35 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. ÚLTIMAS IMÁGENES DEL NAUFRAGIO

1-

Dos viajes placenteros. El primero corresponde a La última ciudad, de Heinz Emigholz, una película que comienza con el relato de un sueño y ese sueño que se hace trama. Luego, personajes que hablan y hablan, pero que tienen cosas interesantes para decir, surrealistas, cómicas y dramáticas también. Como si fuera un juego de roles cuyos fondos van cambiando, La última ciudad ofrece una libertad inusitada y una frescura como pocas. Atenas, Berlín, San Pablo y Hong Kong, son algunos de los escenarios que vemos mientras los interlocutores disparan teorías, se desdoblan (como en el cuento El otro de Borges) y viven desde días perfectos a pesadillas urbanas. Si la cuestión arquitectónica es un punto central en la filmografía del director, aquí está presente en un segundo plano para dar preponderancia al registro conversacional en tanto y en cuanto parece una caja de Pandora: nunca se sabe qué ocurrirá en el plano siguiente. Cada encuadre oblicuo es parte de una propuesta lúdica que, si bien se refugia en un gesto vanguardista, no pierde nunca la conexión con los espectadores.

El otro viajecito con familiares, espías, valijas que van y vienen, lo viví en Mes chers espions, de Vladimir Leon. Dos hermanos (uno de ellos es el director) y la obsesión por seguir las huellas de un posible vínculo de la madre con el poder. Lo fascinante es que, pese a declarar su naturaleza de documental, hay un corrimiento permanente hacia los bordes para atravesar el campo genérico y una pasión por el relato más allá de todo. Si lo político y lo familiar como dos modos ensamblados parece ser un caballito de batalla de una gran porción del cine contemporáneo, aquí la película asume una condición bastante persuasiva: por más interesante que sea la vida de uno, la gracia está en cómo se la cuenta. Perdidos entre la gente, entre papeles y en la sospecha de que ellos mismos son objetos de investigación, los hermanos Leon transmiten sus dudas y comparten un relato que hasta parece reírse de la paranoia y del mundo, por qué no.

2-

Leo en un portal marplatense “Detectan cuarenta parejas bailando tango en la rambla”. Pienso en el verbo detectar y en todo este lenguaje aborrecible de la pandemia, un eslabón más de la era posthumana. Pienso también en las connotaciones de la palabra y en lo mal que se titula en el periodismo con la burda ideologización de una fauna previsible y siniestra. Resulta que ahora a las personas se las detectan, como si fueran insectos o alienígenas. Lo pienso también para el cine. Se me ocurren algunos directores y algunas directoras que colocan su cámara como si detectaran, que miran por arriba, con ese extrañamiento propio del que hace un experimento antes que una película con personas. No quiere decir esto que sean malas películas necesariamente, pero es una mirada recurrente. Puede ser un grupo de ancianos leyendo a Proust, puede ser un preso que sale de la cárcel para hablar de cómo vengarse por la muerte de su hermano. También una biografía visual (sin el personaje en cuestión) o actores sometidos a un juego de roles propuestos por su realizador. ¿Será parte también de la deshumanización actual que se traduce en un gesto inconsciente?

Es lo que me queda de películas como Isabella de Matías Piñeiro, una especie de niño mimado de los festivales y de cierto sostén crítico. Se suele llamar a sus ejercicios shakespereadas, sea por los coqueteos con el teatro como por las referencias a obras del dramaturgo inglés. Lo cierto es que las mujeres protagonistas aquí hablan de lo que tienen que interpretar y de un casting en el que compiten. En términos generales, esto es una excusa con aires rohmerianos para hacer gala de una forma, aquella en la que Piñeiro coloca a las actrices como conejillas de Indias para alternar separadores con rectángulos multicolores, para tirarnos la piedra (debemos deducir la importancia de la ficción dentro de la ficción, la idea de obra en construcción y cómo le gusta al director la idea de enfatizar el encuadre, entre otros bla, bla,bla de lujo), cuando no un piedrazo. Cine prestigioso, le dicen.

3-

Por eso, cuando la cosa se pone muy sofisticada en la superficie, lo mejor es huir a la Hora cero y dejarse llevar por algunas dosis más estimulantes de placer, algunos litros de sangre y cierto frenesí necesario para enfrentar la solemnidad. Por ejemplo, Teddy, de Ludovic Boukherma y Zoran Bouherma, una película donde está claro que el mundo es un lugar horrible para un adolescente cargado de feas obligaciones. Sin embargo, lejos de bajar línea con aires de importancia, los realizadores se entregan al melancólico espectáculo de la licantropía con algunas variantes. El resultado es disfrutable a pesar de esas marcas estéticas que quieren quedar bien en estos circuitos, pero logra fusionar la rebeldía propia del Punk con la oscuridad devenida en tristeza del Dark. Si algún que otro superhéroe reniega de su condición, hay que ser piadosos también con otras metamorfosis.

elcursodelcine

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