Mentiras piadosas. Un caso de adaptación no declarada

Primero, uno de los cuentos más hermosos y dolorosos de Cortázar, La salud de los enfermos. Ya plantea desde el título un oxímoron. Relato donde el engaño piadoso se escenifica a través de un extraño complot. “…a mamá no se le podían dar noticias inquietantes con su presión y su azúcar…” dice el narrador. Entonces, a partir de surge la posibilidad de escribir las cartas de Alejandro, fallecido en un accidente al llegar a Montevideo. “Había que continuar indefinidamente la comedia piadosa.” (aparece el título de la película) La cuestión es que a medida que avanza la historia, la ficción se va instalando progresivamente: “A los cuatro o cinco meses, después de una carta de Alejandro en la que explicaba lo mucho que tenía que hacer…” (El narrador ya está inmerso en ese mundo imaginario que será reforzado por otras frases similares: “Ese jueves se cumplían diez meses de la partida de Alejandro al Brasil.”) Hasta que se produce un quiebre y se instala la ambigüedad: “Qué buenos fueron conmigo-dijo mamá-Todo ese trabajo que se tomaron para que no sufriera.” Al final, la ficción se instala definitivamente en lo cotidiano y als cartas, una vez más, son una fuente de gravitación poderosa: “Tres días después del entierro llegó la última carta de Alejandro, donde como siempre preguntaba por la salud de mamá.”

Unos cuantos años más tarde, en la línea de las adaptaciones que han mantenido una relación más próxima a la esencia de lo fantástico en los cuentos de Cortázar, se encuentra Mentiras piadosas, coproducción argentino-española estrenada en 2009 con guión y dirección de Diego Sabanés. El director hace una versión libre del cuento “La salud de los enfermos”, de Todos los fuegos el fuego, en la que pueden rastrearse referencias a “Tía en dificultades”, de Historias de cronopios y de famas, “Cartas de mamá”, de Las armas secretas, o “Casa tomada”, y “Carta a una señorita en París”, de Bestiario. Y los resultados son muy satisfactorios. Pero no es de versiones declaradas de las cuales preferimos hablar en esta ocasión, sino de un extraño caso llamado Desde que Otar se marchó (Julie Bertucelli, 2003), la historia de tres mujeres que viven juntas en un deteriorado departamento suburbano en Georgia. Ada, quien convive esforzadamente con su madre Marina y su abuela, Eka. Esta última tiene devoción por su abuela y comparte con ella una verdadera pasión por París, ciudad a la que se ha marchado Otar, su tío médico. Las cartas de Otar son esperadas con lógica ansiedad por todas ellas, y especialmente por la abuela, pero un llamado telefónico les avisa que Otar ha muerto en un accidente. Golpeadas duramente por la noticia, Ada y su madre deciden ocultarle la terrible verdad a la anciana y comienzan a manipular las cartas de Otar desde París. Ada es quien se encarga de escribirlas, cuidándose de copiar el estilo de las cartas verdaderas e inventado una realidad de nuevos episodios. El delicado equilibrio familiar parece sostenerse a pesar de la tragedia, hasta que el azar o el destino interviene inesperadamente.

Todo el desarrollo de la trama es alucinante, fundamentalmente el modo en que Bertucelli inserta el juego de complicidades a través de miradas y de pequeños gestos. Paralelamente, junto con la descomposición familiar, está la del país en la nueva etapa poscomunista, y la generacional (agregado de la película en relación con el cuento). Y si en la película la ficción queda instalada a partir de la mentira, la otra mentira (la no declaración del proceso de adaptación) es un enigma que igual se agradece.

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