37 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. Tales of the Purple House, de Abbas Fahdel.

En principio, algo distingue a esta película de otras actuales. Se trata de un ensayo poético donde la pandemia no es una excusa para la victimización emocional, al contrario, un motor expresivo para acrecentar el compromiso político de Abbas Fahdel y su sensibilidad estética. Todo esto, logrado gracias a su implacable poder de observación y a la presencia de Nour Ballouk, quien no solo pinta imágenes sino versos. Tales of the Purple House está estructurada en tres partes, una división que parece remitir a uno de los niveles discursivos posibles, aquel que conduce al orden mítico, porque antes que los humanos, antes que las guerras y toda la injusticia, hay un mundo, una tierra hermosa y allí está voz de Ballouk para referirnos el principio de los tiempos con un plano maravilloso. Por ende, la naturaleza será una de las protagonistas, amparada en una mirada que no deja de declarar su amor a una tierra castigada por conflictos bélicos y bombardeos constantes. Frente a las inevitables imágenes televisivas que delinean otro nivel enunciativo para marcar los tonos de la realidad política, están las otras, producto de una lente que crea poesía, que transforma cada rincón de ese pequeño refugio en un universo agigantado en la pantalla. Solo una atención dedicada como la de Fahdel puede articular escenas del estilo y dar cuenta de la modestia de quien entiende que nada somos sin los animales ni la tierra que habitamos. Por ello, sus gatos (ya consagrados al altar de la comedia) arman una historia aparte con sus caricias, sus juegos disputándose alguna laucha, las plantas, los insectos, todo aquello que se integra a la vida cotidiana en una paz que se ve constantemente amenazada. El tiempo cosmológico no es igual al tiempo de las urgencias políticas. Pero Fahdel y Ballouk no se recluyen para ignorar lo que ocurre en el Líbano, y más específicamente en Beirut. Allí también se inserta el discurso comprometido, allí surgen los actos de resistencia, la participación en marchas y los relatos del dolor, de familias disgregadas por la circunstancia que les toca vivir. Por supuesto, a todo esto, encima, se le suma la pandemia. La ética del documentalista es completa: se vive para crear, pero jamás para dar la espalda a la realidad.

Las pinturas de Nour acompañan el paso del tiempo y son tan importantes como las búsquedas de la cámara de Abbas. Por momentos, ambos parecieran armar instalaciones en su propia casa, conjugando imágenes procedentes de distintos artefactos, jugando a encuadrar aperturas, homologando personajes que transitan adentro y afuera de la vivienda. En ocasiones, los vecinos se acercan o ellos van hacia sus aldeas para intercambiar palabras y regalos. Si hay un valioso aporte que se reitera aquí con respecto a las películas anteriores, es la presencia de niños y  niñas, con toda su curiosidad y su inocencia, a pesar de que deban crecer a los golpes, dada la coyuntura que atraviesan. Los momentos en los que conversan con Nour  en entornos naturales son diminutas cápsulas de sabia cotidianeidad. En esa conexión de la artista con ellos, similar al tiempo y a la empatía con las plantas y los animales, aflora el recuerdo doloroso, personal, de un pasado difícil, aunque nunca se tiende a la mendicidad sentimental, por el contrario, siempre hay una energía pujante y comprometida con la vida.

Por ello, acaso, pueda verse Tales of the Purple House como un compendio de las inquietudes estéticas y políticas de Abbas Fahdel, un modo de integrar dos formas que siempre aparecieron entretejidas en sus películas a partir de la observación y del pensamiento. Por un lado, y sin pudor alguno, muestra los conflictos del pasado con Israel, el levantamiento del 17 de octubre de 2019 contra la corrupción, la explosión del 4 de agosto de 2020 en Beirut y los caídos por coronavirus. En un singular segmento, Nour vuelve a las tiendas de refugiados que ya habíamos visto en Bitter Bread y les muestra escenas a los protagonistas. Este gesto, lejos de involucrarlos como deudores, los incluye como modo de agradecimiento porque hicieron posible la película. Porque de eso se trata, de hacer películas con la gente y para la gente. Y también con una tradición cinematográfica a la cual se le agradece: Tarkovski, Erice, Antonioni, Bergman, Ozu y otras referencias locales que se me escapan.

El final recupera la dimensión mítica con aura misteriosa, abierta a la incertidumbre acerca del destino de la humanidad y de esta tierra hermosa que comienza a oscurecerse con la ida de un sol increíble, del mismo modo que la sala se abisma cuando se van las últimas imágenes.

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