Bafici 2021-De cuerpos, detectives y prófugos

Los niños de Dios (Argentina – 2021), de Martín Farina

La última película de Martín Farina es un objeto misterioso como fascinante. Pasarán unos cuantos minutos para que apenas sepamos dónde estamos, aunque es bueno perderse en el cine, de igual modo que nos extraviamos en una ciudad. Apenas comenzada la exploración, el tono queda impregnado con un relato en off mientras transcurren imágenes desenfocadas de un cuerpo que se arrastra. Son los primeros signos de una fragmentación que parece resistirse a dar vida a un relato uniforme. Una historia, la que funciona como marco, está vinculada con un caso famoso que repercutió en la opinión pública a fines de los años sesenta, la llamada “Famila Internacional” o la “secta de los niños de dios”, un grupo de prostitución religiosa que fue desarticulado judicialmente. No obstante, a Farina no le interesa cubrir el hecho mediáticamente sino a partir de retazos que van armando el referente. Lo importante es el impacto que tuvo en un núcleo familiar y sobre todo en Fran y Sol, quienes fueron criados a la luz de tales prácticas. Lejos del sensacionalismo, la película materializa las subjetividades de los protagonistas, y lo hace desde la propia subjetividad del director, esto es, ofreciendo un rompecabezas estético donde vuelve a confirmarse su pericia y su sensibilidad para crear atmósferas, del mismo modo que la capacidad fotográfica de un ojo/cámara dispuesto a penetrar la intimidad, a involucrarse, porque si hay un precepto documental en Farina es que nada se consigue sin el compromiso de la simbiosis con los objetos y las personas representadas.

A medida que vamos adivinando, juntando piezas, no podemos obviar ese pulso característico del cine del joven realizador ni el naturalismo de sus imágenes, generalmente dotadas de una apabullante claridad cuya sensación inmediata conduce a la ilusión de que toquemos esos cuerpos que filma. Es una cercanía por momentos extrema, como si se escrutara la realidad. Es una mirada con marca personal (si se me permite el término futbolero), pero que en ningún momento deja afuera al espectador, aunque sea desde un lugar de rechazo. No se puede ser indiferente porque la película misma es subyugante, lírica, extraña y con un halo que roza, incluso, lo sobrenatural. ¿Qué ha pasado? ¿De qué hablan? ¿Por qué pronuncian dos idiomas? Son algunos interrogantes cuyas respuestas están ocultas o dosificadas. ¿Qué papel cumplen los cantos religiosos en sus vidas? ¿Qué dolencias físicas y emocionales transitan? Las preguntas se van sumando y lo terrible permanece donde debe estar, fuera de campo. La película formaliza las consecuencias desde un asombro no exento de compasión o al menos de comprensión. Pero si bien uno esperaría encontrar en este tipo de propuestas una especie de cine terapéutico (una de las etiquetas del mercado actual), aquí siempre hay una sensación de extrañamiento provocada por un montaje que se niega a dar una idea de completud y que privilegia un viaje interior por las conciencias más allá de lo que vemos. De allí que el tema sonoro nunca es una materia para tomarla como accesorio, ya que es funcional a la intencionalidad estética de la película. Pese a que Los niños de Dios aborda cuestiones familiares, nunca el director se toca el ombligo. Parece cerrarse una trilogía, pero se abren continuamente puertas asombrosas.

Carmen Vidal mujer detective (Uruguay – 2020), de Eva Dans 

No puede obviarse que Carmen Vidal mujer detective, la ópera prima de Eva Dans, tiene un comienzo prometedor. La caminata inicial de la protagonista con fondo urbano, gris y apático, como tantas veces nos ha mostrado el cine de jóvenes uruguayos, mientras transcurren los créditos de apertura, parece una invitación estimulante a la comedia negra. Además, la música ayuda muy bien a crear esa atmósfera, ni triste ni alegre, más bien juguetona, cercana a la parodia. Este inicio ya es un corto en sí mismo, sobre todo cuando vemos a Carmen ingresar a su oficina y entonces todos los signos que asociamos al imaginario detectivesco están puestos patas arriba. ¿Una mujer que investiga? Sí. Y no solo eso. Su lugar es un despelote, estamos en fin de año y ella festeja comiendo pizza fría. Luego, la llama Iván su compañero para que se sume a él y su madre en el festejo, despojado de espectacularidad. De entrada sabemos que nuestros personajes son parte de un cuadro existencial opaco y que el éxito de sus investigaciones no garantiza nada. El mundo es otoñal, como marrón es el color estrella de los cuadros que suceden como viñetas.

Detectives de barrio. Nada mal para empezar. Una actualización bizarra del Noir licuada con una estética montevideana con sombras de Jean Pierre Mellville. Carmen, además, no tiene un mango y debe trabajar de cajera en un supermercado para evitar el desalojo. La perdición del Polar francés acompaña un destino de carne y hueso. Encima, un hecho determinante modificará la naturaleza de la protagonista, extraviada ahora en sobredosis de porro y de pizza.

No obstante, por algún motivo inexplicable, ese lirismo de perdedores cede el paso a un coladero de actuaciones desastrosas en personajes laterales, a ritmos narrativos desencontrados, como si la abulia hubiera ganado la pulseada frente a un juego que venía muy bien. De modo tal, que la figura excluyente, Carmen Vidal, termina desdibujándose, eclipsada por el subrayado de poses televisivas, salidas infantiles, que perjudican ostensiblemente una película inicialmente subversiva y fresca. Una pena.

Israel, (Argentina-México 2020), de Ernesto Baca

Dos personajes marginales sueñan con un destino posible. Avanzamos con ellos por la carretera y por diversas paradas dentro de México. La historia no está linealmente contada, Baca vuelve a ser fiel a su registro experimental, donde combina texturas y colores a fin de fragmentar un relato que entra más como un viaje alucinógeno que como relato burgués. Espectros/personas, pobreza/riqueza, pasado indígena/presente de multinacionales, y todas las tribulaciones posibles del presente mexicano quedan inmersas en un sincretismo que adopta la forma y el estilo más bien deudores de un espíritu punk. Al mismo tiempo, el cine se presenta con su carácter de máquina removedora de imágenes, sacudiendo y revolviendo sonidos, con duplicaciones, formatos alternados: un recurso a la altura de la complejidad cultural. Todo en un marco creado de un modo futurista, con discursos parapoliciales y consignas de control. Además, vuelve Baca como en algunas películas anteriores a insertar símbolos religiosos orientales. Por otro lado, parece plantear un doble viaje, físico y mental. Con respecto al segundo, sobrevuelan influencias que van desde More y Zabriskie Point, hasta The Trip, del gran Roger Corman.

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