Pasolini por Ferrara

Hace unos días nos acordamos una vez más de la muerte de Pasolini. Decir muerte acaso sea un eufemismo frente a la truculencia en que terminaron con su vida. Y decir crimen pasional tal vez sea una carátula acomodaticia para encubrir las verdaderas intenciones de un aparato estatal que se venía armando para décadas lamentables en Italia y en otras partes del mundo, por supuesto. Pasolini era un tipo incómodo por donde se lo mire, pero un monstruo pensante, una energía creativa que mutaba siempre que el resto se conformaba con los lugares seguros. Poeta, cineasta, pintor, filósofo, pateador de pelota, o todo junto encerrado en un cuerpo vital, en permanente riesgo dentro de una sociedad que no está dispuesta a albergar un espíritu desafiante como el de Pier Paolo. Un combo explosivo: comunista, católico y homosexual. Un combo de ideas que nunca se estancaron y que siempre se mantuvieron abiertas a pensarse desde la base de sus convicciones.

Hace unas cuantas ediciones, en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se proyectó el Pasolini de Abel Ferrara y despertó algunas polémicas. La mayoría de ellas, fundadas en criterios de verosimilitud. Es sabido que cuando de Biopic se trata, los inspectores de la verdad salen a la calle. Más allá de eso, la visión del realizador norteamericano es sumamente interesante porque no se basa en la repetición mediática de los escándalos y habilita una intimidad que se sostiene en la magnífica labor de Willem Dafoe. Buen motivo para recordarla y para evocar una vez más a Pasolini (que tanta falta hace en el mundo).

Pasolini, Abel Ferrara, 2014

Empecemos por los espectros y nada más afín que una sala cinematográfica para evocarlos. La película de apertura fue Pasolini de Abel Ferrara. Se escribió poco sobre ella y se escucharon ecos con posiciones encontradas. No es para menos. La “sombra terrible” del poeta, la presencia insomne del cineasta que uno nunca se cansa de citar, despiertan demasiadas expectativas, a tal punto que se habló mucho sobre el Pasolini que a cada uno le hubiera gustado ver y poco del de Ferrara. Tal vez sea injusto para el modesto propósito: contar las últimas horas de su vida. No obstante, la modestia no debe leerse como parquedad ni como carencia. El nervio del artista está ahí, sus ideas, también. No hace falta narrar una vida, reiterar lo que todos conocen o han propagado hasta el infinito. En este sentido, el director norteamericano adopta una mirada similar a la del narrador de «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz» de Borges: “Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda” Y esa noche para Ferrara es la de su asesinato. No acumula años, sino breves y diversos instantes del entorno cotidiano, encuentros, comidas, reportajes, ideas, es decir, el universo propio de quien vive con intensidad y no para de pensar críticamente la actualidad.
El espectro se reaviva con el parecido físico de Dafoe. Su interpretación, lejos de ser afectada en pos de una búsqueda mimética innecesaria, apunta a lo gestual y a unas pocas palabras para dar vida al escritor (como le gustaba llamarse). Su tono nostálgico parece presagiar el final en todo momento en una Roma donde es imposible vivir. Nostalgia que se refuerza por el tinte marrón y azulado que predomina en la estética acorde a los setenta.
La película incluye recreaciones de los últimos proyectos de Pasolini, literarios y cinematográficos. Hay una película que no llegó a realizar donde vemos en pantalla nada menos que a Ninetto Davoli, uno de sus actores fetiche. Si bien la estructura es ensayística y tiene un carácter fragmentario, Ferrara escoge el camino de la tragedia. Está la madre del poeta y cineasta, un personaje lorquiano, que desde el comienzo aparenta esperar lo peor con su rostro taciturno, atendiendo a Pier Paolo como si fuera un niño. La fatalidad del final, conocido por todos, está a la altura del género, por la manera en que lo muestra y lo musicaliza el director.
Dos son los principales argumentos que se esgrimieron en contra. El primero de ellos alude al carácter lingüístico y el reproche se funda sobre el malestar que produce oír al actor hablar en inglés. Se añade, además, que un intelectual como Pasolini siempre dio batalla contra la hegemonía cultural y la influencia extranjera. Pueden ser atendibles las observaciones, sin embargo, no me atrevería a tomarlas como definitivas. Vale recordar que las adaptaciones más estimulantes y arriesgadas de ciertos clásicos literarios, por ejemplo, no fueron habladas en su idioma original (Hamlet y Don Quijote de Grigori Kozintsev, por citar dos casos). Además, esta decisión confirma que Pasolini también es el universo de Abel Ferrara. Los suburbios de Roma pueden extrapolarse a los ámbitos oscuros de Nueva York, presentes y vistos a lo largo de su filmografía.


También el catolicismo como categoría para pensar asoma en la forma en que su personaje se entrega para ser sacrificado. Lo vemos, en claros gestos de connotación cristiana, dudar acerca de sus ideas y entregarse finalmente con convicción a su verdugo, a la situación que lo llevaría a la muerte, en un cuadro situacional que parece estar planificado.El segundo argumento en contra se resguarda en la supuesta liviandad por no enunciar explícitamente cuáles fueron los móviles reales de su asesinato ni evidenciar quiénes tomaron la decisión. Creo, pese a la objeción formulada, que la hipótesis del crimen político cobra fuerza sin necesidad de mostrar su gestación: No podía haber otro desenlace (nos sugiere la película) menos cruento que éste para alguien que era comunista, católico y homosexual, que había filmado Saló o los 120 días de Sodoma, y tenía en vistas una historia “porno estelar” donde un cometa que pasa por la tierra es el mesías mientras asistimos a una orgía en los bajos fondos de Roma. El rostro desfigurado es una imagen terrible, de una intensidad escalofriante, que confirma la diferencia abismal entre haberlo escuchado siempre y verlo representado en pantalla.

elcursodelcine

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