Fragmentos de un discurso amoroso. Lo que quedó de La Pasión de Quentin Tarantino

«La pasión de Quentin la entiendo en un sentido litúrgico. Hablar de cine y de todo lo que el cine involucra es una religión. La diferencia con otros es que no se habla desde el púlpito sino desde la butaca, esa butaca cuyos ojos nacen desde la más absoluta inocencia. Sin ese punto de partida, jamás podrá entenderse a Tarantino. No el «l’enfant terrible» a la francesa, sino el pibe de barrio que mamó toda clase de películas sin ningún tipo de pudor, desde Godard a la Clase Z australiana, y con mucho orgullo. Por eso, cada vez que habla Quentin se trata de  una declaración de trinchera, la del tipo que saca los trapos mientras otros embadurnan con citas de autoridad. Esa es la sensación que me dejó cuando lo vi (tuve la fortuna de estar en el lugar justo, casi por azar) un miércoles 12 de octubre de 2016 en el repleto Auditorium de Lyon, Francia. Alrededor de dos mil personas lo esperaban, muchísimos jóvenes (los mismos jóvenes a los que la vieja cinefilia de telarañas no les permitió nunca disfrutar de Tarantino). Si bien las expectativas eran similares, no se trataba de un concierto de rock . El tipo apareció con aspecto informal, relajado y con pleno dominio del público. Claro está, si todo quedara en esto, poco importaría más allá de pasar un momento divertido, sin embargo, Tarantino no fue a hablar como cineasta sino como un voraz espectador, y lo primero que debe destacarse es que su “clase magistral” estuvo despojada de academicismo alguno y contagió la misma pasión con la que filma.»

«Borges y Tarantino, un solo corazón. Ambos construyen su obra a partir de citas y referencias constantes, difunden una interioridad del lenguaje que utilizan. La diferencia es que uno lo hace con falsa modestia y el otro con pasión desmedida. Ambos exaltaron la dimensión física del acto de leer/ver, escribir/filmar, con una atención escrupulosa a los detalles. De ahí el fetichismo de tocar, de comerse con la mirada los objetos que aman

(Ver si no las escena en Kill Bill con las espadas, la manera en que La Novia las mira, las toca, y la de Bruce Willis en Pulp Fiction seleccionando con qué arma se vengará de los tipos que sodomizan a Marsellus)

Al respecto dirá Borges: “Todavía recuerdo aquellos volúmenes rojos con letras doradas de las ediciones Garnier (…) Después un amigo me consiguió la edición publicada por Garnier, con los mismos grabados en acero, las mismas notas y las mismas erratas; todas estas cosas son para mí el libro, lo que yo considero el verdadero Quijote.” Tarantino es un acérrimo defensor del celuloide; cabe preguntarse cómo habría aguantado Borges la era digital de los libros electrónicos.»

“Quiero hacer películas que se traten del horrible pasado de EE.UU, como la esclavitud y esas cosas, pero como lo hacen los spaghetti western, no como las películas de temática social. Quiero hacerlo como si fueran películas de género, que nadie aborda en EE.UU porque se avergüenzan de ello, y que otros países no tratan porque no sienten que tengan derecho a hacerlo.” (Entrevista de 2007 al Daily Telegraph).»

«Hay toda una discusión entre los críticos sobre la violencia, ya sea como forma lúdica o propicia para la reflexión. También en torno al carácter político de los films. Lo cierto es que Tarantino puede ser considerado en la actualidad uno de los pocos que mejor entiende la cultura y la sociedad americanas. Sin necesidad de subrayar el contexto permanentemente, parte de la base de que el espectador ya conoce en rasgos generales lo que fue ese tiempo, y toma el contexto para construir una ficción y reflexionar —entre otras cosas— sobre el poder y los costos de la simulación. La violencia es vivida como una fantasía catártica. Su cine puede ser violento, pero su mirada sobre la violencia es mucho más responsable de lo que se cree. Los que la ejercen son psicópatas, brutos o seres oscuros, y eso no los convierte en héroes. Cuando le preguntaron a Tarantino cuál era el mejor consejo para empezar una filmografía, dijo que era hacer una Kick Ass Movie: película potente, vital y fuerte. Así se hizo notar con su carta de presentación Perros de la calle.»

«En Los 8 odiados el recurso se intensifica y se problematiza. En el minuto trece asistimos al primero de los diálogos más jugosos dentro de la diligencia. Rutt manifiesta su intención de entregar a la mujer esposada para que la ahorquen y así cobrar la recompensa. Warren le pregunta si no tiene sentimientos encontrados al respecto y parece inquietarse ante la rotunda negativa del interlocutor.

