asesinatos más allá de toda cuestión moral (principio genérico por excelencia) está garantizada en esta historia cuyo protagonista vive una pesadilla cotidiana con los fantasmas del asesinato de su padre. Hay resoluciones de puesta en escena que emulan a la perfección los clásicos exponentes, pero tal vez una de las fallas más visibles de la película es la moderada preparación de la atmósfera que anticipa los crímenes. Se nota una falta de fuerza previa, ese trauma infaltable que rodea a la situación del asesinato. De todos modos, esta débil perturbación es compensada con otras resoluciones visuales donde la vinculación sexo/muerte/penetración actualiza los momentos más felices de Bava, Argento, Martino, entre tantos. Y la magia a base de cajas con espadas suma un punto más en ese juego freudiano donde la muerte es homologada al pico del acto sexual.

Más allá de algunos inconvenientes en el guión, la principal virtud de los hermanos Onetti es la apuesta por mantener la vigencia del giallo, con creatividad y concibiendo el espacio cinematográfico desde un lugar festivo, combinando las raíces del teatro del Grand Guignol, con su representación naturalista del horror, con crímenes que evocan el esplendor de un género que supo ser hijo del más bello artificio en los sesenta y los setenta fundamentalmente.

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