Itinerarios de la memoria

Tiempo suspendido  de Natalia Bruschtein, Argentina, 2015                                

Los primeros versos de Borges en el Poema de los dones bien podrían convivir con la situación que la joven directora plantea en el documental: “Nadie rebaje a lágrima o reproche /esta declaración de la maestría /de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche. “ El tema es la memoria pero al mismo tiempo su fragilidad. Fragilidad que está asociada a lo colectivo (un olvido que generó una terrible dictadura en Argentina) pero que Bruschtein  elige llevarla al ámbito de lo privado porque la involucra directamente. Su abuela, Laura Bonaparte, ha sostenido una pelea incesante por encontrar a sus tres hijos desaparecidos, ha luchado por preservar su memoria pero el destino se despacha con una “magnifica ironía”, la demencia senil. Este quiebre es el que su nieta filma desde lo afectivo a partir de un registro íntimo en el lugar donde asisten a su abuela. La hibridez de materiales libera a la película de la monotonía. Vemos desfilar reportajes, videos caseros y archivos que enriquecen la puesta en escena, siempre al límite del tradicional rótulo de documental político, pero nunca desde una postura explícitamente militante.

Hay momentos donde el vínculo entre ambas mujeres se desvanece y otros donde se refuerza cuando miran fotos y a la manera de un juego la abuela intenta recordar pero no puede. No se hace de esto un drama explotable. En todo caso la película mantiene una serenidad capaz de seguir un relato donde, en el mejor de los casos, no se trata solo de postular una mirada sobre el pasado sino como alguien con demencia senil mira a una cámara. Allí aparece la condición de cineasta de Bruschtein más allá de su ligazón familiar. Son esos tramos lo mejor de este modesto film que, a esta altura, enfrenta también el desafío de pertenecer a un amplio corpus de películas que giran en torno al mismo tema.

Santa Teresa & otras historias  de Nelson Carlo de los Santos Arias, República Dominicana, 2015

Este ensayo fílmico que roza lo experimental es una adaptación de un capítulo del libro inconcluso “2666” del escritor Roberto Bolaño. Plasma una libertad formal alimentada por el cruce de registros visuales como auditivos sin que se correspondan necesariamente. Esto le otorga un carácter inteligible y misterioso que demanda la entrega del espectador. Se podría decir que hay una línea rectora, narrativamente hablando, en la que una voz en off femenina cuenta la investigación de un personaje llamado Juan de Dios Martínez. Este sigue las pistas de mujeres asesinadas en una ciudad (ficticia) llamada Santa Teresa en algún espacio fronterizo entre México y EE.UU. Al mismo tiempo que se escuchan sus palabras, las imágenes transcurren disociadas y libres de cualquier ligazón referencial directa. Provienen de diversos archivos y conforman un variado flujo que incluye iconografía religiosa, restos fósiles y  procesiones filmadas en blanco y negro con distorsiones angulares, entre otros. Y en ese bloque heterogéneo de alusiones nunca se pisa terreno sólido como para discernir la naturaleza de lo que se ve y se escucha. En todo caso, serán dos instancias que promuevan lo sensorial como signo privilegiado.

No obstante, más allá del saludable riesgo estético que la película asume, hay dos méritos más que pueden añadirse. El primero tiene que ver con la política de adaptación que el director pone en escena. Lejos de mantener una fidelidad literaria,  apuesta (con toda la complejidad del texto fuente) por un gesto vanguardista, anárquico, capaz de privilegiar la autonomía del lenguaje cinematográfico y su poder persuasivo como seductor; el otro acierto es que nunca se resigna a encuadrarse genéricamente y a perder de vista dos o tres ideas que quedan firmes: el machismo imperante en una sociedad patriarcal como la mexicana, la violencia física y simbólica que padecen las mujeres en ese contexto (extensivo a otros también) y la laberíntica trama de nuestra cultura latinoamericana que, como dice una de las voces, alberga países “que nos generan enfermedad”.

Rastreador de estatuas de Jerónimo Rodríguez, Chile, 2015

En el comienzo hay una escena de una película. Se trata de Monos como Becky (1999) de Joaquim Jorda. Jorge, el protagonista, repara en la estatua de un neurólogo portugués y enseguida la asocia con una anécdota familiar referida por su padre. Viaja a Chile y comienza una investigación con el fin de dilucidar la coincidencia. La particularidad es el dispositivo de enunciación. Una voz en off en tercera persona narra el itinerario mientras las imágenes solo muestran lugares. Se escucha el relato pero los personajes no forman parte del campo visual, por lo que esta especie de documental ensayístico demanda la escucha atenta en forma permanente y lo establece como pacto desde el inicio. Cada plano es un flash y propone un tiempo similar al parpadeo. Está claro que lo que importa es lo que se dice, y en este sentido, la neutralidad en el tono de la voz trabaja una distancia y a la vez favorece la homologación con un ordenador, una tábula rasa que incorpora datos a partir de la experiencia que la misma investigación genera. Por momentos, esa mecanicidad del habla y la aparición continua de estatuas en pantalla, entre las que se destaca un pequeño monolito, parecen instalar la parodia como modalidad (¿de 2001: Odisea del espacio?), no obstante, la ausencia de recursos lingüísticos que denoten emoción alguna, genera un atractivo desconcierto. Cuando la estrategia cansa o está en peligro de convertirse en un ejercicio de pedantería, surgen elementos de rescate, ya sea a través de evocaciones (un lindo homenaje a Raoul Ruiz) o de argumentaciones que remiten al pasado y a lo que resta del mismo en el presente.

Ahora bien, no existe una lectura de la historia de manera tradicional a través del testimonio fuerte que caracterizó a gran parte del documental político en otras décadas. A la épica del relato, Rodríguez le opone la máscara de la objetividad pero en ningún momento pierde de vista que es una dimensión subjetiva concerniente al entorno familiar la que dispara el ensayo de ideas desordenadas. Es otro funcionamiento de la memoria que se propone como una instancia donde lo privado se abre a una multiplicidad de interpretaciones que intentan aprehender algo de un país complejo, pero desde un lugar diferente, llamativamente impersonal como un software.

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