Bafici 2022. Primera parte

Este año formo parte del jurado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos Argentinos, por lo que me abstendré, lógicamente, de opinar por el momento de las películas que integran la Competencia Argentina. Van entonces, algunas reseñas de lo visto.

El grito de Granuaile / The Cry of Granuaile (Irlanda)

Los dos primeros planos de la película conforman el prólogo y el programa estético de la misma. En el primero, suena la delicada melodía de Bert Jansch, un músico folk escocés, mientras vemos, a través de una abertura, el océano. Luego, un travelling conduce la mirada horizontalmente para seguir el paisaje marítimo con sus aves, pero la música vira hacia tonos más solemnes. La lógica parece ser el contrapunto. Si un plano transmite calma y pasividad, el otro parece una advertencia escindida entre la belleza. Y esto es porque cada espacio tiene su misterio y sus fantasmas, más allá de la presencia humana. En la película de Donal Foreman, los cielos y el mar de una isla marcan las emociones. Nunca se pierden de vista, aún si la cámara está metida dentro de un auto para registrar una conversación, por las ventanas se cuelan las nubes, el horizonte, los árboles, todos aquellos signos que sirven para animar continuamente una presencia espiritual. Y en este orden feérico se producen hechos e intenciones varias.

Una cineasta estadounidense acaba de perder a su madre  y solicita la ayuda de una joven académica irlandesa para llevar a cabo un viaje. Su objetivo es investigar sobre Granuaile, una legendaria reina pirata del siglo XVI, líder de varias rebeliones contra la corona británica. La historia es prácticamente una excusa para unir a ambas mujeres en un viaje por la remota tierra del Atlántico y para que Foreman ostente una furiosa libertad expresiva. En el recorrido, el azar es el principio rector. Del mismo modo que la protagonista saca su cámara inspirada por el espacio que la circunda, el director intenta congelar algunos momentos como si respondiera a las musas. Y entonces la película se vuelve difusa, como las líneas que la componen, donde la memoria y la historia, los sueños y la vigilia, empiezan a formar parte de zonas de intersección. Y la identidad de las dos mujeres, también.

En esa alternancia entre lo cotidiano y la intensidad emocional se debaten ambas mujeres, quienes se conocen a sí mismas a partir de la mirada de la otra. Pero es el mismo tipo de conexión fantasmagórica que se da con el espacio al cual hay que filmar, escribir, dibujar, aunque, en definitiva, nunca sea suficiente el lenguaje para ello. Y entre las intenciones posibles, asoma el intento por escenificar un duelo y hallar el punto climático con las imágenes.

Más allá de lo anterior, también hay una película dentro de otra. Una película que transcurre mientras una cineasta busca definir la suya propia. Su acercamiento como foránea al lugar es ingenuo, romántico, pero al mismo tiempo potencia una curiosidad que despierta a los lugareños (ansiosos de participar en “una película hollywoodense”) y activa la colaboración del triste personaje de la guía académica. En efecto, la directora llamada Maire, llega a Irlanda cargada de ideas místicas sobre Granuaile porque ha leído poemas e historias escritas sobre ella. Cáit, afincada en Dublín está convencida de que estas narraciones son solo fantasías. Es otro de los contrapuntos de la película que se irán retorciendo con el paso de los minutos cuando la sombra del personaje se agigante y la ficción envuelva absolutamente la realidad objetiva de ambas mujeres, subyugadas por el mito y el espacio.

The Cry of Granuaile goza de un halo de misterio que fascina por momentos, hace gala de su libertad (saludable) y asume el riesgo de la dispersión, la misma a la que se exponen los relatos abiertos a búsquedas tanto temáticas como formales. En ese entramado de instantes acaso aflore lo mejor: aquello que se siente y no se dice.

