21 DOC BUENOS AIRES. MUESTRA INTERNACIONAL DE CINE DOCUMENTAL (SEGUNDA PARTE)

Los desnudos (Clarisse Hann, 2012)

Fueron cuatro meses durante el año 2011. Campesinos y campesinas desfilaron por las calles desnudos en reclamo de sus derechos por las tierras que les pertenecen. El cuerpo como arma, la desnudez no solo como una forma de llamar la atención, sino como señal de igualdad y coraje frente a la lucha. Mientras tanto, el resto de la gente mira, colabora, se ríe o es indiferente. Pero la cámara de Hann tiene sus motivos. Además de hacer visible la maniobra, está para comerse el afuera, para penetrar en el acto político, porque es la labor de un documentalista, nunca perder de vista el afuera, la dimensión de lo real. Y si poner la piel parece ser el último recurso para hacerse escuchar, a eso se le suman las palabras de una de las activistas, cuya voz condensa en apenas minutos una desidia de siglos.

Mescaline (Clarisse Hann, 2018)

Película incómoda, desafiante, despareja y fallida. Lo que puede leerse como atributos aparentemente negativos, encierran, no obstante, un sentido alentador. A diferencia de otros trabajos de la directora donde la cámara se come la calle, aquí se interna (ficción mediante) a través de un viaje, el resultado de la experimentación de una joven pareja con la planta alucinógena en algún lugar fronterizo. Al principio los une el ritual, luego los separa el espanto, la vulnerabilidad cuando se creían poderosos como para interferir en el interior de una comunidad que los ve como amenaza (en el caso del muchacho)  o como fuente de placer machista (en el caso de la chica). Y si la situación es propiamente inventada, el acercamiento a los cuerpos y sus vínculos con las experiencias traumáticas en ese espacio es parte de un registro documental que tensiona cualquier límite que se quiera poner. El resultado es un mundo extraño, de miedos, desconocimientos del otro y en peligro, aun cuando el inicio sea un juego, aún cuando el inicio sea la búsqueda del placer.

Río turbio (Tatiana Mazú González, 2020)

Se podría pensar en la expresión Responsabilidad empresarial trabajada por Jonathan Perel en su documental homónimo, sin embargo, en el caso de Mazú González hay un acercamiento hacia el objeto de investigación que implica un lazo emocional y un compromiso más destacados. La explotación de una mina y las consecuencias que ello genera en los trabajadores es algo que fácilmente se puede decir, pero a las palabras se las lleva el viento (dicen) y entonces allí están las imágenes, una política de las imágenes, que incorpora además el protagonismo de las mujeres activistas. Como si fuera un espectro vernáculo de la clásica y poderosa Harlan County (1976) de Barbara Kopple, la película Río turbio deja de lado el costado espectacular de aquella, para abrir una dimensión íntima a través de materiales personales, testimonios y sumando capas mediante una notable labor de montaje.

El piso del viento (Gloria Peirano y Gustavo Fontán, 2021)

This Must Be a Place es una gran canción de los Talking Heads acerca de sentirse cómodo, pleno, en una casa. La diferencia con la película de Peirano y de Fontán es que se habilita una dimensión colectiva, un espíritu comunitario, porque quienes serán sus futuros moradores y están detrás de cámara, invitan amablemente a que amigos y amigas entren a ese nuevo espacio y den sus impresiones, además de compartir sugerencias. Casa como constructo material, pero el tema es definir el hogar, ese horizonte posible de llegada que involucra sentimientos más allá de lo físico. Y una construcción que se arma colectivamente, como si urgiera la necesidad, en tiempos pandémicos que invitan al aislamiento, a reparar lo social.

¿Y este debe ser el lugar? Todo parece indicar que sí, a juzgar por el afecto de quienes observan, pero también de las palabras y de las imágenes de Peirano y Fontán, una perfecta simbiosis donde conviven los registros verbal y visual, y donde la literatura y el cine se potencian mutuamente ahí donde uno calla para cederle el lugar al otro. Como suele ocurrir con el cine de Fontán, una vez más, los planos escriben espacios y la experiencia se torna metafísica, sobre todo cuando se cuelan esos hiatos donde la observación implacable de la naturaleza corta la continuidad de eso que solemos llamar mundo.

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