Más adelante, comenzamos a conocer por otro personaje detalles de Warren: el mismo que introducía el tema de la piedad no vaciló en quemar a 37 hombres. Lo revela el sheriff Mannix ante el asombro de Rutt. Luego, cuando el espacio claustrofóbico de la diligencia se traslada al negocio de Minnie, Warren redoblará la apuesta y tendrá su momento de venganza y goce cuando le cuente al general Smithers la forma en que mató a su hijo. Toda la secuencia es un prodigio en cuanto al manejo del tiempo y de los ángulos de cámara.

La violencia se incrementa, el tiempo se dilata, y no solo es suficiente con escuchar, también hay que ver, por ello el flashback inserto con fragmentos de la tortura. En el momento culminante del relato, el rostro de Warren está encendido de lujuria, mientras que el cuerpo de Smithers es el del espectador, apabullado, instigado al límite de lo soportable. La cámara se cierra lentamente hacia el primer plano para indagar en su parálisis momentánea. Luego vuelve sobre Warren, quien lo (nos) desafía a ver cuánto va aguantar esa verdad, que su hijo haya sido ultrajado y torturado en la nieve. Lo que sigue es esperable. Tarantino no tiene careta para llevar la violencia hasta lugares límites (lejos, muy lejos del humo vendido en estos lares con cierta idea de relatos salvajes), mal que les pese a algunas conciencias bien pensantes que se escandalizan con su cine. Hubo una época donde los géneros, aquellos que el mismo Tarantino recicla, gozaban de libertad y se disfrutaban sus excesos como bocanadas de aire fresco y renovable. Ahora, parece ser que la moral de ciertos críticos se torna más férrea ante el legítimo espiral de violencia tarantinesca (¿otro problema para Freud?)

Siguiendo la lógica, en el juego establecido entre conocimiento, verdad y poder, la cuestión de la violencia se cruza con el de la Ley. Tim Roth es Oswaldo Mobray, el colgador (muy similar a Landa de Bastardos sin gloria). Cada personaje es una parte del todo que representa el pueblo a donde se dirigen, Red Rock. En medio de una reunión discurre sobre la diferencia entre justicia civilizada y justicia fronteriza, y alega que la diferencia entre las dos está en él, el verdugo. Se trata de un momento verbal único, en el que se dirige a Domergue: “Cuando te cuelgo no siento satisfacción con tu muerte. Es mi trabajo. Un hombre sin emociones. Y esa carencia es la esencia misma de la justicia. Porque la justicia impartida con emociones siempre está en peligro de no ser justicia.” No es ni más ni menos que la banalidad del mal (aquello que tan bien expresara en su momento Berlanga en El verdugo en la imagen misma de Pepe Isbert) en un sistema que avala la pena de muerte y que monta un espectáculo alrededor. La misma idea de “justicia civilizada” (que simbólicamente tiene resonancia en el presente) resurge en el cruce con el policial una vez que Warren, al estilo de Sherlock Holmes, deduce la emboscada preparada por “los cuatro pasajeros” (un clan parecido al de Kill Bill) y arma una especie de juicio. Continuando con el juego de la verdad por mitades, dice y sabe que han conspirado con Domergue pero le falta saber algo. Su argumentación detectivesca, cercana a la perfección, no le impide correrse del terreno civilizado y empezar a liquidar a los sospechosos. Justo en el instante en el que empatizamos con su teoría (y con él mismo como justiciero, pese a todo), las balas que caen al piso abren otro plano y la horizontalidad de la pantalla se quiebra para que surja otro poseedor de conocimiento que ejercerá su poder por unos minutos, Jody, hermano de Domergue.Tarantino recupera esta contradicción y utiliza la última escena de la película como espejo del discurso de Oswaldo, cuando el sheriff y Warren no solo ejecutan a Domergue, luego de un festín sangriento al estilo de Perros de la calle, sino que disfrutan al máximo de ver el castigo. Nuevamente, la posición de la cámara instala el mecanismo de recepción del espectador: los dos personajes permanecen tirados en una cama como nosotros podríamos verlo desde un sillón o desde la misma butaca de la sala. Mannix dilata la derrota de Domergue, la deja hablar y disfruta con la venganza. Es más, lo invita a Warren a que se ponga cómodo para lo que vendrá (invitación que se desplaza hacia nuestra mirada) El vaticinio de Oswaldo se cumple pero desde la perversa lógica del show y con un grado de violencia desmedida. Quienes participan del acto, ya han barrido con todo, y uno de ellos era el representante de la “justicia civilizada” saca a relucir su siniestro goce. Disparar no es suficiente. Antes de ahorcarla, le dice: “Aguarda Daisy, quiero mirar”, y en medio de un juicio simulado, la ejecutan. Ya lo había dicho otro de los maleantes, John Gage, “las apariencias engañan”.

(Extractos del Encuentro con grandes directores, sábado 7 de mayo de 2022, en Espacio Vitto, Mar del Plata)

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