El pa(de)ciente, de Constanza Fernández (Chile)

El doctor Graf es oftalmólogo. Su paciente le habla y le habla mientras él lo examina. Entre otras cosas, destaca la frialdad de los médicos cuando comunican diagnósticos terminales. Graf, quien solo se concentra en la receta que está haciendo, lo mira y le dice que la ciencia es enemiga de la empatía. Pocos minutos después, como si se tratara de una ley karmática, se inicia su propio calvario cuando se entera de que padece el Síndrome de Guillain-Barré, una afección que comienza con un hormigueo y paraliza su cuerpo al punto de que debe ser hospitalizado para realizarse transfusiones de sangre. Si el mundo de Graf era una especie de castillo en el que el entorno familiar deambulaba para complacer al viejo, ahora se transforma en un martirio para quienes lo rodean. Lo interesante de la película es que rompe con los estereotipos del sufrimiento vistos comúnmente en el cine. La enfermedad para el protagonista no implica ningún descubrimiento en especial, ni un viaje espiritual por su interior provocado por las circunstancias. Sigue siendo un tipo intratable. Del mismo modo, quienes lo rodean y lo conocen soportan estoicamente la situación sin victimizarse, sobre todo su mujer, pragmática y de una entereza notable. En todo caso, la película hace foco en las deficiencias de un sistema de salud que es para pocos, para quienes pueden pagar, y que se muestra como una maquinaria robótica donde cada especialista hace su discurso tecnocrático. Entonces allí vuelve a resonar la frase inicial que, con magnífica ironía (diría Borges), ha pronunciado Graf: la ciencia es enemiga de la empatía.

Proyecto fantasma, de Roberto Daveris (Chile)

La película de Daveris retrata un mundo difuso, un universo hartamente retratado en cantidad de películas contemporáneas, donde un grupo de jóvenes intentan hacer algo con sus vidas. Las referencias que sobrevuelan van desde los youtubers hasta el empleo de códigos lingüísticos de pertenencia que cuesta entender por momentos para un espectador foráneo, sea por localismos o por confusa dicción, dos rasgos que, en otras circunstancias (por ejemplo, que a lo anterior se le añada una sordidez gratuita) invitarían a abandonar rápidamente la butaca. Sin embargo, si se prescinde de ello, hay un encanto que las imágenes y los personajes trasmiten, al mismo tiempo que una cierta ligereza se constituye como el principal logro de esta simpática historia que combina rituales, encuentros y  un fantasma juguetón (y juguetonamente mostrados con unos efectos que huyen de la solemnidad). Pablo, el protagonista, espera su gran salto. Sus pequeños trabajos son como actor contratado para prácticas de simulación en la Facultad de Medicina. Su compañero de cuarto lo planta, se va y le deja un cárdigan que encierra a un espíritu bromista (aunque parece disfrutar de complacer sexualmente también a sus víctimas). Con estos elementos y otros personajes queribles, Daveris es respetuoso y empático con el mundo que traza, evitando los mensajes fáciles y el drama impostado. Y aunque en términos narrativos se vuelva difuso como ese mismo universo que proyecta, nada impide que el humor, el afecto y el encanto de sus criaturas permitan disfrutarla en su justa dimensión.

El fulgor, de Martín Farina (Argentina)

Las películas de Farina exceden cualquier categorización. El fulgor se presenta como un documental, sin embargo, la transformación alucinante de lo real que opera en su interior hace estallar todo intento de clasificación. Hay un arco observacional, signado por el maravilloso ojo fotográfico del joven director, que va desde una serie de tareas campestres hasta la celebración del carnaval en las calles de Gualeguaychú.   Los dos ámbitos, el paisaje rural y la fiesta son reformulados más allá de sus estereotipos y de las convenciones esperables porque lo que predomina es un culto a las sensaciones, la postulación de una otra realidad, la cinematográfica, en estado puro (como si volviéramos a las vanguardias de la década del veinte). Por un lado, las actividades del campo remiten a un naturalismo que no escatima en buscar belleza en aquellos lugares que muchos rechazarían, por ejemplo, la carne colgando, las achuras desparramadas o los restos consumidos por moscas. Por otro, ámbitos que son despojados de machismo en su significación y que habilitan una mirada diferente a partir de un montaje que fragmenta espacios y cuerpos en una lógica erótica (esa que tan bien ha trabajado Farina en sus películas). Ese erotismo contiene dosis de sensualidad y de misterio y apenas discernimos si lo que vemos es parte del sueño o de la vigilia, territorio de la razón mundana o de las proyecciones del deseo. Película de texturas, una sinfonía de colores y de sonidos, y de una potente originalidad que confirma una vez más la solidez del realizador.

elcursodelcine

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