Miragem, de Erik Rocha, 2020

En Miragem, la última película de Eryk Rocha, se ingresa a través del rostro de un trabajador. Se llama Paulo y maneja un taxi de noche por Río de Janeiro. La realidad se nos presenta difuminada, distorsionada, acaso por el cansancio del personaje, aunque las noticias por la radio dan cuenta del apocalipsis Bolsonaro  y entonces sabemos que la noche se transforma en un infierno visto desde la subjetiva de un hombre apaleado por la crisis y la desigualdad. El desafío técnico de cerrar el plano (al punto de la asfixia) sobre el cuerpo cansado de Paulo y la alternancia con las imágenes que se filtran a través de las ventanillas, arman una secuencia inicial potente. El lugar más cómodo es pensar en una versión carioca de Taxi Driver, sin embargo, no sería justo. La película de Rocha respira por sí sola más allá de la angustia de la influencia y no disimula su carácter de decreto de necesidad y urgencia. Está hecha con rabia y es la respuesta a un sistema opresivo que linda con lo criminal. No hay manera de que no se cuele el discurso o que ciertos momentos redunden en trazos gruesos, sin embargo, lo que prevalece es un trabajo formal interesante a base de juegos lumínicos cuyo efecto contagia el carácter insomne del protagonista.

Paulo está separado y quiere ver a su hijo. El tema es que depende de la plata que le pueda pasar a su ex mujer Livia. Esta situación, un callejón sin salida, lo sumerge en un estado de suspensión existencial y en una rutina mecánica absoluta. La noche, en esta versión alienante, es un mundo digerido como una mala droga y el taxi se convierte en ese depósito de historias en el que desfila todo tipo de personajes, desde los más desagradables (aquellos que hacen gala de su condición social alta y pretenden favores, eufemismos contemporáneos para continuar con la esclavitud) hasta los otros, los que trabajan muchas horas y vuelven reventados a sus casas muy tarde. Entre ellos se encuentra una enfermera (Bárbara Colen) con quien Paulo comenzará a tener una relación. La aparición de la mujer constituye un pequeño milagro en el marco de la sordidez, esa criptomoneda que vende bien en el cine contemporáneo, con desiguales resultados. De modo tal que, en medio de la oscuridad reinante, habrá dos sonrisas significativas del protagonista. Una cuando habla de su hijo; la otra cuando tiene su primer polvo con la joven enfermera.

El resto va al hueso, sin concesiones. Planos cerrados. Furia contenida. Tristeza e impotencia. Todo desarrollado con un trabajo sonoro destacado, envolvente, y con las noticias que caen como una cortina de hierro en esa realidad azotada por una de las peores caras del neoliberalismo mundial. Más allá de la historia, más allá de los anhelos de Paulo de poder reunirse nuevamente con su hijo, lo que nunca pierde de vista Rocha es la tensión que precede a la bomba, aunque el discurso simplón o la necesidad de confirmar una tesis lo superan en varios pasajes.

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