Bafici 2022. Dos críticas breves

El contador de cartas  (The Card Counter), de Paul Schrader

De ascetismo sabe mucho Schrader, lo ha aprendido de sus grandes maestros, entre ellos de Robert Bresson. Un ex militar sale de la cárcel luego de estar encerrado diez años y se dedica a jugar en los casinos. Es un nómade que sigue rígidamente una rutina y guarda secretos. Los más visibles pertenecen al orden lúdico y le permiten sobrevivir; los otros, forman parte de un pasado de victimario, torturador de musulmanes. Entonces, el monstruo frío e implacable que era muta en este frío contador de cartas, obsesionado por los rituales y las estadísticas. No obstante, lo propio del plan es que falle. Una mujer, una financista de tipos como él, aparece en su camino y moverá otro tipo de fichas, las internas. Al mismo tiempo, un reencuentro también alterará sus pasos. Como suele ocurrir con las películas del director, el tema de la redención halla una nueva variación en esta clase de hombres con pasados violentos, anclados en cuerpo y alma, fruto de las contradicciones que los gobiernan más allá de sus decisiones. Todo esto envuelto con una estética despojada, de pocos diálogos y una iluminación cercana al inframundo, ese barro en el que se vive acá, como en el infierno de Dante.

Villa olímpica de Sebastián Kohan Esquenazi

Un camino para acceder al documental de Kohan Esquenazi es apreciarlo dentro de una tradición de historias testimoniales sobre el exilio. Hablamos aquí de una comunidad latinoamericana en México en los años 70, un conjunto de familias viviendo en la villa olímpica luego del trauma de dejar sus respectivas patrias. Un ensamble de palabras e imágenes reconstruyen una experiencia, aún a sabiendas de que el recuerdo puede jugar una mala pasada y la distancia temporal entibia el enojo a favor de la moderación. Así parecen confirmarlo las formas que elige el director, que van desde dibujos, diarios íntimos, dramatizaciones y diversos objetos mnemónicos, con el propósito de equilibrar el peso del dolor. Puede que la estrategia incomode a quienes acostumbran a la radicalidad del testimonio, aquella que es capaz de meter el bisturí hasta donde se pueda. No es este el caso, donde un hilo emotivo une las distintas miradas de hijos que protagonizaron arribos y partidas, que vivieron y padecieron las elecciones de sus padres, a veces, entendiendo, otras, interpelando. Pero más allá de lo anterior y de los matices políticos, lo que prima en la película es un aire de nostalgia, una manera de revivir sensaciones a partir de la evocación, las mismas que nos retrotraen al color rosado de las fotos viejas, a los cochecitos de juguete, a los olores de la infancia. Acaso sea esta la principal búsqueda del documental. 

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